A Edén, nueva película de Ron Howard (Una mente maravillosa, Rush), le ha pasado un poco como a sus personajes, un grupo de alemanes en busca del paraíso en una isla de las Galápagos allá por los años 30. Su búsqueda de la verdad del ser humano, del superhombre de Nietzsche, ha llegado con dolor pero, al final, sin salvación. La película ha tenido un recorrido desigual por festivales y su paso por la taquilla USA resultó más fatal que otra cosa, pese al despliegue de reparto y medios. Y pese a lo poco claro de sus intenciones, no deja de resultar una pena.

En Edén, actores de primera como Jude Law, Vanessa Kirby, Ana de Armas (quien acaba ganándose la película), Sydney Sweeney y Daniel Bruhl se pasean por la maleza forzando, quien puede, acento alemán, en una situación premeditadamente absurda. Ron Howard, probablemente, no era el realizador adecuado para una fábula basada en hechos reales que en ocasiones apunta a sátira, en otras al thriller y otras al western puramente territorial. El director de Dulce hogar a veces, con una variada y a menudo poco valorada trayectoria en todos los géneros imaginables, aporta eso sí un peso y puesta en escena relevantes, de largometraje para cines, que sirven a Edén para distinguirse (para bien) de los cientos de productos que ofrecen semanalmente las plataformas de streaming.

El problema es que Howard no parece el más versado en manejar a ese cúmulo de personajes casi siempre nefastos, en ocasiones directamente protonazis, en un relato que nunca puede o quiere alejarse demasiado de los hechos reales en que se basa. Ello deriva en un aire inclasificable, inesperado para un film de Howard, pero también en cierta confusión a la hora de definir sus intenciones que se multiplica por dos debido a las más de dos horas que dura.


Relacionado

Uno adivina que el análisis del descontento alemán en el periodo de Entreguerras que derivó en la segunda gran cotienda del siglo pasado, aplicado a estos colonos de las Galápagos y las distintas formas de fanatismo que se asocian con la supervivencia, quieren trazar una evidente metáfora de tiempos modernos (Law enuncia, con falso acento alemán, que la democracia lleva inevitablemente al fascismo y la guerra). Pero esto no se aplica del todo, como tampoco la combinación de géneros que ofrece el film (¿es un drama de época? ¿Es un thriller «true crime»? ¿Es un western? ¿o es acaso un relato aventurero?) pero le da campo abonado a Ana de Armas para, mientras puede, adueñarse del film con el papel más goloso de la funcion, cosa que la actriz aprovecha.

Hay momentos, destellos en Edén, que hacen pensar en qué hubiera sido de ella en manos de, por ejemplo, un realizador con genuino e inteligencio desprecio por la raza humana como Paul Verhoeven, que trasladase la misantropía que asoma en escenas como la de la cena a otros episodios del largometraje. En manos de Howard son solo eso, una pequeña burla de la búsqueda del superhombre de un conjunto de personas fallidas que no hacen reír o llorar en un film que no se encuentra en ese tono entre malsano y solemne.