David Trueba en noviembre del 2019, en su visita a Galicia para recoger el premio de novela Casino de Santiago por «Tierra de Campos». PACO RODRÍGUEZ
Es David, pero podría haber sido «Dios», bromea, por esa costumbre de sus padres de ir a la Biblia a elegir el nombre de sus retoños. Hijo del año más erótico, octavo de ocho hermanos, David Trueba se adapta a sí mismo en «Siempre es invierno» y «dirige» a su familia en «Mi 69»
31 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.
Fue concebido «en tres minutos de placer» el 1 de enero de 1969, después del ritual de las doce uvas, cuando las familias numerosas no eran excepción en España, se brindaba con sidra El Gaitero (¡famosa en el mundo entero!), los niños se cagaban en clase sin que fuera un dramón maternal, Marisol rompía la taquilla, Hollywood iniciaba un cambio histórico de paradigma y el hombre, entre otras hazañas menos impactantes, pisaba la Luna.« Solo parte de esta historia fue así, y con más detalle que así la cuenta en el relato Mi 69 David Trueba» (a (Madrid, 10 de septiembre de 1969), que estrena el 7 de noviembre Siempre es invierno, en su estación favorita, otoño. Porque es propio de un Virgo ser tan fiel a su tiempo como al orden en sus papeles y rutinas.
David no es un debutante en la literatura, el cine y la vida, pero es la primera vez que se adapta; es decir, la primera que lleva a la pantalla una de sus novelas. Blitz —una pausa en un banco en el jardín de la primera crisis vital— es además de un libro-relámpago una película. En ella David repite con David. David Trueba dirige a David Verdaguer en Siempre es invierno y ese arquitecto de paisajes que protagoniza la historia gana, en pantalla, color, humor, ternura, carnalidad.
Carlos Luján | EUROPAPRESS
—Primera vez en llevarse a sí mismo de la novela al cine. ¿Por qué ha esperado?
—En la primera época de las novelas, en el mundo de la literatura era un poco complicado que te aceptaran viniendo del cine. Intenté que no se mezclaran los dos mundos. Pero con Blitz tuve siempre la intuición de que terminaría siendo una película. Hace siete años estuve a punto…
—Había que esperar a que llegase David Verdaguer, igual no andaba por ahí.
—Igual estaba naciendo aún… Cuando él y yo hablamos del proyecto tras el rodaje de Saben aquell, le dije: «Oye, me están proponiendo hacer algo con Blitz». Y me dijo: «¡Yo la he leído!». Fue muy fácil.
—Este es un personaje muy diferente al de Eugenio, otro tipo de hombre, otra época, otra crisis, otro lugar.
—Total. A David le dije que el personaje de Siempre es invierno era más difícil, con más matices, lo que servirá para mostrar ese abanico que tiene de posibilidades.
—¿Qué le parece que aporta el actor al protagonista de «Blitz»?
—Los actores son la razón por la que me convierto en director de cine. Un actor suma lo que lleva dentro. Y no solo es eso. En la película elevamos un poco la edad del personaje. En la película está cerca de los 40 y eso lo hace más rico en experiencia.
—¿Por qué le gusta mirar donde hay crisis?
—Donde todo está bien no tienen nada que hacer los narradores.
—La felicidad no escribe buenas historias.
—No. Una relación sentimental puede estar sosteniendo a una persona en factores en los que no se debería estar sosteniendo. Con la ruptura sentimental, al personaje que hace David, Miguel, se le cae, como quien dice, todo el edificio de su vida.
Esa cierta soledad que provocan las vidas en pareja con el tiempo. Esa caída a él le deja como un náufrago que flota esperando que llegue una ola y le lleve a alguna orilla.
Miguel [David] queda bloqueado. Es habitual que cuando hay un shock fuerte la gente tenga un bloqueo emocional. Hay mucha gente que vive bloqueada emocionalmente. Las relaciones se han adaptado al modo de consumo. Unas personas consumen a otras, y eso deja una idea de que por dentro hay algo que está bloqueado. La gente tiene miedo de sus sentimientos, de que les destrocen.
—«Sin amor, siempre es invierno», dice. ¿Sabemos qué es el amor?
—Quizá sabemos la teoría, no la práctica. Es difícil. El amor empieza en la disposición personal y sigue en el compromiso. Tiene fases. Y el compromiso es la que más nos cuesta. Estamos habituados a las tiendas de ropa. Te enamora una prenda, la compras y cuando no está de moda la dejas. Las personas pasan por ese aro. En los últimos años ha habido una crítica al amor romántico, a una visión idealizada, pero el resultado de esa revisión no puede ser la quiebra total, ¿no? Vivir sin amor es tan ridículo como querer que todo sea racional. Las mejores cosas suceden por accidente. Los mejores encuentros no son los que buscas, sino esos que te encuentran a ti.
—¿Por qué desconfía del éxito?
—Hemos vivido muchos esplendores comerciales de gente que no ha dejado huella. Y hemos vivido la angustia de mucha gente triunfadora. Hay quien se pregunta: «¿Cómo es posible que alguien con tanto éxito se sienta tan desgraciado?». Hace años le oí a Serrat en una comida que el éxito era como un disco dando vueltas en el plato y que unas veces se acerca a ti y otras se aleja. El problema es que vayas detrás del disco, si vas corriendo detrás no llega. Debes esperar a que pase por ti, decía, sin dejar de hacer eso en lo que tú crees.
«Nunca he sido un enfant terrible»
—¿Ha hecho siempre eso en lo que cree?
—Yo creo que sí. Y ha habido cierto reconocimiento que me ha permitido ir andando el camino profesional haciendo cosas mías, no que me venían de fuera… Y si alguna ha venido de fuera y he aceptado, ha sido haciéndola mía, sabiendo que si les puedes dar algo bueno a los demás es tu propia visión.
«Todo el mundo entiende sin que se lo expliquen que Brad Pitt está mejor a los 60 que a los 25…»
—Hace ocho años me decía que si tuviera que elegir entre irse con Britney Spears o con Susan Sarandon, se iría con Susan. ¿Mantiene esta hipotética elección?
—Sí, no estaba mal elegido, la verdad… Creo que me habría gastado menos en psiquiatras… jajaja. La mujer sigue sometida a la dictadura del criterio sobre lo que es aceptable y bello en una mujer, esa especie de identificación entre belleza y juventud. Eso del esplendor de la carne como única medida de belleza a los hombres no nos salpica. Todo el mundo entiende sin que se lo expliquen que Brad Pitt está mejor a los 60 que a los 25. Eso en las mujeres tendría que ser igual. La mujer hermosa sigue siendo hermosa en la madurez pero con los años que tiene. El problema hoy es la negación de la vejez.
—Los bancos (de los jardines urbanos) son importantes, son un detalle, abren la posibilidad de una pausa. ¿Cómo los ve?
—El protagonista de Siempre es invierno ha hecho su tesis sobre los bancos públicos. El banco es una deferencia, una cortesía, y está asociado, como en la canción de Brassens, a los jóvenes que se besan por primera vez, luego a las personas que se quedan solas, a los mayores que lo necesitan para descansar… Las ciudades sin bancos públicos son hostiles. Los bancos, como las fuentes y los jardines, son detalles que la ciudad ofrece gratuitamente. Me llama la atención ese momento en los alcaldes de grandes ciudades deciden optar por los bancos individuales para evitar que nadie se tumbe…
—«Mi 69» es su retrato familiar, con hitos como la llegada del hombre a la Luna. ¿Por qué hacer memoria?
—En un momento en el que nos venden que la tecnología va a lograr hasta la inmortalidad, la verdad es que, pasado el deslumbramiento del momento, lo que queda es la vida que hemos llevado siempre. Recordar es poner las cosas en orden. Tengo hijos y me gusta que sepan cosas sobre mi origen familiar, del mundo en el que nací. Mis hijos bromeaban con «papá, tienes Estrecho metido en la cabeza». Estrecho es el barrio humilde donde nací. Creo que es importante saber quiénes estuvieron antes.
—¿Las estrecheces pueden ser interesantes para espabilarse en crecer?
—He oído muchas veces eso de «cada hijo necesita su propia habitación» y pienso: «Estás equivocado, los hijos necesitan amor». La gente inventa hoy necesidades que no son. Mira la serie Adolescencia, quizá la reflexión de los padres es: «Le hemos dejado solo mucho tiempo en la habitación sin saber qué hacía».
—¿Debemos tomar en sentido literal que fue concebido el primero de enero de 1969, como escribe en «Mi 69»?
—No, pero los niños nacidos a principios de septiembre somos hijos de la Navidad. Yo a mis padres les encontré un libro sobre el método Ogino. Y le dije a mi madre: «¿Entonces, yo no fui deseado?». Ella le quitó hierro, pero mi concepción debió de ser muy poco histórica, me atrevo a contar…
—¿Ser el menor de ocho hermanos es una suerte?, ¿lo ve algo bueno?
—Sí, esa fue mi escuela. El primer colegio al que fui fue la escuela de mi casa. Y este libro lo escribo en reconocimiento a haber tenido la suerte del entorno familiar en el que llegué al mundo. Llegué en las carencias, pero esas carencias estaban suplidas por el cariño, el amor y el cuidado.
—Es sobrecogedor cómo cuenta la despedida de su padre, lo que sintió.
—Cuando vi morir a mi padre tuve la misma percepción que cuando nacieron mis hijos. Cuando se va la persona, ves la animalidad de lo que somos. Y dentro de ti queda también el recuerdo de lo otro, inmaterial. Pues también somos fruto de la imaginación. Vivir es un regalo orgánico y un regalo trascendente a la vez.
—Se le ve muy Virgo en su determinación.
—Bueno… Al leer mi horóscopo casi siempre me he sentido identificado. Yo sé dónde dejo las cosas, y soy crítico y autocrítico. Una vez una amiga me hizo una carta astral y me sorprendieron algunas cosas. Pero no presto demasiada atención a los accidentes astrológicos.
—¿Es cierto, como cuenta, que tiene una sola foto en la que están todos juntos, sus padres y los ocho hermanos?
—Increíble pero cierto. Es una foto de libro de familia. Mi hermano el mayor me llevaba 18 años. Murió cuando yo tenía 9 y eso hizo imposible otra reunión… Pero entonces hacer una foto era un acontecimiento, por lo menos en mi familia.
—¿Por qué siente debilidad por el otoño?
—La tierra quemada del verano de pronto recibe su primera dosis de agua… Y ese olor de la tierra cuando caen las primeras lluvias yo lo relaciono con volver a vivir. El final del verano me da cierta euforia.
—¿Y el otoño de la vida?
—Nos cuesta bastante enfrentarnos a él. Y meterlo bajo la alfombra es tan tonto como pensar de día que no llegará la noche. Si tenemos suerte, llegará.
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