Imagine por un momento que usted, lector, acude a su librería para comprar Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, El diario de Ana Frank o El guardián entre el centeno, de Salinger y le dicen que es imposible vendérselo, so pena de cárcel. Esta dolorosa ficción es el argumento de la última novela del escritor francés Marc Levy (1961), La librería de los libros prohibidos (Harper Collins), una comedia delicada sobre el débito a la literatura y cómo esta ejerce de bálsamo contra la tiranía y la desigualdad. Levy, uno de los autores más vendidos de Francia, con 50 millones de ejemplares y traducido a 50 idiomas, recrea el amor entre un librero que entra en prisión por infringir la ley de venta de libros prohibidos y una cocinera. El deseo de venganza chocará con el de amar, en un duelo de amables diálogos y de títulos universalmente conocidos, por los que Levy lleva de la mano con suavidad, pero también con tremendo sentido de la crítica. Marc Levy, que acaba de dejar EE UU, donde ha vivido, escrito y trabajado como arquitecto durante varias décadas, planea instalarse en España en breve, para que sus hijos aprendan nuestro idioma, uno de los sueños que también tiene él, y nuestra cultura. Mientras esto sucede, hablamos con monsieur Levy por videollamada, él desde París.
Es imposible discernir el hecho de que haya dejado los EE UU después de tanto tiempo del mensaje de su libro. De ahí que invierta mucho tiempo en explicar lo agredido que se siente desde que Trump ocupa la presidencia de aquel país. En la charla emprenderá una ‘cruzada’ verbal contra el reciente gobierno, al que acusa de todos los males posibles relacionados con la cultura y con el bien social.
He visto en EE.UU atentados repetidos contra las libertades individuales, como la libertad de pensar, la de expresarse
«Lo que me ha motivado a salir de allí es el régimen autocrático, por no decir dictatorial, que se ha instalado en los EE UU desde la elección de Trump. He visto atentados repetidos contra las libertades individuales, como la libertad de pensar, la de expresarse… La censura practicada por el gobierno contra la cultura y la ciencia ha hecho que el clima de agresión permanente se imponga».
No ahorra calificativos Levy para describir lo que él considera el predominio de la cólera sobre el interés por construir una paz cotidiana. «Es terrible estar representado por personas que te detestan si no piensas como ellas. No tengo ganas de educar a mis hijos en un sistema donde nunca se castiga la corrupción. Y esa corrupción es enormemente creciente».
¿Cómo puede ser un líder quien ha dicho que las mujeres están hechas para quedarse en casa?
«Es difícil enseñar a mis hijos valores morales cuando esos valores son criticados y burlados por los propios representantes del Estado». Levy discrepa, además, del trato que se le está dando a la mujer en EE UU. «¿Cómo se puede erigir en icono nacional un hombre que ha dicho que las mujeres están hechas para quedarse en casa?», se pregunta ofendido.
Intentamos retomar el tema de la literatura a través de su última novela, pero la realidad y su discurso son duros de torcer. La pregunta es si él realmente podría concebir un mundo sin libros. «El problema no es imaginarlo, el problema es que ya hay una gran parte del mundo que lo está haciendo. Solo en EE UU, 26.000 libros han sido prohibidos en las bibliotecas públicas, en las escolares y en establecimientos públicos con acceso a menores. Y la lista se alarga cada día. Eso que nos parecía una distopía, en EE UU se ha convertido en una realidad».
En la historia no he visto ningún dictador cultivado
Se trata de libros, precisa Levy, «que quienes los prohíben no han leído, porque todos los dictadores son unos ignorantes. En la historia no he visto ningún dictador cultivado». Y sale en la conversación la prohibición de que se leyera en los colegios argentinos la novela Cometierra, de Dolores Reyes, sobre una mujer que puede hablar con muertas por malos tratos. Levy confía, no obstante, que su libro no sufrirá la censura y podrá ser publicado, como está previsto, en EE UU el año próximo.
«Se eliminan los libros cuando entorpecen la dialéctica del poder, donde los argumentos son que la izquierda equivale a terrorismo, o se designa en enemigo a quien vive dentro de tu país, o que los inmigrantes son culpables de todo el mal y comen perros», subraya dentro de su plática anti-autoritaria.
Por el contrario, los libros, precisa «fomentan la empatía, la apertura de espíritu y el conocimiento. No se puede leer un libro de Toni Morrison (la Nobel de color en 1993) y ser racista. En ellos están las emociones, los amores, las traiciones, la tristeza, los duelos, momentos de la vida que son iguales para todo el mundo, aunque nuestros enemigos nos hagan creer lo contrario. En eso, en retratarlos, consiste la cultura».
Para el escritor francés, que firma con esta su 26 novela, la literatura, el cine, el teatro, la música «nos abren la puerta de la tolerancia y del amor, que son el antídoto contra el veneno de la dictadura y contra palabras como racismo, sexismo, violencia…».
El odio no engendra nada que no sea destrucción
«El odio, -contra el que va dirigido su libro-, jamás engendra nada que no sea destrucción». Y se refiere a su protagonista femenina, Anna, que se opone a la idea de venganza de su amado, Mitch, contra el hombre que le mandó a la cárcel. Ella, que es buena y cautelosa, se pregunta por los puentes que a veces uno tiene que saltar para salvar a alguien.
«Yo trato de intentar saltar puentes todos los días en mi trabajo. Comencé a hacerlo pronto cuando con 18 años entré en la Cruz Roja (donde permaneció hasta los 24). Pasé esos años ayudando a gente que se accidentaba en la carretera, en tranquilizarla».
Reivindica, dentro de esa línea amiga con los pequeños y lúdicos rincones de la vida, la profesión de Anna, la cocina, una revalorización de los viejos oficios manuales, como «una forma de contribuir a la sociedad. Tú puedes ser el mejor escritor del mundo pero te haces muy pequeñito cuando estás en las manos de una enfermera que te cuida», dice.
La venganza no sería nada sin la justicia
Y habla de la venganza, uno de los motores de la novela, sutilmente planteada en la trama. «La venganza no sería nada sin la justicia. Y la aplicación de esta es algo muy importante, algo que no se hace ahora, su incumplimiento es flagrante. A ello acompaña un sentimiento de impunidad y de inmunidad. Eso en el caso de Trump es más que evidente, hasta sus partidarios lo saben. La justicia es esencial y atacarla con fines políticos es absolutamente contradictorio con eso que reivindica un patriota».
Nos despedimos, no a la francesa, con una confesión: «Honestamente, no puedo decir que lea a muchos escritores españoles, aunque conozco a Cervantes. Y leí La sombra del viento (de Carlos Ruiz Zafón) que me pareció excelente, además de conocer y amar apasionadamente a García Márquez».