José Antonio Muñoz

Jueves, 30 de octubre 2025, 00:14

La mirada de Jesús Conde se ha fijado en los últimos tiempos en dos o tres sujetos u objetos. Uno de ellos es el concepto de la caballería, no sólo como ideal con tintes literarios o históricos, sino como un estudio de carácter o de ‘characters’, como dirían en la pérfida Albión, es decir, como personajes. El otro es el paisaje granadino–africano, que ya fuera objeto de una anterior exposición con obras realizadas en la fase álgida de la pandemia.

Hasta el próximo 8 de noviembre, la galería Ojos del Barroco, situada en Gran Vía, muestra el trabajo del artista en torno a la caballería, los caballeros y todo lo que le rodea, realizado en los últimos tres años. En realidad, como el propio autor afirma, nos encontramos ante «caballeros intervenidos». Recuerda que en 1989 ya realizó una exposición en torno a las armaduras, la cual se exhibió en el antiguo palacio de la Diputación. Aquella, sin embargo, «era más abstracta, con trozos de metales, y no tan realista como puede ser esta», comenta. Con el paso del tiempo, pensó en retomar un tema que le sigue apasionando, porque, afirma, «los artistas estamos en un devenir continuo, girando en torno a nuestras obsesiones y los temas que nos gusta reflejar».

El origen de esta muestra es la propuesta de Juan Antonio Ramírez, propietario de la galería Ojos del Barroco, quien precisaba de obras de gran formato y mucha fuerza para la muestra colectiva con que inauguró el espacio. «Como decía aquel chascarrillo en torno a un tartamudo, yo hablo de lo que sé hablar. Con todo, he querido profundizar en el paso del tiempo y cómo ha afectado a mi obra. A veces, cuando veo el resultado de mis creaciones, siento el síndrome del impostor, porque las obras tienen un aspecto en el estudio y aquí otro muy distinto, mucho mejor, dónde va a parar», dice con humor. También piensa Conde que el pasado, en ocasiones, está más cerca que el propio presente. Ello le remite a sus inicios como pintor, cuando tenía 34 años, y le acarrea una reflexión profunda sobre qué artista era entonces y cuál es hoy.

La tela se funde con el metal en una de las obras.

La tela se funde con el metal en una de las obras.

La creación de la colección expuesta ha estado trufada de diferentes encargos pendientes durante un primer periodo, habiéndose dedicado en exclusiva a pintar las armaduras durante el último año. «Soy un pintor muy literario. Necesito argumentos, temas, y soñar con ellos. Soy incapaz de planificar, por ejemplo, una serie de diez obras en torno a un mismo asunto sin haber tenido una vivencia previa», asegura. Una de sus obsesiones ha sido, precisamente, la del caballero más universal de nuestra literatura: el Quijote. Una obra que, como destaca, ha vuelto a estar de moda tras la publicación del libro ‘El verano de Cervantes’, de Antonio Muñoz Molina, y las recomendaciones de este sobre la necesidad de releerlo. «Intelectualmente, somos herederos de la Ilustración y de la Revolución Francesa, pero nuestros valores morales se remontan al medievo. Y tengo muy presente la imagen de un Quijote que se viste de caballero andante en un mundo moderno». Sobre esta argumentación, Conde recuerda cómo en nuestra historia el manco de Lepanto y su obra han vuelto periódicamente a los ambientes literarios. «Los integrantes de la Generación del 98 eran grandes cervantistas», subraya.

Viaje

También se aferra el artista al viaje como aventura, como epopeya, tal y como ocurría en las leyendas artúricas. La búsqueda del Santo Grial, precedente de las Cruzadas y de los descubrimientos, tiene tras de sí una mística que aparece en las obras que se muestran en Ojos del Barroco. Cine, literatura y experiencias propias alimentan un argumentario propio que luego se traslada al lienzo. «Mi imaginario se nutre de otras fuentes. Si vas a un museo a buscar inspiración, lo único que quieres hacer es tirar los pinceles, porque otros han pintado sobre el tema que tú desarrollas antes que tú, y mucho mejor. Es decir, sé cómo se pinta bien, pero no sé pintar bien», dice sonriendo Conde.

Los marcos y la introducción de nuevas formas hacen que el metal pierda parte de su frialdad.

Los marcos y la introducción de nuevas formas hacen que el metal pierda parte de su frialdad.

En total, son 56 las obras que integran la serie de la que se nutre la exposición, de las cuales se muestran más de una treintena. En ella, el observador se maravilla del extraordinario tratamiento del metal de que el artista hace gala. «Aprendí a pintar el metal en los museos. Iba al Prado, a la National Gallery… Durante el tiempo que estuve en Nueva York, pasé muchas horas viendo armaduras en el Metropolitan, subiendo a las salas de Van Dyck, que las pintaba maravillosamente, o yendo a ver el Velázquez de la Frick Collection», recuerda. ‘La sombra del metal’, de este modo, es un título que remite a la ‘vanitas’, a esa frase afortunada que Ridley Scott insertó en ‘Gladiator’ –«somos polvo y ceniza»– y a las canciones de Holbein que nos recuerdan que en algún momento volveremos al lugar de donde partimos. Más allá del tiempo y de las costumbres, estos caballeros de Conde tienen la respuesta a lo que somos.

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