El reciente robo de ocho joyas de valor incalculable en el Museo del Louvre ha reavivado el debate sobre la seguridad de las grandes colecciones artísticas, remitiendo inevitablemente a casos emblemáticos del pasado como el de los dos bocetos al óleo sobre tabla del maestro flamenco Pedro Pablo Rubens, sustraídos hace cuatro décadas en un museo de España y recuperados tras una compleja operación internacional.
Estas dos piezas, tituladas La Aurora (también conocida como Psique) y El Laberinto de Creta (o Dédalo y el Minotauro), desaparecieron en 1985 del antiguo edificio del Museo de Bellas Artes de La Coruña.
El robo, perpetrado en un contexto de notorias carencias en las medidas de protección del museo, evidenció las grietas del sistema de custodia de obras maestras que, entonces como ahora, se enfrentan a amenazas cada vez más sofisticadas.
Las obras, datadas en 1636 y concebidas por Rubens para el rey Felipe IV como parte de un programa decorativo, fueron valoradas en su momento en 3,5 millones de dólares en el mercado negro.
No obstante, su relevancia histórica y artística trasciende cualquier tasación económica. Su recuperación fue fruto de una investigación que se extendió durante siete años y que se desplegó en varios continentes.
La primera pista firme surgió en 1986, apenas cuatro meses después del robo. El Laberinto de Creta fue llevado al Museo Nacional de Estocolmo para su valoración. Allí, Görel Cavalli-Björkman, experta en pintura flamenca, detectó que se trataba de una obra robada al cotejarla con los registros del Museo del Prado.
La rápida alerta permitió activar mecanismos internacionales de colaboración, lo que desembocó en la incautación de la pintura cuando esta iba a ser vendida a coleccionistas particulares.
La localización del segundo boceto fue aún más novelesca. La Aurora permaneció oculta hasta 1991, cuando apareció en Miami en el marco de una operación encubierta organizada por agentes estadounidenses de Aduanas.
Fue clave en este hallazgo el testimonio y la pericia de Charles Scribner III, renombrado historiador de arte especializado en Rubens, quien certificó in situ la autenticidad de la obra en plena negociación de venta.
«Nunca pensé que mis estudios sobre Rubens me llevarían a una misión tan emocionante», declaró a Efe, calificando aquel episodio como «la mayor aventura» de su carrera.
Ambas pinturas fueron finalmente repatriadas a España en noviembre de 1992, marcando el cierre de una epopeya policial y cultural que se prolongó durante siete años. Su regreso supuso un hito en la protección del patrimonio histórico español y un ejemplo de cooperación entre instituciones culturales, judiciales y policiales de varios países.
Detrás del audaz robo se encontraba Ramón Ramudo, ciudadano español afincado en Estocolmo, identificado por los investigadores como el principal responsable de la sustracción. Según declaró, había adquirido El Laberinto de Creta por 30.000 dólares creyendo que era una copia sin valor.
La justicia sueca lo condenó inicialmente a dos años de prisión por posesión de bienes robados, pero un tecnicismo legal —una diferencia de apenas cinco milímetros en las dimensiones oficiales del cuadro— le permitió apelar con éxito la sentencia.
Durante el período de seis meses que legalmente le concedía la justicia sueca para preparar su apelación, Ramudo desapareció, probablemente llevándose consigo la segunda tabla. La reaparición de La Aurora en Miami permitió reabrir el caso y, finalmente, sentarlo ante los tribunales.
Esta historia, comparable por su intriga y repercusión con el reciente robo en el Louvre, subraya las vulnerabilidades persistentes en la protección de las colecciones artísticas y la necesidad de reforzar las redes internacionales contra el tráfico ilícito de patrimonio cultural. El arte, víctima frecuente del crimen organizado, sigue siendo también motor de cooperación entre naciones para preservar la memoria común de la humanidad.