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Hay discursos que se pronuncian desde un podio y otros que se sostienen con medio siglo de práctica silenciosa. El de Graciela Iturbide, al recibir el Premio Princesa de Asturias de las Artes 2025, fue ambos a la vez. Una intervención breve que dejó claro que, para ella, la fotografía es una forma de estar en el mundo. Después de que los flashes captaran los estilismos de Leonor, Letizia y Sofía en la alfombra azul del Campoamor, su voz serena detuvo el tiempo.

Graciela Iturbide y la ventana de unos centímetros que lo contiene todo
«He pasado más de medio siglo de mi vida mirando al mundo por una ventanita que apenas mide unos escasos centímetros cuadrados». Con esa frase, Iturbide resta importancia al prestigio y muestra que la cámara es solo una herramienta para mirar con humildad.
Frente a la obsesión actual por la verdad absoluta de la imagen, Iturbide responde con honestidad: «la fotografía no es la verdad, sino la interpretación de una realidad». La artista rompe con la idea de que la foto muestra la realidad tal cual es y apuesta por una forma de mirar más personal y humana.
Iturbide insiste en que sus imágenes no le pertenecen. «No me siento dueña de mis imágenes», dice, y ni siquiera se molesta si las manipulan. Porque para ella, el poder de la fotografía no está en el control, sino en la resonancia colectiva.
También nos enseña que el arte no debería tener fronteras. «Por fortuna, el arte fotográfico no conoce pasaportes», reivindica.
Quizá el momento más íntimo y revelador del discurso llega cuando afirma: «no podría sacrificar una de mis vertientes sin mutilarme a mí misma». En vez de buscar una identidad pura, acepta esa mezcla como parte de su riqueza. Y ahí está su mayor lección: aprender a convivir con nuestras contradicciones.
El discurso de Graciela Iturbide no busca impresionar, pero deja una lección clara sobre cómo mirar y estar en el mundo.
La frase que sintetiza este enfoque es:
«La fotografía es el arte que lidia con el tiempo, que lo desafía, lo fija y, a veces, lo mata».
En un mundo rápido y desechable, Iturbide apuesta por una forma de mirar más lenta y consciente, que da valor a lo que suele pasar desapercibido.