No confiaba en hallar ningún indicio después del trabajo de la policía científica, pero Moya quería hacerse una composición del lugar. Era mucho mejor que … las ideas tuvieran un escenario, poder ordenar los sucesos en un tiempo y un espacio concretos. Le parecía oír a Eusebio Fernández: «El caos es la locura, Joaquín. Ordena el mundo con unas reglas. No importa tanto las que sean».

El bosque de la Alhambra le había inquietado desde niño, aunque no pudiera resistirse a frecuentarlo. Abarrotado de turistas la mayor parte del día, misterioso y solitario por la noche, transitado sólo por noctámbulos. Desde la plaza Nueva, subiendo por la Cuesta de Gomérez y atravesando la Puerta de las Granadas, podías sumergirte en otro tiempo, en un lugar conocido y desconocido a la vez, pues nadie había revelado totalmente los secretos del Castillo Rojo, situado en la margen izquierda de río Darro y elevado al este del centro urbano, frente al barrio del Albaicín y de la Alcazaba, asiento de la antigua Iliberis. Una fortaleza estratégica, construida en amparo y refugio de la población, pero donde uno también podía morir.

El sitio donde habían encontrado el cadáver estaba todavía delimitado con una cinta y custodiado por un policía. A Moya le sorprendió descubrir que no era muy lejos del banco adonde solía ir con Luisa, de la que se había acordado esa misma mañana: en la ladera del bosque, a la izquierda del camino que asciende hasta la Puerta de la Esplanada, más conocida como Puerta de la Justicia, y célebre por los talismanes de la mano y la llave, que según la leyenda de Irving cuando se junten descubrirán los tesoros de la Alhambra. Al menos eso era lo que le contaba a Joaquín Moya su padre, que prefería sin embargo la explicación esotérica sobre estos símbolos: la mano, cuerpo; la llave, espíritu. «Céntrate en los hechos, Joaquín», pensó, como si hablase con Eusebio Fernández; «y déjate de símbolos». Eran casi las tres de la tarde, y el policía parecía aburrido.

– Buenas tardes. Soy Joaquín Moya.

– Buenas tardes. Me han avisado de que vendría –llevaba el uniforme azul de la policía nacional, más moderno de lo que recordaba Moya, un mono con cazadora de cremallera, apropiada para el mes de octubre y el viento frío que empezaba a soplar desde la sierra, con la insignia del cuerpo en la pechera. Se trataba de un agente joven, calado con una gorra, al que no podía ver los ojos tras las gafas negras. Mediría un metro ochenta y tenía un amplio pecho–. Moya no podía evitar tomarle mentalmente las medidas, como tampoco acostumbrarse a las nuevas hornadas de policías, que se machacaban en el gimnasio y se dejaban una barba rala para terminar pareciéndose a un Geyperman, los muñecos con los que él jugaba de niño.

El espacio donde habían hallado el cadáver era un claro de unos dos metros cuadrados, a la sombra de un gran almez, pero Moya se percató de que lo habían arrastrado un poco, o quizá arrojado desde algún sitio, pues se veían arbustos aplastados en la pendiente, cerca del lado inferior del rectángulo que formaba la cinta adhesiva. En ese bosque cazaba el rey Mulhacén, o eso contaban las crónicas.

– ¿Quién encontró el cadáver?

– Uno de los jardineros.

– ¿Alguien movió el cuerpo?

– Nadie del personal del recinto. Probablemente el hombre paseaba por el camino que bordeaba la cuesta.

G.F.D. llevaba unas 36 horas muerto, pensó Moya, por lo que debieron de atacarlo en la noche del lunes. Miró hacia la ladera del monte. Arriba, entre el ramaje tronchado, podía distinguir la silueta de la Torre de la Justicia.

Sinopsis

Un cadáver en el bosque de la Alhambra sin signos de violencia, pero sin una sola gota de sangre en su interior, es el primer hallazgo macabro al que deberá enfrentarse Joaquín Moya, forense de la policía científica y actualmente profesor de la Facultad de Medicina de Granada. ¿Tendrá el Castillo Rojo un nuevo rey? Meses después de investigar en Madrid los crímenes de la Dama Negra, Moya tendrá que enfrentarse a todos sus demonios personales en su ciudad natal. ¿Es posible que haya resucitado su mejor amigo, Miguel Serrano, a quien vio morir en el cementerio de Ronda? Para descubrirlo, el forense contará con la valiosa ayuda de Carmen Mendoza, periodista célebre después de escribir Para quien no brilla la luz, algo más que una novela de vampiros, pues la sociedad sufre una enfermedad contagiosa que quizá radique en su propia debilidad. A pesar del sol continúa esta historia profana, siniestra y oscuramente erótica. Una fantasía de amor y muerte para a explorar las caras ocultas de la realidad.

Para quien no brilla la luz tuvo muy buenas críticas:

Turbadora y absorbente historia, excelente combinación de novela gótica y thriller policíaco; Carmen R. Santos, ABC Cultural.

Este libro del que hoy hablo no es una brisa de aire fresco, sino un chorro dirigido a la cara. Es innovador, es perturbador y en ocasiones es jodidamente extraño. No tanto como pudieran serlo los sueños de David Lynch, pero tal vez como los de Freud o Jung. Desde luego, convencional no es; Diego Palacios Marxuach, Libros y literatura.