Entrevista
Entre cuadros y esculturas, bajo la luz cálida que entra por los
escaparates —y la suya propia, la que emana de su persona—, la
coleccionista de arte habla con pasión y con una ilusión que se
transmite y contagia a través de su enorme mirada.
Fecha de publicación:
10 noviembre 2024, 1:06h
Actualizada:
24 noviembre 2024, 21:32h
El sol brilla y se proyecta con fuerza sobre el número 40 de la
calle Villanueva de Madrid, en el corazón del barrio de Salamanca.
Dentro de la galería de arte María Porto & David Bardía, los
lienzos y esculturas parecen respirar.
Hay color, buena energía y calma: un equilibrio perfecto entre
emoción y belleza, entre talento y verdad.
De una de las paredes se abre una puerta que parece mágica y se
escucha la voz de la anfitriona. “Dame un segundo, por favor. Pero
antes dime: ¿quieres algo?, ¿estás bien?, ¿qué necesitas?”.
Ella es María Porto (Madríd, 1969), la respetada y
destacada galerista y coleccionista de arte, que abre las puertas de
su casa a Magas con los brazos en cruz y una sonrisa que le
ocupa todo el rostro.
María Porto
se mueve entre las obras con una gracia y una naturalidad
inauditas, como si fueran parte de su piel, como si la reconocieran. Está
concluyendo una producción de moda con esta revista, pero tiene la
energía de quien acaba de empezar el día. Es una máquina. Está
perfecta, lúcida, serena, ideal en forma y fondo.
Porto es un ser divino que habla del arte como quien habla de la
vida.
En realidad, es su vida.

Total look de The 2nd Skin Co. y zapatos de Uniashoes
Lo aprendió todo de su referente, su padre, el maestro Juan Antonio
Porto, guionista de películas como El bosque del lobo,
El crimen de Cuenca, Beltenebros, la serie de
televisión La forja de un rebelde y
La conjura de El Escorial, con la que concluyó su carrera.
El genio de las letras falleció en febrero de 2021 a causa de la
Covid.
“Mi padre es mi debilidad. Y hablo de él en
presente porque tengo la teoría de que sigue conmigo. Me comunico
con él. Tuve mucha suerte con él.
Era un hombre raro para la época, en el sentido de que
era avanzado, progresista.
Vivíamos en la Gran Vía y, cuando le decíamos de jugar, nos sentaba
a mis hermanos y a mí y decía: ‘Hasta que no pasen tres señoras con
un abrigo de piel, no nos movemos’. ¡Y a lo mejor era otoño! Pero
eso hacía que observáramos a la gente, que nos fijáramos en cómo
vestían…
Nos despertó el amor por buscar, por preguntarnos cosas, por ser
curiosos”, explica Porto.

Gonhdo, el diseñador de los Premios Granada a la Cultura Europea
de EL ESPAÑOL: «Son únicos en la faz de la Tierra»
Entre cuadros y esculturas, bajo la luz cálida que entra por los
escaparates —y la suya propia, la que emana de su persona—,
la coleccionista habla con pasión y con una ilusión que se
transmite y contagia
a través de su enorme mirada. Es mucho más que una galerista o una
mujer sensible a lo bello: María Porto es un refugio de emociones,
de armonía y de descubrimiento constante.
“Mi padre era un progresista, raro para su época: me enseñó a ser
curiosa y el amor sin etiquetas”– María Porto


María, qué energía tan bonita se siente al entrar aquí. ¿Qué buscaba
transmitir con esta galería? ¿Qué significa para usted este lugar?
Nosotros llevamos toda la vida en el mundo del arte, tanto David, mi
socio, como yo. Para mí este espacio significa muchísimo, porque
supone una vuelta a la primera línea de la galería. Trabajé muchos
años en Marlborough y, en un momento dado, decidí cerrar el espacio
físico y dedicarme a trabajar directamente con coleccionistas en
compra y venta. Después de la pandemia sentí la necesidad de abrir
un lugar que permitiera acercar el arte sin miedo, sin vértigo.
Cuando conocí a David, decidimos convertir este espacio —que antes
estaba más enfocado al mercado secundario— en una galería de primera
línea. Ser galerista es una manera de vivir: tener una galería
abierta es 24 horas al día, siete días a la semana.
¿Y qué sentimiento le despierta este proyecto?
Alegría, descubrimiento, investigación, solera. Aquí están presentes
todos los grandes con los que he trabajado: Antonio López, por
ejemplo. Este lugar es mi casa, pero me gusta que también sea la
casa de todos. Me emociona cuando alguien entra y dice: “Guau, qué
bien se está aquí”.
Usted ha vivido siempre entre arte. Si tuviera que definir con un
hilo invisible todas esas etapas, ¿cuál sería?
La ilusión. La ilusión y la sensación de no haber trabajado un solo
día en mi vida. Dicen que quien ama lo que hace no trabaja, y es
verdad. Mi hijo, cuando era pequeño, me decía: “Mamá, a ver si lo
amas un poco menos”, pero es que… esto es una forma de vivir. Llevo
33 años —empecé en el 92— y sigo manteniendo la misma ilusión que el
primer día. Este trabajo te mantiene viva porque siempre descubres
algo nuevo. En este trabajo nunca lo sabes todo: siempre hay un
artista nuevo, un movimiento nuevo… Es como ser un niño de cinco
años cada día.

¿Y cómo ha cambiado su manera de mirar el mundo a lo largo de estas
tres décadas?
El ojo se educa. Soy mucho más reflexiva y tranquila. Antes era más
impulsiva, creía que mi opinión era la única válida. Con el tiempo
he aprendido que hay muchas miradas posibles y que hay grandes
artistas fuera del mercado. También he aprendido la paciencia de
sentarme delante de una obra que no entiendo del todo y dejar que me
hable. No pienso que el equivocado sea el artista, sino que quizá
hay algo que yo aún no he descubierto.
Esa forma de mirar también habla de su empatía. ¿La aplica del mismo
modo en su vida personal?
Sí. Puede que a veces yo parezca muy boom, pero adoro intentar
ponerme en los zapatos de los demás. Cuando alguien me dice “yo eso
no lo haría”, pienso: “yo tampoco, quizá… pero, ¿qué ha vivido esa
persona para hacerlo?”. Intento comprender a los demás desde ese
lugar. No soy un ser perfecto, pero los intento comprender.
¿Quién fue la persona que le abrió los ojos al arte?
Mi padre. Desafortunadamente ya no está, falleció durante la
pandemia, pero me enseñó a mirar la vida con libertad. Era un hombre
intelectual, empático y muy avanzado para su época. Cuando vivíamos
en una España no tan abierta, él ya me hablaba del amor sin
etiquetas, de la amistad, del respeto. Crecí viéndole conversar en
cafés con el mismo respeto a directores de cine y a los limpiabotas
de la época. Él me decía: “De todo el mundo puedes aprender”.


Escultura de resina pintada y base de metal de Robert Panda, Mixed
feelings Oceanic #1
Imagino que sería una casa llena de libros de cine, de música, de
arte…
En casa teníamos todos los libros, y siempre nos pedía que
tuviéramos curiosidad, que preguntáramos las cosas. Me enseñó a
escuchar música clásica, a disfrutar de la ópera, a mirar con
atención. Escribía los guiones y me los dejaba leer. Hizo la
adaptación de La Regenta, El crimen de Cuenca… Fue
un hombre maravilloso. Tuve la suerte de acompañarle hasta el final
y de tener con él conversaciones preciosas. Me da mucha pena que él
no esté, pero tengo mucha paz. Mi padre estuvo escribiendo hasta el
día que se fue. Me dejó una frase escrita poco antes de morir que
guardo como un tesoro: “Solo me llevaré lo que es mío, mi
alter ego; todo lo demás se quedará con vosotros”. Y lo
firmó JAP, sus iniciales, Juan Antonio Porto.
Qué hermoso legado, María.
Sí. Y por eso creo que sigue cerca, de alguna forma. Me enseñó
tanto… que incluso cuando no está, sigue guiándome.

La vida dedicada al arte de María Porto, lejos del foco público:
«Los galeristas somos una especie de confesores»
Ha mencionado antes a jóvenes artistas. ¿Le interesa más descubrir
nuevos talentos o reinterpretar a los consagrados?
No podría elegir. Descubrir es muy bonito, pero también me gusta
mostrar a artistas consagrados desde una mirada diferente. El año
pasado, por ejemplo, cubrimos la fachada de El Corte Inglés de
Serrano con una obra gigante de Luis Gordillo. Nunca había salido a
la calle de esa forma, y fue un espectáculo. Pero acompañar a los
que empiezan es emocionante. Me apasiona. Es un mundo difícil, lleno
de puertas que se cierran. Vivir con ellos sus primeras ferias, sus
primeras ventas, sus miedos… eso es pura emoción.
¿Podría mencionar algunos de esos artistas emergentes que van de su
mano?
Por supuesto. Gonhdo, por ejemplo, al que tú conoces perfectamente,
que lo entrevistaste para Magas, hizo su primera exposición con
nosotros y hoy expone en Nueva York y China. Pepe Baena, al que
descubrimos gracias a María López, la hija de Antonio López. Su
evolución es fantástica: pinta Cádiz, el pescaíto, la sandía, la
silla de playa… O la portuguesa Ana Malta, a quien descubrimos dando
un paseo por Lisboa; hoy su obra viaja a ferias internacionales.
También Robert Panda, un escultor al que vimos en Lisboa y que ahora
trabaja en proyectos internacionales, o José Palacios, muy
reconocido fuera de España pero poco conocido aquí. Qué curioso,
¿verdad? Triunfa en China, en Japón, en Reino Unido… Y después en su
tierra. Y Ángela Mena, a la que descubrimos en Sigüenza. Es una
sevillana con una técnica fascinante, a la que pronto dedicaremos
una exposición.

Total look de Elisabetta Franchi, pulseras de HERMES, anillo de
Majorica y zapatos de MAGRIT
Óleo sobre lienzo de lino de Ángela Mena, Vínculos salvajes

En un mundo tan digitalizado, ¿cómo se mantiene viva la experiencia
física y casi espiritual de contemplar arte?
Tú lo has dicho: es que es una experiencia física y espiritual. Las
redes sociales son maravillosas: permiten descubrir artistas,
difundir proyectos. No estoy en contra, al contrario, hago cursos de
inteligencia artificial para no quedarme atrás. Pero la experiencia
de enfrentarse físicamente a una obra, de ver las texturas y los
matices, es insustituible. Quiero ser una mujer contemporánea,
quiero saber qué está pasando. La tecnología nos informa, pero no
puede reemplazar el alma. Un cuadro pintado con emoción, con
memoria, tiene algo que ninguna pantalla puede transmitir. Llevo
toda la vida escuchando que la pintura ha muerto, pero mientras haya
seres humanos, habrá quien necesite escribir, actuar o tocar un
instrumento. No tengo nada en contra de las redes sociales: son un
vehículo, pero nunca podrán sustituir la experiencia de ver una obra
de arte en persona.
Usted es una mujer referente en el mundo del arte. ¿Qué papel tiene
la mirada femenina en su galería?
Cada vez más importante. He tenido la suerte de trabajar con grandes
artistas como Antonio López o Julio López, casados con mujeres
extraordinarias —María Moreno, Isabel Quintanilla— que quedaron a la
sombra de sus maridos, grandes artistas. Hoy los museos están
recuperando sus obras, y eso me parece justo y necesario. El Thyssen
acaba de hacer una exposición de Isabel Quintanilla, la mujer del
escultor Francisco López.
¿Y en su galería?
En nuestra galería trabajamos con artistas como Ángela Mena, Amelia
García Escoda o Ana Malta, entre otras. Pero es cierto que sigue
siendo un mundo exigente, de soledad y disciplina.
“No tengo nada en contra de las redes sociales, pero nunca podrán
sustituir la experiencia de ver una obra de arte en persona”– María Porto


Y usted, más allá del arte, en su vida personal, ¿ha sentido alguna
vez el peso de estar “a la sombra de”?
He intentado que no, por carácter. Siempre he estado enfocada en mi
carrera profesional, pero es verdad que cuesta quitarse el
sambenito. Todavía vivimos en un mundo donde se dice “la mujer de…”,
pero nunca “el marido de…”. Por suerte, los tiempos cambian. Y
medios como el vuestro me han ayudado mucho a mostrar mi trabajo.
Eva Longoria estuvo casada con el jugador de baloncesto Tony Parker
y contaba hace poco, en el documental de su amiga Victoria Beckham,
que las mujeres de los otros jugadores se le presentaban como:
“Hola, soy la mujer de…”. Y ella les decía: “¿Pero no tenéis nombre
propio?”
¡Exacto! Yo nunca me he presentado como “la mujer de…”. No por nada,
yo no reniego de mi expareja ni de mi actual pareja, pero es que ser
“la mujer de…” no es un título. O al menos no es un título que haya
que usar.
¿Y cómo vive esa relación con otras mujeres?
Adoro a los hombres, me parecen interesantísimos, pero no vivo en
guerra con ellos. Lo que sí reivindico es que hay mujeres
potentísimas, brillantes, y que el networking entre
nosotras es maravilloso. Yo tengo grandes apoyos femeninos: amigas
que son periodistas, abogadas, vicepresidentas de empresas, y que me
inspiran cada día. Si necesito consejo profesional o emocional,
levanto el teléfono y sé que estarán ahí. Hay que desterrar ya el
tópico de que las mujeres somos envidiosas o rivales. Mis mayores
apoyos son mujeres.

Traje de Martin Alcalde, camisa de Lola Casademunt y zapatos de
LODI
¿Qué le inspira más: la belleza o la verdad?
La verdad. Sin verdad no hay belleza.
¿Le han mentido mucho?
Todo el mundo engaña. A veces me dicen que soy ingenua, pero lo que
soy es transparente.
Pero usted es muy observadora. Es difícil colársela, ¿no?
Me las han colado (ríe). Me han engañado, claro, pero
prefiero eso a vivir con desconfianza. Creo que la belleza auténtica
está en lo verdadero, incluso cuando no es “bonito”. Hay obras que,
desde el canon estético, pueden parecer extrañas, pero si están
hechas desde la verdad, tienen una belleza distinta, más profunda.
Ha estado cerca de figuras claves de la cultura y el arte. ¿Quién le
ha dejado huella?
Muchos. Alex Katz, por ejemplo, me impresionó profundamente. Hizo
una exposición el año pasado en el Reina Sofía. Antonio López me ha
marcado por su mirada; Paco Calvo Serraller, por su paciencia y su
sabiduría; y Pierre Levai, presidente de la galería Marlborough
cuando yo empecé, que era una persona difícil, pero me enseñó la
dureza del mundo del arte. También me marcan los jóvenes, los que
empiezan con ilusión y vértigo. Y también me dejan huella las
personas que no conocen la obra de un artista, pero que ven una
pintura o una escultura y deciden llevársela a su casa para convivir
con ella el resto de su vida… Eso me sigue poniendo la piel de
gallina. Es mágico.


Traje beis de Martin Alcalde, collar de Majorica y zapatos de
Uniashoes
María, ¿y si el arte es una forma de resistencia: contra qué resiste
usted?
Yo no resisto contra, sino a favor. A favor de la vida, del color,
de la belleza, de esta conversación. Me resisto a la envidia, eso
sí. La envidia es una carga pesada que impide avanzar. No soy
envidiosa, y creo que eso me ha hecho libre. El padre de mi hijo
nunca se ha ocupado de él, por ejemplo, y te digo que yo sola ya he
superado: infancia, adolescencia, carrera, máster… ¡Ya trabaja!
¡Tengo la hipoteca pagada! Todo lo que tengo lo puedo invertir en
arte y en crear. Quien envidia no puede ser feliz, porque siempre
habrá alguien más guapo, más joven o más exitoso. Es una mochila de
piedras.
¿Y qué le conmueve ahora mismo, fuera de los focos?
Las cosas más sencillas. Ir a una exposición, charlar con un amigo,
pasear con mi chico por el campo, una comida en casa con mi hijo y
su novia, un libro, un vino, una buena película.
Conservo a mis amigos de toda la vida, algunos desde los siete años,
y me encanta descubrir personas nuevas. A mi edad sigo encontrando
gente maravillosa. La vida está en eso: en los cafés, las risas, los
pequeños momentos.
¿Y el futuro? ¿Cómo lo imagina? ¿Su hijo tomará las riendas de la
galería?
Tengo 56 años y estoy fenomenal, pero sé que el tiempo pasa. No
quiero que mi hijo se sienta obligado a seguir mi camino; quiero que
haga el suyo. Trabajo con un equipo joven y me emociona pensar que
ellos podrán continuar este proyecto algún día. Espero seguir muchos
años con ilusión, con curiosidad, con ganas de aprender y de
compartir.


Óleo sobre lienzo de lino de Ángela Mena, The power of Blue
Déjeme cerrar con una pregunta clásica. ¿Qué opina usted de esas
obras provocadoras, como el plátano pegado con celo en la pared?
(Ríe) Mira, una cosa es el arte y otra el mercado del arte.
Pero el arte siempre ha sido provocación y protesta. Duchamp ya lo
hizo con su urinario y Warhol con sus objetos cotidianos. El arte
tiene que hacernos pensar, reírnos, enfadarnos incluso. No me atrevo
a juzgar la creación de nadie, porque cada artista nos está contando
algo desde su verdad. Otra cosa es el precio que el mercado le
ponga.
Y para terminar, dos deseos: uno personal y otro profesional.
En lo personal, ser buena persona, seguir manteniendo a mis amigos,
que mi hijo y su chica sean felices, continuar con mi pareja —que
por primera vez entiende mi mundo, porque también es galerista—. Y
en lo profesional… virgencita, que me quede como estoy. Seguir
trabajando con los artistas de siempre, creciendo con los nuevos y
dejando algo bonito detrás. Que cuando alguien mire una obra y diga
“esa fue mi primera exposición con María”, o piense “era una buena
profesional”, sienta que he dejado una huella.
Trabajadora incansable, con un gusto infalible y una sensibilidad
que trasciende,
María Porto ha hecho del arte su forma de estar en el
mundo. Cercana, atenta y vital, ha logrado convertir su galería en un
espacio donde la belleza y la emoción conviven en equilibrio ideal.
Un lugar, como ella misma, donde la luz siempre encuentra su manera
de entrar.
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