Todo Tour tiene una novedad, algo distinto y en el del próximo año habrá una subida que destacará sobre las demás. Se llama La Sarenne y no es otra cosa que una vertiente de ascenso al Alpe d’Huez por la que nunca han escalado los corredores participantes.

Y como todas las montañas tiene una historia que alguna vez había que contar. Para ello nada mejor que remontarse a 1991, el primero de los cinco años magníficos de Miguel Induráin. Por aquel entonces, ni los coches llevaban GPS ni nada que se le pareciera, ni existían los teléfonos móviles, menos con inteligencia, así que para encontrar una carretera había que abrir mapas, interpretarlos y buscarse la vida.

A mitad del Tour de 1991, ya con Induráin vestido de amarillo, se incorporó un periodista neerlandés que por aquel entonces trabajaba en EL PERIÓDICO. Edwin Winkels llegó a Nîmes con un libro que no cabía en el asiento y que era un gran desplegable de mapas de Francia. No faltaba una carretera, aunque no hubiese una voz que sirviera para dirigir una travesía y avisase de las rotondas y los cambios de ruta.

En Alpe d’Huez ganó Gianni Bugno controlado por Induráin. Todavía había plazas libres en las placas que indican cada una de las 21 curvas en el ascenso tradicional, que se realizará el año que viene, el viernes previo a París, en la primera de las dos ascensiones que habrá a la estación de esquí, una especie de regalo a Tadej Pogacar hacia su quinto Tour.

Winkels alucinó con los miles y miles de personas que se agruparon, como antes y después, en el camino habitual a la estación. Y pensó que el descenso hacia Grenoble, donde estaba el hotel, sería un martirio. Así que se puso a buscar un camino, una ruta diferente. Vio que si se ascendía en coche hacia el aeródromo de Alpe d’Huez aparecía una carretera salvadora. No se sabía si era un camino con cemento. Se preguntó al Tour. Ni idea. Quizá se trataba de una pista recientemente asfaltada.

Así que la noticia empezó a correr como la pólvora y al coche de este diario lo siguió una caravana de vehículos acreditados que no querían quedar atrapados y pasar horas entre las 21 curvas de la cumbre alpina. Sin saberlo se empezaba a entrar en la historia del Tour para afrontar la ruta por La Sarenne, con un precipicio que ponía los pelos de punta, sin una valla protectora y con un firme irregular y peligroso. Eso sí. No había un alma, ni un coche, ni un aficionado.

Tampoco los hubo en 2013 cuando el Tour decidió realizar dos subidas a Alpe d’Huez. Entonces ya tenían noticias de La Sarenne. Por precaución decidieron impedir la presencia de público y los ciclistas, entre un paso y otro por la estación de esquí, se lo tomaron con cierta cautela.

En 2018, Pedro Delgado quiso conocer y vivir (o sufrir) en su propia piel el ascenso a La Sarenne. Como Induráin, en su etapa profesional llegó a Alpe d’Huez de amarillo, la prenda con la que se vistió Carlos Sastre en la subida de 2008. Lluís Pruñonosa, responsable en España de Le Coq Sportif, organizó una excursión cicloturista y Perico pudo cumplir el sueño.

A La Sarenne llegarán el año que viene los corredores del Tour en el segundo día por Alpe d’Huez y a una jornada de París después de pasar por la Croix de Fer y el Galibier en un Tour 2026 que ha cogido ideas de la Vuelta (sólo una etapa pasa de 200 kilómetros y hay una única ‘crono’ individual, de 26 kilómetros) y del Giro (deja la etapa más dura para el penúltimo día de competición).

Los Pirineos llegarán enseguida. No había otra opción saliendo desde Barcelona y serán más suaves que otras veces, aunque a la sexta etapa se pasará por el Aspin y el Tourmalet. El Macizo Central llegará en Le Lioran con el recuerdo de la victoria de Jonas Vingegaard ante Pogacar (2024). Los Vosgos serán duros como piedras y el festival alpino comenzará ascendiendo por un inédito Plateau de Solaison y el recuerdo a Luis Ocaña, en su obra maestra firmada en la cima de Orcières-Merlette, donde noqueó a Eddy Merckx. El Tour acabará en París, pero al igual que este año buscará la magia de las colinas de Montmartre.