Tras 41 días recorriendo Europa en su bicicleta, Eladio Paz, de 71 años, vuelve a Pontevedra tras completar una ruta de más de 5.300 kilómetros desde Atenas hasta Pontevedra, pasando por Albania, Macedonia del Norte, Kosovo, Montenegro, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Italia y la Costa Azul francesa. Sin embargo, este no es el primer reto para el pontevedrés, ya que es el décimo viaje que realiza de esa magnitud.
¿Cómo se siente al llegar a casa tras estos 5.300 km?
Yo tengo experiencia en esto porque es el décimo gran viaje que hago de más de 5.000 km, y al final cuando te sientes cansado es cuando sabes que ya no vas a hacer nada, cuando no vas a trabajar más. Mañana seguramente estaré mucho más cansado que hoy; es curioso, pero funciona así. Yo siempre fui una persona con mucha movilidad. Esto al final no lo hace cualquiera: tienes que tener mucha capacidad de sufrimiento, esto es muy duro. Estuve haciendo una media de 142 km diarios con el equipaje, y por sitios muy inclinados.
¿Cómo se prepara uno mentalmente para pasar más de un mes solo, pedaleando cada día tantos kilómetros?
Yo he hecho dos deportes toda la vida: la pesca submarina deportiva durante 40 años y el ciclismo al mismo tiempo. El ciclismo es el deporte más duro que hay, no extremo, pero es el único deporte en el que a una persona le puede dar una «pájara». Hay que tener mucho cuidado con la alimentación y mucha precaución.
¿Cuáles son los imprescindibles en la mochila de viaje de Eladio Paz?
A la hora de hacer un trayecto tan largo es muy importante la climatología. Si vas a un sitio que es frío, como Macedonia del Norte o Kosovo, que están bastante altos, entonces hay que tener siempre ropa seca. Porque tú te puedes mojar, pero si hace algo de fresco y estás mojado, no hay mucho tiempo: lo que hay que hacer es tener siempre ropa de repuesto para cambiarse totalmente. Y ojo, luego tienes que tener cuidado de no mojarte otra vez, si no estás fastidiado. De hecho, hoy, volviendo de Santiago a Pontevedra, me di cuenta de una cosa: en ese trayecto me pude cobijar en las marquesinas de los buses, en los pisos con galerías… siempre tienes un sitio donde resguardarte cada 600 metros o un kilómetro. Pero en el viaje que yo hice había 60 o 70 kilómetros en los que no hay nada; estás «en tierra de nadie», como digo yo, donde no hay construcciones ni casas. No me podía cobijar en ningún otro lado que no fuera el tronco de un árbol.
¿Cómo planifica y dirige las rutas?
Hoy en día, afortunadamente, tenemos mapas en el móvil, y es una maravilla. Pero yo, desde aquí, ya sabía que comenzaba en Atenas, que iría a la capital de Albania, de Macedonia, de Kosovo… y así sucesivamente. La ruta la tenía, pero luego la iba modificando en el momento, porque a lo mejor de una ciudad a otra había varias rutas y cogía la que mejor veía. Lo que siempre, siempre hay que calcular en estas rutas es dónde dormir. Yo siempre encontraba un sitio donde dormir porque buscaba los núcleos de población, que es donde siempre hay.
¿Cuál fue el momento más duro de estos 41 días pedaleando?
Hubo cierto día, entre Kosovo y Podgorica, capital de Montenegro, que primero me mojé, segundo no tenía dónde cambiarme, hacía muchísimo frío y era todo cuesta arriba. Me pasé dos o tres horas mal, pero es parte del trayecto, no hay otra.
¿Cuál fue el paisaje o el tramo que más le impresionó en este viaje?
Aquí debo hablarte de Corinto, que tiene una cosa muy especial. En la última hora de la tarde, el sol incidía muy inclinado hacia el mar y estaba en un ambiente tan azul que yo jamás había visto. He viajado por muchos lugares y mucha costa, pero lo que más disfruté fue pasar al lado del Golfo de Corinto y por el Golfo Sarónico, que tiene un canal impresionante. Es un sitio que me gustó mucho. Además, es un terreno en el que no tienes que sufrir: el clima fue muy bueno, una maravilla.
¿Cómo gestiona la alimentación?
Cuando haces un viaje así, siempre tienes que llevar algo: una manzana, un plátano, chocolate, frutos secos… porque a lo mejor llegas a un sitio a la hora de comer que es «tierra de nadie». Luego tienes que tener mucho cuidado. Yo, cuando llego a un restaurante, por ejemplo en Macedonia o Kosovo, no me interesa la carta, sino que miro alrededor lo que está comiendo la gente disimuladamente y suelo pedir lo que me gusta. Si eso no funciona, pregunto por «el plato de comida que le guste aquí a la gente». En Francia me pasó que me gustó el plato que se estaba comiendo una señora y, cuando el camarero me trajo la carta, fui junto a ella para que me dijera cómo se llamaba su plato. Me lo señaló y lo pedí. Estaba muy bueno.
¿Qué piensa cuando ve a gente de su edad que opta por una jubilación tranquila frente al sofá?
A mí me gusta que las personas hagan siempre algo, lo que les guste, pero que tengan una actividad. Una vez le dije a alguien: «Prepárate para la jubilación», y me respondió: «Yo he trabajado toda la vida, ahora quiero mi tapita de jamón, mi cervecita, mi televisión y mi sofá». Pero yo creo que no es suficiente. Hay que hacer algo.
¿Qué opinan en su familia cuando anuncia que se marcha otra vez a recorrer medio continente en bicicleta? ¿Lo viven con preocupación, admiración… o ya se han acostumbrado?
Yo creo que se lo toman bien. Mi nieto, de 11 años, me mandó todos los días el parte meteorológico; su padre es navegante y se lo explicaba, así él me lo comentaba. Mi nieta, de 13 años, siempre me viene a esperar a mi llegada: mis últimos viajes, por ejemplo, a Ferrol, a Gijón y otra vez a Astorga. Justo hoy no pudo por culpa del colegio. Luego mi hija es una seguidora mía: le encanta que no esté todo el día en el sofá. Mi yerno me anima porque también es ciclista, aunque va a otro ritmo. Y, por último, está mi mujer, que me acompaña. Tengo mucha suerte en ese aspecto.