En 1925, hace justo un siglo, al magnate estadounidense William Randolph Hearst se le antojó un poco de románico y se hizo enviar, piedra a piedra, el claustro del monasterio cisterciense de Santa María la Real de Sacramenia (Segovia). El ‘ciudadano Kane’ de carne y hueso planeaba completar con tan aparatoso capricho su castillo de San Simeón, pero las 35.784 piedras del claustro acabaron abandonadas a su suerte en un almacén del Bronx. Ese mismo año, en pleno frenesí de expolio y compraventa de arte medieval, el Tribunal Supremo autorizó de forma harto controvertida la venta de los frescos de la ermita soriana de San Baudelio de Berlanga, popularmente conocida como «la capilla Sixtina del arte mozárabe», y las pinturas acabaron despiezadas y dispersas entre Museo Metropolitano de Nueva York, el Museo de Bellas Artes de Boston y el Museo de Arte de Indianápolis.
En 1957, seis fragmentos de pintura mural traspasados a lienzo ingresaron en el Museo del Prado, aunque solo después de el Gobierno español enviara a cambio el ábside de San Martín de Fuentidueña (Segovia), visitable desde 1961 en el neoyorquino The Cloisters. Un lío, ¿verdad? Pues aún hay más. El año pasado, la Junta de Castilla y León pidió a los museos americanos un préstamo temporal de las pinturas murales para conmemorar con una exposición la salida de sus imponentes frescos, pero la negativa fue unánime: tanto el tamaño como la fragilidad de los frescos, respondieron desde Boston, hacían inviable el traslado. «Todos han negado el préstamo dada la fragilidad de las piezas», aseguró entonces la consejería de Cultura castellanoleonesa. Y se acabó la historia.

Detalle de las pinturas murales del Monasterio de Sijena que se exhiben en el MNAC / Europa Press
Los caminos del patrimonio, ya ven, son inescrutables, pero casi todos acaban desembocando en un mismo frente: el de la conservación. Porque, como advirtió en su día el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), no se puede restituir y conservar. O se restituye o se conserva. «Ambas cosas son imposibles». Lo mismo sirve para la Dama de Elche, varada en el Museo Arqueológico Nacional porque «cualquier traslado puede desencadenar procesos de degradación irreversibles», que para las Glosas Emilianenses, tesoro de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia en Madrid cuya restitución reclama La Rioja desde hace años. Para la «capilla Sixtina del arte mozárabe» que, algo les sonará, para las pinturas murales de Sijena, joya del románico y enconado objeto de disputa judicial entre el gobierno de Aragón y el Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC). «Es una situación muy complicada, porque yo entiendo que Aragón quiera tenerlo ahí, igual que en la Isla de Pascua quieren de vuelta un ‘moai’ que está en el British Museum. Es lógico, pero si durante el traslado hay riesgo de quedarnos sin ‘moai’ o de que se pierda una gran parte, ya no está justificado el traslado», reflexiona Jorge Otero, profesor de conservación de patrimonio en la Universitat de Barcelona y uno de los impulsores del manifiesto en el que 150 conservadores abogaban por resolver el conflicto de las pinturas murales desde un plano puramente técnico y científico. Sijena, decían, «no es un símbolo ni una bandera que pueda agitarse según convenga, sino un bien cultural cuya integridad debe preservarse en beneficio de toda la sociedad, dada su importancia patrimonial».
Puede reabrir muchos casos que se han parado por un informe desaconsejable de conservación y que afectan a obras de arte que están en mejor estado y son más fáciles de trasladar»
Preservación y enredo judicial
Con la propiedad fuera de discusión y una sentencia ratificada por el Tribunal Supremo que obliga a Cataluña a devolver las pinturas a Aragón, el debate pasa ahora, o debería hacerlo, por la preservación, oportunidad aparentemente perdida tras años de enredo judicial. No en vano, buena parte de los debates artísticos y patrimoniales del futuro dependerán de cómo se acabe resolviendo el ‘affaire’ de las pinturas románicas. «Cada caso es diferente y tiene su propia coyuntura legal, pero la clave aquí está en la conservación, ya que si de pronto se acepta que los murales se pueden conservar en Sijena, se rompe la baraja y se cambian las reglas del juego: si se puede hacer con Sijena quiere decir que se puede hacer también con la Dama de Elche o con el ‘Guernica'», reflexiona el historiador del arte Albert Velasco. Se refiere el también profesor de legislación y tutela del patrimonio artístico a la histórica reclamación del País Vasco de trasladar la obra maestra de Picasso al municipio de Vizcaya que la inspiró así como a las demandas, largamente desatendidas, del Ayuntamiento de Elche para recuperar, aunque sea de manera temporal, su célebre escultura íbera.
En ambos casos, igual que con la malagueña Lex Flavia Malacitana o los Toros de Costitx de Son Corró (Mallorca), la negativa por parte del gobierno español ha sido frontal. ¿El motivo? Fácil: responsabilidad patrimonial y blindaje ante posibles efectos adversos derivados del ajetreo de un viaje de ida y vuelta. En el caso concreto de la Dama de Elche, un informe del Instituto del Patrimonio Cultural de España (IPCE) que alertaba de «consecuencias catastróficas» en caso de un traslado fue determinante para que el Ministerio de Cultura zanjase la polémica. «Los murales son 3.000 veces más frágiles que El Guernica o La dama de Elche y nadie se plantea moverlos», resumió Pere Rovira, miembro del Centro de Restauración de Bienes Inmuebles de la Generalitat, durante un congreso de expertos celebrado el pasado verano.

La Dama de Elche / EFE
«Puede reabrir muchos casos que se han parado por un informe desaconsejable de conservación y que afectan a obras de arte que están en mejor estado y son más fáciles de trasladar -apunta Otero-. Las pinturas de Sijena están débiles, son pinturas murales quemadas, así que empíricamente el riesgo es mayor». La Unesco, encargada de establecer estándares para la conservación de bienes culturales, también se ha pronunciado a través de su subdirector general de Cultura, Ernesto Ottone, quien a su paso por Mondiacult alertó de los daños que podrían sufrir las obras durante un traslado. «Hay que tener mucho cuidado porque hay casos y casos. En algunos, la integridad de las obras se podría ver afectada. Por ejemplo, las obras que están construidas sobre soportes físicos son muy difíciles de trasladar», dijo Ottone, quien puso como ejemplo los daños sufridos por los murales del mexicano José Clemente Orozco.
Es inaudito que en un caso como este no se haya pedido opinión al IPCE. Es como si en una pandemia se obviase al Ministerio de Sanidad. Y todo por cuestión política y por no enfrentarse a Aragón»
El papel de las instituciones
Al IPCE, máxima autoridad en cuestiones de conservación y restauración de bienes culturales, se ha intentado encomendar el MNAC para llevar el debate de las pinturas a un plano puramente técnico, pero ni la justicia, que negó esta misma semana la posibilidad que el museo pidiese un informe pericial sobre el traslado y sus posibles riesgos, ni el Ministerio de Cultura, de perfil en todo momento y muy reacio a dejarse arrastrar a una confrontación entre comunidades autónomas, han estado por la labor. «Es inaudito que en un caso como este no se haya pedido opinión al IPCE. Es como si en una pandemia se obviase al Ministerio de Sanidad. Y todo por cuestión política y por no enfrentarse a Aragón«, denuncia Velasco. «Es evidente que si el máximo organismo de conservación dice que las pinturas no se pueden mover, esa será la única opinión que va a tener en cuenta la jueza».
Exconservador del Museu de Lleida, de cuyo plenario dimitió el pasado mes de junio como respuesta a lo que consideraba una postura «indigna y reprobable» por parte de la Generalitat en la gestión política del proceso, pone como ejemplo Velasco la restauración de los de frescos de la cubierta de la iglesia zaragozana de Santo Tomás de Villanueva, el mayor ciclo pictórico conservado de pintor madrileño Claudio Coello y joya del siglo XVII presentada al mundo como, sorpresa, «la capilla Sixtina del Barroco”. El templo sufrió daños y desprendimientos y uno de los murales se fracturó en más de 14.000 fragmentos, por lo que técnicos del IPCE han visitado en varias ocasiones la iglesia para estudiar y valorar el grado de conservación que requiere el conjunto. «No se entiende que ahí sí que intervenga y no lo haga en un caso como el de Sijena», lamenta Velasco, para quien la actitud del Ministerio de Cultura solo puede tacharse de «irresponsable».
En el otro extremo del espectro opinativo se encuentra el exdirector del MACBA y el Reina Sofía Manuel Borja-Villel, azote del museo como mausoleo colonial. «Más allá de rasgarnos las vestiduras, hay una cosa que deberíamos plantearnos, y es que estamos utilizando los mismos argumentos que el British Museum para no devolver las piezas objeto de reclamación», llegó a decir durante la inauguración de su polémica exposición ‘Fabular paisatges’. En el horizonte, una dialéctica de la restitución en la que caben los Mármoles del Partenón, sí, pero también La Puerta de Ishtar y el controvertido Tesoro de los Quimbayas que Colombia lleva décadas reclamando al gobierno español.

Una mujer fotografía la obra de Picasso ‘Guernica’ / Europa Press
Como escribe en Alice Protcer en ‘El cuadro completo. La historia colonial del arte en nuestros museos’, «todo lo que alberga un museo es político porque está determinado por las políticas del mundo que lo creó». Y política es, al fin y al cabo, casi todo lo que rodea a un caso como el de Sijena, trinchera ideológica que en los últimos días ha favorecido salidas tono como las director general de Cultura del Gobierno de Aragón, Pedro Olloqui, quien ha llegado a decir que el MNAC ha tratado con «dejadez» y «desidia» el conjunto que lleva preservando desde hace décadas. Las pinturas, dijo, «son valoradas pero no son queridas, porque son patrimonio cultural de Aragón».
Entre tanto, técnicos aragoneses han propuesto desmontar las pinturas de Sijena en 72 subfragmentos para facilitar el manejo y minimizar los riesgos y las vibraciones. Nada que ver con los 35.784 pedazos del monasterio de Sacramenia, por más que tampoco aquí esté muy claro dónde irán a parar los murales románicos. «Las pinturas sufrirán, que es lo que están diciendo todos los expertos. Y sufrirán en todos los momentos del proceso. El problema es que no han explicado qué piensan hacer con ellas cuando estén ahí, porque no les preocupa. Lo único que les interesa es tenerlas. Las medidas de los arcos de la sala capitular son diferentes, por lo que la única solución es construir un edificio anexo, algo que no tiene sentido», deplora Velasco.
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