Los Estados Unidos estarán conmemorando pronto sus 250 años de independencia.

Serán momentos de reflexión para muchos, enfrentados a una crisis extraordinaria de la democracia. Con ecos globales, por el papel dominante que el país del norte ejerce en los destinos mundiales.

El examen introspectivo se volcará sobre sus textos fundamentales, como la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776, documento de enormes ramificaciones (David Hermitage, The Declaration of Independence. A Global History).

Su Constitución (1789) será también referencia obligada. Como lo serán los Papeles del federalista, los escritos de Alexander Hamilton, John Jay y James Madison entre 1787 y 1788, que sometieron sus nacientes instituciones a serio escrutinio. Compilados en un solo volumen, estos ensayos forman parte de una especie de jurisprudencia sobre el funcionamiento del gobierno representativo.

La literatura sobre el tema es descomunal. Las biografías sobre los “padres fundadores” siguen apareciendo casi sin descanso.

Una conmemoración de tanto significado no puede limitarse a lo sucedido, ni a lo escrito, en 1776. Algunos desempolvarán de sus estantes la obra clásica de Alexis de Tocqueville Democracia en América, publicada originalmente en dos tomos, 1835 y 1840, respectivamente, hito importante en las ciencias sociales en el mundo moderno.

El librito de Camp podría tener mayor resonancia en Colombia, pues se publicó en Bogotá, primero de manera seriada en la prensa oficial, y luego como libro en 1852, traducido por el educador y líder liberal Lorenzo María Lleras.

En estos días me ha tocado repasar un librito hoy bastante olvidado, que quizás sea rescatado en las conmemoraciones que se anuncian.

Se publicó en Nueva York en 1841, en una colección de Biblioteca para la Familia, para que estuviese a la mano de todos los ciudadanos. Llevaba un título muy sencillo: Democracy. Su autor, George Sidney Camp (1816-1888), nació en el pueblito de Owego, estudió leyes en las universidades de Yale y Nueva York y, tras practicar la profesión, se retiró a su lugar natal, donde se ocupó de labores ganaderas.

El librito de Camp podría tener mayor resonancia en Colombia, pues se publicó en Bogotá, primero de manera seriada en la prensa oficial, y luego como libro en 1852, traducido por el educador y líder liberal Lorenzo María Lleras, también con su título sencillo, Democracia.

Es difícil encontrar hoy referencias a Camp. “Un escritor oscuro”: es la descripción que lo retrata en una tesis de grado inédita. Entre los pocos registros que he logrado identificar, algunos lo reconocen como un “teórico de la democracia”. Así lo recibieron varios comentaristas contemporáneos al reseñar su libro en la década de 1840.

Camp se presentó al público con las credenciales de ser el primer “americano” en estudiar el sistema de los Estados Unidos, frente al dominio de la materia por un francés, Tocqueville. Pero quiso también desafiar a otros teóricos más clásicos entonces sobre las teorías de gobierno, al defender la “superioridad” de la democracia estadounidense por encima de otras formas de gobierno. Para Camp, además, la democracia era una promesa universal, a la que todos los pueblos del mundo podrían aspirar. Camp, parece, propagó cierta “fe democrática”, una especie de religión secular extendida a través de varias generaciones.

Dos de sus capítulos llaman mi atención. El uno, donde refuta los temores de Tocqueville frente a la “tiranía de las mayorías”. Según Camp, ello no puede ocurrir en Estados Unidos por la existencia de instituciones que lo impiden y por las costumbres del pueblo americano. El otro, cuando defiende a los immigrantes y la tolerancia religiosa como elementos esenciales de la Constitución norteamericana.

El librito de Camp podría motivar muchas reflexiones para esta gran conmemoración que se avecina.