Desde Barcelona parte el Tour 2026, el que sube 2 veces Alpe d´Huez
El recorrido del Tour de Francia 2026 confirma una tendencia que ya venía de lejos: la contrarreloj ha dejado de contar. Si en los años de Indurain o Armstrong las cronos sumaban más de 100 kilómetros y podían decidir una carrera, ahora son un apunte casi decorativo.
La edición de 2026 penaliza el reloj como nunca antes en la historia moderna del Tour, con apenas una crono individual de 26 km y una crono por equipos inicial de 19 km en Barcelona.
Menos de 50 kilómetros en total, una cifra que consolida la década de la montaña y del ataque en cuesta, donde los escaladores y los puncheurs campan a sus anchas y los «Evenepoels» ya no tienen su terreno.
La salida desde Barcelona marca la pauta del recorrido y condiciona los Pirineos, igual que en 2023 ocurrió con Bilbao, pero más.
Apenas tres días después del Grand Départ, el Tour ya entra en Francia por Les Angles, con casi 4.000 metros de desnivel acumulado.
Un inicio duro que obliga a los favoritos a correr desde el minuto uno, sin el margen clásico de las primeras semanas.
Los Pirineos vuelven a ser protagonistas prematuros: Aspin, Tourmalet, Gavarnie-Gèdre, todos en la primera semana.
Un arranque explosivo que, como en 2023, puede dejar la general tocada antes del primer descanso.
Tras ese bautizo montañoso, el Tour se retuerce por el Macizo Central y los Vosgos, un bloque central de terreno quebrado, emboscadas y etapas trampas.
El paso por Le Lioran revive el recuerdo del único día en que Vingegaard logró derrotar a Pogačar en los últimos dos años. Sin embargo, el diseño sigue un patrón claro: mucho desnivel, poca regularidad, nada de contrarreloj.
Y todo conduce a los Alpes, donde ASO guarda su as bajo la manga: la doble ascensión al Alpe d’Huez en las dos últimas etapas de montaña.
Si ayer nos preguntábamos por Alpe d´Huez: dos tazas
Primero, una jornada corta y agresiva desde Gap; después, una segunda subida por el Col de Sarenne, inédita y durísima, tras pasar el Galibier y la Croix de Fer.
No se veía un doblete así desde 1979.
Es, sin duda, el gran golpe de efecto del recorrido, el sueño televisivo y la pesadilla para las piernas.
Un cierre que eleva el dramatismo pero también refuerza la sensación de espectáculo sobre equilibrio.
El Tour 2026 será, en palabras de Christian Prudhomme, “una carrera in crescendo”.
Pero ese crescendo tiene un precio: el desequilibrio.
Con cinco finales en alto (seis si contamos la segunda subida al Alpe), la única crono seria perdida en la tercera semana y un cierre urbano en Montmartre sin sprint tradicional, el Tour abandona su esencia de prueba para todos los públicos.
El último guiño al cronómetro —la etapa entre Évian-les-Bains y Thonon-les-Bains— apenas servirá para ajustar posiciones.
Para Evenepoel, no habrá terreno real para marcar diferencias.
Si quieren ganar, deberán hacerlo como escaladores, no como especialistas.
Aunque, sinceramente, más kilómetros de crono no sé si serían suficientes para acercarle de forma definitiva a Pogacar.
En definitiva, el Tour 2026 lleva al extremo una deriva ya conocida: la del espectáculo inmediato, la montaña encadenada y el riesgo calculado.
Una carrera diseñada para los Pogacar del siglo XXI, capaz de atacar en cualquier rampa, pero que deja fuera de juego a toda una tradición de corredores.
El Tour sigue siendo el Tour, sí, pero ya no busca al más completo.
Busca al más explosivo.
Y entre tanto fuego artificial, la crono desaparece sin ruido, como si nunca hubiera ganado cinco Tours seguidos un tipo llamado Indurain.
Imagen: A.S.O./Etienne Coudret



