Ainara (Blanca Soroa) es una chica de 17 años normal. Le gusta un chico del coro, sale con sus amigas… Pero un día le confiesa a su tía Maite (Patricia López Arnaiz) que se plantea hacerse monja de clausura. 

Este es el misterioso punto de partida de Los domingos, la nueva película de Alauda Ruiz de Azúa que explora cómo la familia de Ainara encaja esa posibilidad.

¿Cómo se te ocurrió esta premisa?

La historia de Los domingos viene de lejos. Yo era muy joven y vi desde cierta distancia una historia de una chica que tenía vocación religiosa y entró en una orden. En ese momento a mí me llamó muchísimo la atención, pero creo que fue desde mi juventud. Me preguntaba cómo alguien tan joven de pronto siente esa vocación en un momento en el que estás a punto de empezar a vivir muchas cosas y por qué decide encerrarse. 

Siempre se quedó conmigo esa fascinación, pero lo sentía como un tema muy complejo. No tenía un ángulo. Después de rodar Cinco lobitos, hablando con mis productores sobre otros proyectos que me pudiesen interesar, volví a pensar en esta historia pero desde el cisma familiar que generó la decisión de la chica. Ese ángulo me servía para hablar de algunas cosas de la familia que me interesan.

Es verdad que hay un misterio ahí, en esa decisión.

Sí, la palabra es misterio. Es una palabra que recuerdo que usaba mucho cuando hablaba del personaje de Ainara, incluso en el casting. Y no tanto como que yo tuviera que entenderlo todo. O sea, hay cosas que sí que tienes que construir y entender, pero una de las cosas que para mí sujeta la película es ese misterio de intentar descifrar algo que es tan ajeno pero que puede llevar a alguien a hacer algo tan radical.

Entras por el misterio pero te quedas por otra cosa.

Sí, por el retrato familiar. Cuando yo realmente encontré la película es cuando encontré ese ángulo. Cómo nos empeñamos en mantener muchas veces la familia más que cualquier otras relaciones afectivas, sociales, incluso aunque la familia claramente ya no funcione.

Algo tendrá que ver la tradición católica de nuestro país…

Y a eso nos agarramos muchas veces. Por un lado está el amor divino, que es perfecto, absoluto, idílico y misterioso también. Y luego está todo este amor terrenal, familiar, que se extiende a la pareja también, que es un amor imperfecto, lleno de fisuras. Y ahí también hay un salto de fe cuando apuestas por mantener una familia, quedarte en pareja o tener un hijo. Ahí vamos todos, incluso los que no creemos.

Esa dicotomía entre el amor divino y el amor del día a día se hace explícita en varias ocasiones a lo largo del metraje. Como cuando la tía le dice a la sobrina: “Te has enamorado, pero no tienes que casarte todavía”. Parece que se está refiriendo a un chico, pero se está refiriendo a Dios.

La película habla mucho del amor. Es algo que me encontré mucho en el relato de ellas, de las chicas que deciden hacerse monjas. En sus relatos había mucho de esa necesidad de amor, de esa sed de amor. Pero la película tiene también la perspectiva de Maite, que es la perspectiva más terrenal y atea y la perspectiva adulta del amor, frente a una perspectiva de alguien adolescente que está viendo cosas adultas por primera vez y cosas muy intensas como es el amor, pero por primera vez. Desde la perspectiva adulta sabes que te vas a enamorar más veces en la vida, sabes que el amor no siempre es ideal…

También hay un retrato del peso de nuestra responsabilidad como padres en las decisiones futuras de nuestros hijos.

Sí. Ahí he querido jugar a un equilibrio bastante delicado. No quería sobrecontar nada pero sí sugerir que Ainara tiene una herida familiar o que es vulnerable. Es una niña que perdió a su madre, pero otros miembros de la familia, la tía, la abuela, están de alguna manera pendientes, intentando cuidarla. Pero cuando fallece tu madre, la figura más importante que te queda, y más a esas edades, es la paterna. 

Esa figura paterna [Miguel Garcés] también tiene algo de misterio para Ainara, yo creo. Como adolescente es muy difícil leer a ese adulto, si está operando desde un respeto genuino, desde un egoísmo o desde algo que sí que quiere respetar pero también le conviene por otros motivos. 

Yo no quería dibujarlo muy claramente, pero sí sugerirlo porque a mí lo que me interesaba también era contar lo difícil que es a veces leer bien a nuestros padres cuando somos jóvenes. Y cómo arrastramos eso a sitios, a decisiones o a cierta rebeldía… Porque a veces para entender a nuestros padres hace falta vivir algo más.

Háblame del personaje de la tía de Ainara al que interpreta Patricia López Arnaiz.

Maite era un personaje muy interesante y muy gustoso de escribir. Es una persona que se describiría como tolerante pero que se da cuenta de que no lo es tanto cuando es su sobrina la que tiene el conflicto. Es una mujer inteligente y tenaz, que mantiene el control de la situación hasta que se da con el muro de la fe, el discurso de la fe en el que los sentimientos no se pueden rebatir. Ahí pierde el control. Eso le supera y da igual el argumento intelectual, racional, ético. Es algo muy frustrante para alguien acostumbrado a tener razón, a argumentar las cosas bien.

Ese muro que separa dos mundos se palpa también en el lenguaje. Maite habla con un campo semántico que nada tiene que ver con “la sed de Dios”.

Maite es el personaje que intenta con más fuerza convencer a su sobrina desde un amor muy genuino. Se lo dice a la madre priora. Es muy consciente de que su sobrina tiene una herida y está en un momento sensible, con una herencia familiar que la convierte en vulnerable. Ella piensa que va a conseguir convencerla pero se va dando cuenta de que los movimientos religiosos funcionan de una forma muy profunda. Y decirle a alguien de 17 años que lo que cree no es cierto no es tan fácil.

Los personajes religiosos, la madre priora y el guía espiritual son muy ambiguos. Por cómo están escritos, no queda claro si la están manipulando o creen y respetan sus sentimientos.

Claro, yo creo que lo interesante de eso es que el espectador decida por qué se coloca en un lado o en otro. Porque la línea puede ser muy fina. En esas conversaciones sí hay mucho rigor porque estuve hablando con mucha gente en el proceso de documentación. Sé que esas conversaciones son así.

Por ejemplo, cuando Ainara confiesa sentir algo por un compañero del coro, el guía espiritual le dice que puede que Dios le esté hablando a través de este chico. ¿La está juzgando o le está pidiendo que llegue al fondo de lo que siente? Es muy ambiguo.

Creo que a veces juegan a esto… Yo no soy la gran experta en direcciones espirituales pero sí que hay algunas cosas en común. Se pone a gente muy joven en un sitio en el que no sabes si les están ayudando o empujando. Todos hemos estado en relaciones donde los mecanismos de empujarte hacia un sitio, de fascinarte con algo, de seducirte con algo, no son tan evidentes, ¿no? La gente de sensibilidad religiosa que han visto la película han entendido que este son el tipo de conversaciones habituales.

¿Y fue difícil en la escritura del guion lograr esa línea tan fina?

Sí, la verdad es que sí que fue complicado. Yo cuando escribo intento defender a los personajes, ser muy honesta con ellos. Hasta que encontré, no sé si llamarlo ambigüedad, sino esa sutileza. De todas formas, creo que todos los adultos de la película son cuestionables y eso me parece interesante dramáticamente. Ainara es una chica lista, muy sensible, pero no deja de tener 17 años. Y todos los adultos que hay en su entorno tiran de ella de manera más o menos sutil. 

En cuanto a los personajes religiosos, hay unos relatos ahí que son muy poderosos cuando tienes 17 años. Que alguien te haga sentir especial o la elegida de algo en lo que tú crees es muy potente. Porque tenemos que ponernos en la cabeza de alguien que realmente cree que existe esa divinidad, que existe Dios. Es algo que no tiene el otro lado, el de la familia.

¿Cómo fue la labor de documentación para la película?

He estado en muchos sitios y he hablado con muchas mujeres que han pasado por procesos parecidos a los de Ainara. Algunas están en conventos, otras salieron. Y con familiares también he hablado. Pasa una cosa muy bonita con la ficción: cuando investigas, tú te acercas a gente para que te cuente cosas, te acercas intentando aparcar ideas preconcebidas y la gente te cuenta muchas cosas íntimas, muy generosas. Además, había una necesidad en estas mujeres de explicarse, de contar cómo lo habían vivido. Porque las familias, queriendo sacarlas de eso o protegerlas, les habían generado más soledad.

¿Sentías, al hablar con ellas, la necesidad de resolver ese misterio de por qué habían tomado esa decisión?

Al final llegué a la conclusión de que hay una necesidad de amor. Que te puede llevar a muchos sitios, también a un convento. Aquí no solo estamos hablando de alguien que tiene fe sino que entra en contacto con lo divino. Ellas te cuentan que escuchan una voz. Algunas hablan de un sentimiento pero otras escuchan frases concretas: “Sé mi esposa” o “te quiero para mí”. Vivir eso tiene que ser muy impactante.

¿Qué tenía Blanca Soroa para ser Ainara?

Tenía esa luz y esa energía y esa cosa como delicada, un poco mística. Pero también podía ser una chica de 17 años normal.

¿Y cómo ha sido trabajar con Patricia López Arnaiz?

Ha sido como ver a un atleta olímpico. Ella tiene esa capacidad de dar muchísima humanidad a todo, y a la vez esa fuerza… Que si alguien podía convencer a Ainara, era su personaje.

Los hombres, pero concretamente los padres, salen fatal parados en tus películas.

[Se ríe] Bueno, aquí la pareja de Maite (Juan Minujín) puede ser discutible como pareja pero justamente como padre es un padre empático, que está presente. En Cinco lobitos la perspectiva de género jugaba de una manera clave. Al retratar el tema de los cuidados abordaba los roles masculinos retratando una realidad muy habitual y cotidiana, aunque es verdad que hay otro tipo de padres. Pero sí que quería hablar de por qué mayoritariamente los cuidados recaen en las mujeres.

¿Y qué es lo que te interesa tanto de la familia?

Creo que la familia explica muchísimas cosas de cómo somos. Y cuando hablas de dinámicas familiares, a veces también estás hablando de dinámicas sociales, de cómo se entiende la tolerancia religiosa o el poder en las relaciones, de la autoridad familiar.