A Encarna Couceiro y a Soledad Losada las une la amistad, pero también el ser las depositarias de un episodio de la historia de España pintada en decenas de platillos de café, fuentes y otras piezas de loza que han sobrevivido a un atentado, al paso del tiempo y a los kilómetros. La historia empieza a principios del siglo pasado, cuando los Losada Badía y los Gómez Almoyna se conocen y se hacen amigos, una amistad que cultivan a pesar de la distancia y las idas y venidas de unos y de otros y que, ya en los setenta, en A Coruña, mantienen viva, casi a diario, dos de sus miembros: Soledad Losada, a quienes todos conocen por Nena, y Ramón María Gómez Almoyna, a quien nadie llamaba por su nombre, sino Moncho.

«Su padre, el general Gómez Pomares, era mutilado de guerra y se murió pronto, entonces, su mujer, que era de los Almoyna, una familia que tenía muchas propiedades en A Coruña, se fue a Madrid y fundó una de las mejores tiendas de antigüedades de la ciudad, en la calle Hermosilla, en pleno Barrio de Salamanca y él, en los años 70, tenía otra aquí, en la calle Tinajas, que se llamaba El Quinqué», relata Soledad, que recuerda que fueron los Almoyna los que vendieron al Concello —siendo alcalde Francisco Vázquez— la casa en la que vivió María Pita, en el número 28 de la calle Herrerías.

Como parte de la familia vivía en Madrid, Moncho viajaba mucho allí y se convirtió en especialista en buscar tesoros perdidos en el mercadillo de El Rastro, cultivó una de sus grandes pasiones, la pintura de Picasso, y conocía también los entresijos de la ciudad y sus gentes. «En Madrid, a mediados del siglo pasado había un mesón, que se llamaba El Segoviano, donde se daba cita toda la intelectualidad tanto de España como del extranjero y estaba decorado con cacharros que los artistas pintaban y dejaban allí. La joya de la corona es una fuente que Moncho decía que era de Picasso y él era un gran experto», explica Soledad, que encuentra paralelismos entre esta cerámica y el cuadro Blanquita Suárez, porque ambos comparten «formas y colores».

Plato que quizás pintó Picasso

La fuente que quizás pintó Picasso / Iago López / Iago Lopez

A principios de los 2000, Soledad escribió a Josep Palau i Fabre, uno de los mayores expertos en la obra de Picasso, para comentarle que tenía en su casa esta pieza que podría haber salido de las manos del pintor malagueño. Palau i Fabre, recuerda Soledad, le dijo que sería «muy interesante» para él ver la obra y, como tenía un viaje pendiente a Galicia, quedaron en encontrarse entonces. Pero esa reunión nunca llegó a producirse porque el investigador falleció en 2008, a los 90 años, en Barcelona sin poder acreditar si, efectivamente, esa obra era o no picassiana.

«Si la analizamos bien, es un arlequín, que es una figura que está muy presente en su obra, sus manos forman una paloma, que es otro símbolo de Picasso, el falo enroscado lo ha hecho en más piezas y los colores son los mismos que los de Blanquita Suárez», explica Soledad, convencida de que fue el autor malagueño en una de sus visitas a Madrid quien pintó la fuente.

Pero ¿cómo acabaron en sus manos todos estos platos y por qué dejaron Madrid para ser custodiados en A Coruña? Moncho conocía, como todos los intelectuales, las joyas que colgaban de las paredes de El Segoviano y, cuando el restaurante sufrió un atentado allá por los años setenta, les hizo una oferta a los dueños por todas las obras que se habían salvado, que eran más de un centenar y que habían atesorado durante décadas. Las compró todas y se las llevó a A Coruña y, pasado el tiempo, se las dio a Soledad, que las tuvo, durante años, guardadas en el trastero y que, después de la muerte de Moncho, vendió en parte a su amiga Encarna, que tenía la ilusión de clasificar y estudiar cada una de las piezas para saber quién las había pintado o, al menos, desentrañar un poco más la historia que hay detrás de esa loza pintada y amarilleada por el humo del mesón y el paso del tiempo.

A pesar de sus ganas, las condiciones de Encarna no fueron favorables para que pudiese completar el proyecto, así que, de nuevo, los platos se quedaron almacenados en sus cajas, esperando a que alguien indagase en sus orígenes. «Hubo momentos en los que los tiraría todos, pero sabía que algunos podrían tener mucho valor», confiesa Encarna, que intentó que algún anticuario de Madrid cogiese su relevo, pero sin ningún éxito. Hace unos años, conoció a Alejandro Vázquez, fundador de la tienda Lume da Luma, especializada en antigüedades y arte local que acababa de abrir en la calle San Agustín y que enseguida mostró interés por estas piezas.

«Cuando las vi, me quedé alucinado porque las hay muy buenas. Entonces, empezamos a investigar porque, en aquel momento, la información que teníamos era inconexa. El plato que nos dio la pista fue uno con una jarra que pone: ‘Vinos buenos Casa Manolo’, y de ahí empezamos a tirar para identificar ese Casa Manolo que después supimos que era El Segoviano. Primero, nos enteramos de que en el local había habido un incendio, después descubrimos que en 1978 lo que había sucedido en realidad había sido un atentado de Fuerza Nueva. Tuvimos que contactar con periodistas de Madrid y hacer muchas averiguaciones. Por los sellos de la cerámica sabemos que hay piezas de los 40, 50, 60 y 70», explica Alejandro, que lleva cinco años con su negocio en el bajo en el que antes tenía una de sus tiendas la mercería Elvira.

«Sabemos que había muchas piezas, muchas más de las que tenemos nosotros, pero que no todas sobrevivieron. Hay de todo, bandejas, platos grandes, de café… Muchos están firmados pero son firmas irreconocibles en el estado en el que están. Estas piezas tienen un problema añadido: la pintura no está barnizada, entonces limpiarlas es muy complicado», relata Alejandro, que con el plato que más avanzó fue con uno de un gallo, que pone Serrano y que, por la época de la cerámica, cree que podría haber sido pintado por un artista mexicano que estuviese en el mesón en una de sus visitas a España. «Yo estoy seguro de que aquí hay obras de artistas importantes. Sabemos a ciencia cierta que Picasso paraba en este lugar, yo no puedo asegurar que la fuente sea suya, pero es muy plausible que sí», relata Vázquez, ante solo una pequeña muestra de toda la loza que Moncho rescató del olvido y a la que quieren devolver su memoria.

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