Bradley Wiggins. EFE/ALEJANDRO ERNESTO/Archivo
El ciclista británico Bradley Wiggins, campeón del Tour de Francia en 2012 (el primer británico en lograrlo) y cinco veces medallista de oro olímpico, ha presentado su autobiografía The Chain, que guarda impactantes revelaciones sobre su vida más allá del ciclismo. En el libro, Wiggins abre una línea directa tanto al logro como al dolor, comentando el abuso sexual que sufrió en su adolescencia, la difícil relación con su padre y los años de autodestrucción que le siguieron tras su retirada.
Wiggins alcanzó la cima del ciclismo mundial en 2012 con la victoria en el Tour de Francia y sus múltiples éxitos olímpicos y mundiales, que lo consagraron como uno de los grandes nombres del deporte británico. Sin embargo, en The Chain revela que esa cumbre convivía con grietas profundas en su interior. Según la sinopsis editorial y entrevistas recientes, el libro “trayectoria de gloria, abismo y reconstrucción”, plantea cómo el éxito por fuera ocultaba una vida fracturada.
Una de las revelaciones más duras es que cuando tenía unos 13 años fue víctima de “grooming” (acoso sexual), por parte de un entrenador. Wiggins afirma que: “me prepararon cuando era joven, tendría unos 13 años, y nunca lo acepté del todo”. Añade que el impacto de ese abuso lo afectó en la adultez. Además, señala que no lo denunció en su momento porque su padrastro era violento, lo que limitó su capacidad de confidencia.
Este trauma inicial, junto con una infancia marcada por la distancia con su padre, aflora en el relato como un factor que empujó a Wiggins a refugiarse en la bicicleta, a buscar una identidad fuera de su hogar, a intensificar el entrenamiento y los logros como vía de escape.
Tal y como cuenta Wiggins, su vida después del deporte profesional fue una caída libre hacia la autodestrucción. En The Chain confiesa que se convirtió en lo que él define como un “adicto funcional”: “Había veces en que mi hijo pensaba que me iban a encontrar muerto por la mañana”. Revela también que cuando ya no competía tenía un problema muy serio con la cocaína.
Bradley Wiggins con el trofeo en París REUTERS/Jerome Prevost
Uno de los episodios más simbólicos que narra es que utilizó su medalla de oro olímpica como superficie para esnifar cocaína, una imagen cruda que él mismo describe como “orinar sobre mi propio logro”. En una entrevista con The Times explica: “Estaba drogado la mayor parte del tiempo durante muchos años. Hice una línea de cocaína sobre mi medalla de oro”.
El vacío tras la retirada y el freno de la rutina deportiva lo dejaron sin un “yo” claro. Este tramo negro, considerado como el más infeliz de su vida, incluyó su bancarrota, el consumo imparable y la ruptura de figuras cercanas. El relato va más allá de la adicción, ya que habla de odio propio, sabotaje consciente y una lucha contra sí mismo que tardó años en reconocer.
El final del libro apunta a un camino de reconstrucción. Wiggins aclara que fue víctima de sus propias elecciones y que ahora tiene mucho más control sobre sí mismo. Indica que recibió ayuda, algunas propuestas como la de Lance Armstrong para financiar el tratamiento y que ya no bebe vino, ya que cuando bebía acababa comprando drogas.
También aborda la muerte de su padre, Gary Wiggins, exciclista australiano, quien fue hallado inconsciente en una calle de Aberdeen (Nueva Gales del Sur) en enero de 2008 y murió horas después por una lesión en la cabeza. Ante ese suceso, Wiggins comentó: “Fue un asesinato, no tengo dudas”.
El libro y las entrevistas describen que ahora Wiggins vive con estructura, se despierta a las 6:15 horas, hace ejercicio, cuida su salud y sigue terapia. Según él: “he empezado a vivir como si fuera profesional otra vez” en términos de hábito y rutina.
El relato de Wiggins rompe la narrativa de campeón imbatible. Muestra que el éxito deportivo no está exento de vulnerabilidad. Al confesar abusos, adicción y crisis personal, abre una puerta para que se hable de salud mental, del impacto de la infancia en el rendimiento y del coste personal de la élite.