Su altura física e intelectual, el paso largo de su edad, permiten a Antonio González Trigo (Vilagarcía de Arousa, 1933) mirar los asuntos en perspectiva amplia. Como arquitecto ejecutó, en el sentido estricto de la palabra, la Operación Muralla Limpia en Lugo. Esa labor liberó el monumento de las casas y los negocios que tenía apoyados a principios de los años 70. Le gustan la arquitectura y la acústica. Combinó sus conocimientos para diseñar los auditorios de Veterinaria y del edificio de Caixa Galicia en la Praza Maior.
¿Qué sabía usted de Lugo cuando vino?
Sabía que era un sitio en el que hacía mucho frío y nevaba porque era lo que leía en los periódicos en Vilagarcía, de donde soy. En 1968 aprobé una oposición a técnico de Hacienda. Mi padre estaba muriendo. La única plaza libre en toda Galicia era la de Lugo, así que solicité Lugo.
Cuatro años más tarde estaba usted tomando posesión de la muralla.
Era un paso necesario. No puedes rehabilitar lo que no es tuyo. Había que identificar al propietario.
Habría muchos candidatos.
Ninguno.Nadie la reclamaba. Nadie quería ser dueño de la muralla porque suponía mantenerla. Era lo que se conocía como un Bien Vacante sin Dueño Conocido. Tuve que hacer un expediente, en colaboración con la abogacía del Estado, sobre los elementos que tenía, las dimensiones y su estado de conservación. Hicimos una valoración simbólica de 200 millones de pesetas. Es simbólica porque un elemento como la muralla es imposible de valorar. Se calcula un valor de reposición,que es lo que costaría hacer el monumento en la actualidad.
¿No se considera el tiempo transcurrido, el valor histórico?
No, no. La finalidad era incorporarlo al patrimonio del Estado. El proyecto de la operación Muralla Limpia estuvo en exposición durante un mes.
¿Reclamó alguien?
No hubo ningún problema.
¿Cuál fue el siguiente paso?
Se estableció un decreto de expropiación de los edificios y las instalaciones, como las eléctricas, que estaban adosadas.
¿Qué fue lo más complicado? No le pregunto desde el punto de vista cultural o político, sino técnico.
Se contó con la feliz coincidencia de que yo fuese arquitecto de Hacienda. Era especialista en evaluaciones.
Lo había demostrado dando orden al catastro.
Tuve que hacer el catastro de Lugo entero. Cuando llegué había declarados 20.000 bienes urbanos y acabamos en 130.000 fincas. Había un nuevo plan de 1968 que duraba cinco años. Llegué con un año de retraso. Me las tuve que ingeniar sin cartografías y sin fotos aéreas.
Volvamos a Muralla Limpia. Se valió usted de un arma secreta: una Olivetti 101.
Siempre he sido aficionado a las maquinitas. Era el primer ordenador de mesa. La Nasa lo utilizó para calcular para calcular órbitas.
Dice que no hubo dificultades en las expropiaciones. Estaban obligando a personas a marcharse de sus casas.
No hubo problema. Al salir la declaración de expropiaciones levantó ampollas porque se habían hecho las del polígono de Fingoi y llevaban diez años sin cobrar.
¿Quién fue el inspirador de la operación?
Alfredo Sánchez Carro dijo que era idea de Fraga. Yo no lo sé. Sé que Ramón Falcón, que era jefe de Bellas Artes, fue el responsable. Era un lucense de pro y quería que la administración quedase bien con los lucenses . Me dijo: «Antonio, evita el procedimiento. Acelera todo lo que puedas los trámites».
Hábleme de sus otros proyectos mayores en Lugo: las facultades de Veterinaria y Polítécnica.
Me han pedido una colaboración para el homenaje a Francisco Cacharro… Pero no le voy a hablar del proyecto ni de la gestión de Veterinaria.
Como usted quiera. Es el entrevistado.
El dato importante es que, cuando se hizo la contratación, una empresa que proponía una rebaja del 28 por ciento. Le faltó un punto para ser baja temeraria. Yo dije que por ese precio, rebajando 450 millones de pesetas, como proponían, era imposible hacerlo. Salí en El Progreso. Los que me criticaban decían que el arquitecto estaba mal de la cabeza, que, si la empresa decía que se podía hacer a ese precio, se podía hacer. Las empresas juegan con los reformados, con los cálculos mal hechos. Hacen una propuesta baja y después piden más dinero para reformar el proyecto original. Entonces levanté un equipo solo para mediciones de tres aparejadores y cuatro peritos. El proyecto quedó tan bien definido que no se podían hacer reformados. Cacharro, que era muy astuto, hizo el contrato con precio cerrado. La empresa demandó a la Diputación y perdió en el Supremo. Conclusión: ¿Ha habido un gestor mejor que él en la provincia en el siglo XX? Pues no.
Después de la arquitectura, usted se ha preocupado por el gasto público en sus obras, pero también por la sonoridad.
Cuando hice Veterinaria pensé en que Cacharro cualquier día querría meter una orquesta en el Aula Magna. Tenía que sonar muy bien. Me traje a Vicente Mestre, catedrático de Acústica de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Es uno de los mayores especialistas en acústica de España. El auditorio de Veterinaria tiene un 98 por ciento de claridad. Se puede hablar sin megafonía.
Los melómanos alaban también su trabajo como arquitecto del auditorio de Abanca. Cuénteme el secreto.
Suelen ponerse muchos altavoces. Yo le metí dos grande columnas y altavoces en las paredes. Usamos madera de poco espesor, que permite mayor resonancia.
“Me hicieron presidente de la Filarmónica por mis relaciones»
Lleva una cajita negra colgando en el pecho. Parece un símbolo espiritual, pero es un aparato con el que regula sus audífonos. El dispositivo tiene seis programas que le sirven para adecuarlos al ámbito en el que se encuentre.
Al hablar con usted me he fijado en el dispositivo que lleva. ¿Cómo funciona?
Tiene seis programas. Cada programa tiene unos filtros en función de donde esté. El programa Confort me aisla de todo. Con otro puedo escuchar un concierto de música perfectamente.
¿Sigue yendo a conciertos?
Sí, por supuesto.
Es usted presidente de la Sociedad Filarmónica desde hace más de medio siglo.
Cuando llegué me hicieron presidente. No era ni socio porque acababa de llegar a Lugo. Una de las razones para mi nombramiento fueron mis relaciones como consejero de Bellas Artes, obviamente, y otra, mi afición a la música.
¿Cuándo empezó esa afición?
De niño, cantando en el coro de los Jesuitas de Vigo.
Dicen que fue un estudiante brillante en las notas e incómodo en el comportamiento.
Siempre me dio por discutir y dar opiniones. Estuve cinco años en el seminario de Carrión de los Condes, en Palencia. Me invitaron a irme antes de acabar el noviciado.
¿Tenía vocación religiosa?
Me iba bien. Estaba siempre entre el número 1 y el número 2.
¿Sigue creyendo en Dios?
Sí. Comprendo que puede ser un error como otro cualquiera. Tengo dudas sobre la Iglesia, pero lo que dijo Jesús coincide con la ley natural, contra la que no se puede ir.
¿Dios está en la música?
Dios está en el Universo.
¿Dios está en Bach?
Bueno, claro. Dios es el único que puede ocuparlo todo. Creo en una entidad anterior a todo. He hecho meditación y yoga. Los yoguis dicen que existió la nada al principio; pero no es el vacío absoluto, sino la posibilidad de ser.
Volvamos a lo tangible. ¿Toca algún instrumento?
En casa maltocaba el órgano. En el seminario tocaba la armónica y el laúd. Eso lo hacía bien. También dibujaba desde los 8 años.
Era un adolescente completo.
A los 10 años me seleccionaron un óleo para una exposición del Gobierno en Madrid.