Dice el adagio que un purasangre con corazón de campeón gana desde el primer metro al último. Como el gran Secetariat. Con carácter por encima de cualquier condición. Así ganó Katie Ledecky su primer 800 en unos Juegos Olímpicos, en 2012, con 15 años. Así ganó este sábado en Singapur su séptima final de 800 en unos campeonatos mundiales. Con una exhibición de bravura. Sin especular. Sin dejarse intimidar cuando tenía motivos para temer lo impensable: perder por primera vez una gran carrera de 800 después de 13 años de imbatibilidad y 32 medallas entre Juegos y Mundiales. Todo puesto en la balanza no supera en gloria la medalla número 33.
Más hostigada que nunca, Ledecky se encontró perseguida desde la primera brazada por dos retadoras capaces de igualarla en tiempos. La canadiense Summer McIntosh, la nadadora más completa del planeta; y la australiana Lani Pallister, se pusieron en su estela como sabuesos. Durante 700 metros marcharon a ritmo de récord del mundo. Clavando brazadas y parciales. Volteos y subacuáticos. Parecían componentes de una única maquinaria. Primera Ledecky, segunda Pallister, tercera McIntosh. De largo a largo, imprimían una cadencia arrasadora. Física y, sobre todo, mentalmente.
En el vendaval de emociones, Ledecky asumió toda la carga: nadando en cabeza, hizo el desgaste mayor. En su estela, en su ola, se subieron las otras dos contendientes para ahorrar energía a la espera del zarpazo. Como en el ciclismo, en la natación la dinámica de fluidos condiciona de manera determinante el gasto energético de cada miembro del pelotón, según la posición que ocupe. Pallister y McIntosh se aferraron al plan conservador de la emboscada mientras que Ledecky decidió no ceder ni un centímetro: le dio igual comerse toda el agua mientras las otras dos aprovechaban su onda. Ledecky se armó de moral sintiéndose casco del buque.
Pasado el viraje del 650, Fred Vergnoux, el entrenador de McIntosh, le hizo señas corriendo a o largo del borde de la piscina y haciendo aspavientos: era el momento de atacar. La canadiense, de 18 años, aceleró. Movilizó sus pies con dos ciclos de patada por brazada, un motor que solo ella puede activar con tanta potencia. Durante unos metros, 20 tal vez, se puso por delante. Faltaba un largo y medio y Ledecky picó piernas también. Se agarró al agua como si le fuera la vida en cada apoyo. Fue una demostración de poderío y de orgullo sin muchos precedentes. Solo ese instante convirtió la final de 800 libre de Singapur en una de las carreras más memorables de la historia de la natación
Ledecky tocó la última placa en 8 minutos 5,82 segundos. Por encima de su récord de mayo, de 8m 4,12s. Pallister la siguió en 8m 5,98s. Retrasada, desfondada, frustrada por la presión que ella misma se autoimpuso, y dos segundos más lenta que su tiempo en los trials de Canadá, llegó McIntosh: 8m 7,29s.
“Summer y Lani me lo han puesto muy difícil”, dijo Ledecky, exhausta, casi sin aire, doblada del dolor, cuando la animadora le puso el micrófono, al salir de la piscina. “Afortunadamente mis piernas me respondieron en el último 100″.
“Intenté disfrutar lo máximo que podía”, confesó la ganadora. “En este momento de mi carrera, ya no tenía miedo de perder”.
Ledecky se abrazó a Pallister, apenas concluyó la prueba. La australiana y la estadounidense se felicitaron metidas en el agua hasta el cuello, con la corchera de por medio. Cuando Ledecky se volvió para felicitar a McIntosh, la canadiense no se giró. Permaneció con la frente contra la pared, inmóvil, clavando la mirada en el vacío.
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