Pop Mart ha hecho lo que las galerías y los museos no han logrado. Salvar a los artistas que sobreviven entre encargos precarios y cuadros que muy pocos compran
La frase del título no la soltó un coach hortera, la pronunció en 2024 Ellis Stephens, tatuador y profesor de arte estadounidense. Había pasado de malvivir con clases de dibujo por horas a personalizar Labubus —el monstruito de orejas puntiagudas de Pop Mart—. Hoy ingresa cantidades envidiables en su cuenta. Pero su historia no es una rareza: es la radiografía de un cambio de época, en la que los muñecos de vinilo dan más estabilidad que las paredes de una galería.
Una generación de artistas jóvenes ha decidido dejar atrás los lienzos a cambio de vender su alma al consumismo capitalista. Porque la ecuación es simple: un cuadro puede tardar meses en encontrar comprador y una caja sorpresa se agota en segundos.
Los números lo avalan. En el primer semestre de 2025, Pop Mart facturó 1.807 millones de euros y ganó 598, un 396 % más que en el año anterior. Con 571 tiendas y 2.600 expendedoras en 18 países, sus márgenes brutos —más del 70% en personajes estrella como Molly o Labubu— compiten con los de la moda de lujo.
El caso de Kenny Wong es el claro ejemplo de esto. Ilustrador y diseñador gráfico especializado en la creación de personajes, decidió dejar todo para fundar su propia empresa de Art Toys: Kennyswork. En 2006 creó a Molly, una muñeca cabezona y melancólica inspirada en una niña pequeña. La arrastró de feria en feria, de tienda en tienda, sin éxito. “Durante mis años más difíciles, el inventario era mi mayor preocupación”, contó en cierta ocasión. Wong veía cómo su obra se amontonaba sin salida, convertido en un artista atrapado en el bando cruel del consumismo. Y sus figuras acabaron siendo un lastre económico.
Entonces apareció Wang Ning, fundador de Pop Mart. “Fue el primero en resolver mi problema, vendiéndolo todo en poco tiempo”, confesó. Lo que en solitario había sido una ruina, debajo del ala de la empresa china se transformó en fiebre global. Todo un icono entre coleccionistas y el mayor reclamo de grandes muestras del arte como la Feria internacional de Industrias Culturales de Shenzhen o Mega Space Molly: Hello Moon en la Galería Ion Art de Singapur.
“Cada vez que trabajamos juntos, los resultados son tan extraordinarios que he decidido darles todo lo que tengo”, confesó. Cedió las riendas de su trayectoria artística. Pero a cambio ganó algo que el arte independiente nunca le dio: estabilidad económica, presencia global y cifras que rozan las del lujo. Kenny Wong lo entendió a tiempo y eso le llevó al éxito en vida.
Hoy Molly es uno de los pilares del imperio Pop Mart: millones de unidades vendidas en Asia, Europa y América, y colaboraciones con marcas como Balmain, Moncler, L´Oreal, Uniqlo o incluso emoji ®.
Si Wong encarna la rendición estratégica, Kasing Lung representa la metamorfosis absoluta. De ilustrador naïf a padre de un monstruo mundialmente famoso. El belga dibujó a Labubu como un garabato, un duendecillo con sonrisa juguetona que parecía condenado a quedarse en sus cuadernos. Pop Mart hizo su magia y lo convirtió en oro.
El crecimiento económico que logró de la unión con la marca china fue abismal. En 2025, un Labubu a tamaño humano se subastó en Pekín por 140.000 €. Ninguna de sus ilustraciones habría llegado a tanto. Con Pop Mart, el garabato pasó a ser la IP más valiosa de la compañía, con ventas millonarias y presencia global.
Hoy, Labubu cuelga de bolsos Hermès, desfila en la Milan Fashion Week y firma colaboraciones con Uniqlo o Coca-Cola. Ha llenado salas del Art Basel 2025 y la Geyser Gallery, y pop-ups en medio mundo. Un muñeco no más grande que un puño elevado a fuente de ingresos. La prueba de que una figura puede ser más rentable que un óleo.
El nuevo arte pop: de Warhol al blind box
La pregunta ya no es si estas figuras son juguetes o arte, sino qué lugar ocupan en la cultura contemporánea. Los art toys han dejado de ser subcultura underground para colarse en ferias, museos y casas de subastas. En ArtDex lo han resumido sin rodeos: “Las figuras de vinilo han penetrado en el mercado del arte y exigen precios elevados, prueba de que ya no son simples juguetes”. New Wave Magazine los ha descrito como piezas con “estatus más que meros coleccionables”.
El paralelismo con Andy Warhol es inevitable. Si él convirtió una sopa Campbell —es decir, un objeto cotidiano— en arte, Pop Mart lo ha hecho con una caja sorpresa de Molly o Labubu. La diferencia está en la escala: Warhol trabajaba con serigrafías numeradas. Pop Mart fabrica millones de cajas cada año.
El secreto no es el diseño, es el azar. Cada caja funciona como una tómbola. Puede tocar la figura común o la rara, que multiplica su precio en reventa. Y eso es lo que engancha, como en las cartas Magic: la esperanza de que la próxima vez sí toque. Lo que empieza con 15 € puede terminar en cientos. Las rarezas y ediciones limitadas son una droga para los coleccionistas, como sucedió en la burbuja de los NFTs. Pop Mart vende adicción. Y ninguna galería puede competir con eso.
Mientras tanto, muchos artistas que antes sobrevivían a base de encargos mal pagados han encontrado en el vinilo su medio de vida. Wong, Lung, Stephens: tres biografías distintas unidas por la misma certeza. El arte, si no muta, mata. Las figuras pagan. Como en la antigüedad, cuando la escultura eclipsaba a la pintura. Más admiradores, más prestigio, más dinero. ¿Es arte? ¿Es negocio? ¿Es simplemente un juguete caro? La respuesta depende de quién lo compre. Pero hay una certeza. El nuevo arte pop no se cuelga en paredes blancas: se compra en cajas sorpresa y se revende en Wallapop.