Viernes, 31 de octubre 2025, 14:28
| Actualizado 19:13h.
El primer cuadro de estilo neoclásico, ‘Cárcel de Vitoria’ (1861), lleva la firma de Juan Ángel Sáez. Representa la antigua prisión de la ciudad, situada en la calle La Paz, que funcionó entre 1861 y 1973, hasta su demolición. En esa vista urbana, cuidada al detalle, asoman algunos personajes y la arquitectura gana mucho peso. En el extremo opuesto del recorrido, el último óleo, ‘Larrinzar’ (1996), de Andrés Apellániz, muestra un paisaje de madurez y equilibrado rural, en la zona más oriental del pantano de Ullibarri Gamboa.
Entre ambas obras transcurren 135 años. Son dos de las piezas que integran la exposición ‘Paisajes cercanos’, abierta en el Museo de Bellas Artes de Álava, un recorrido por la evolución de la pintura vasca a través de su relación con el entorno. El paisaje siempre es el protagonista. «A través de ellos podemos ver la relación con nuestro entorno y cómo ha ido evolucionando a nivel plástico a lo largo del tiempo», explica González de Aspuru, directora de la pinacoteca.
La muestra despliega un amplio abanico de estilos, desde el academicismo más clásico hasta las rupturas del impresionismo, el postimpresionismo o incluso el cubismo. En las paredes se suceden costas, playas, puertos, vistas urbanas, paisajes industriales y caseríos. Un mosaico de estampas que, en su mayoría, retratan el País Vasco y su diversidad visual. «De Álava tenemos el grueso más importante porque debemos atender a los artistas que han desarrollado su trabajo aquí», señala la responsable del museo. La selección reúne obras de 38 autores, entre ellos Mauro Ortiz de Urbina, Aurelio Vera-Fajardo, Teodoro Dublang, Jesús Apellániz, Ángel Sáenz de Ugarte, Andrés Apellániz, Gerardo Armesto, Ángel Moraza y Enrique Suárez Alba, entre otros.
El concepto de «cercano» del título trasciende lo geográfico y apela a una cercanía emocional, casi íntima, con los lugares representados. «Cuando se habla de la luz del País Vasco, o de cómo Regoyos la captaba, nos hace evocar nuestras propias vivencias en esos paisajes», subraya González de Aspuru.
Exposición ‘Paisajes cercanos’ (1861-1996)
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Con obra de 38 artistas
Juan Ángel Sáez, Albert Joseph Franke, Eugenio Arruti, Vicente Berrueta, José Salís, Darío de Regoyos, Ángel Larroque, Fernando de Amárica, Pablo Uranga, Felician von Myrbach, Enrique Nieto Ullibarri, Gustavo de Maeztu, Juan de Echevarría, Jenaro Urrutia, Antonio de Guezala, Ernesto Pérez Orue, Narciso Balenciaga (Narkis), Ángel Cabanas Oteiza, Nicolás Múgica (Nikol), Mauro Ortiz de Urbina, Aurelio Vera-Fajardo, Teodoro Dublang, Jesús Apellániz, Ángel Sáenz de Ugarte, Emilio Ibargoitia, Jesús Basiano, Víctor Landeta, Nicolás Martínez Ortiz de Zárate, Santiago Uranga, Ascensio Martiarena, Gaspar Montes Iturrioz, Benjamín Palencia, Menchu Gal, Julián Ortiz de Viñaspre (Jovi), Andrés Apellániz, Gerardo Armesto, Ángel Moraza, y Enrique Suárez Alba. -
Hasta el 12 de abril de 2026.
En el Museo de Bellas Artes de Álava. Entrada gratuita.
La muestra se organiza en tres secciones. La primera es ‘La pintura de paisaje de la segunda mitad del siglo XIX. Del academicismo al impresionismo’. Parte precisamente de la obra de Juan Ángel Sáez, conocido como «el pintor de la ciudad» y formado en la Escuela de Dibujo de Vitoria. En esta sala, situada a la izquierda tras la entrada principal, destaca también la presencia de Darío de Regoyos, figura clave en la introducción del impresionismo en el País Vasco. Una de sus piezas muestra la playa de San Sebastián y otra ofrece una vista de Durango, ambas de su etapa más puntillista.
A medida que avanza el recorrido, el visitante percibe cómo esa visión del paisaje va cambiando. Costas, playas, puertos, vistas urbanas, industriales, caserios… varían según el trazo y la corriente. La segunda sección, bajo el título ‘Tradición y vanguardia en los paisajes hasta la Guerra Civil’, está presidida por una gran obra del vitoriano Uranga, ‘Barco carbonero en el puente Deba-Mutriko’ (hacia 1900-1930), dominada por la «pincelada vibrante» que caracteriza al autor. Más de metro y medio de ancho por cerca de tres de longitud hacen que el visitante se sumerga en esa marina en la que aparecen varias chalupas tras el barco en primer plano y un llamativo cielo rojizo. Frente a ella tres piezas de Amárica (‘Paseo de canónigos’, ‘Iglesia de Ilarduya’ y ‘Peñas y nubes (Albéniz)’).
Un grupo de discípulos de Díaz Olano completa este apartado, con diferentes escenarios de Vitoria. Entre ellos destaca ‘Tiovivo’ (1935), de Teodoro Dublang, que captura una escena festiva junto al antiguo instituto (hoy sede del Parlamento Vasco), y los tonos verdes y la luminosidad de ‘Rincón de la Florida’ (1930), de Aurelio Vera-Fajardo. Esta obra ya se pudo ver en una anterior exposición del Bellas Artes llamada ‘Frutos del paraíso’ hace una década.
En la última parte del recorrido, ‘El nuevo escenario surgido tras el conflicto bélico’, la pintura vasca experimenta un cambio de rumbo. «En los años cincuenta empieza a haber una serie de transformaciones y se crean ciclos de pintura que intentan romper con lo anterior», explica la directora. Por ejemplo, en ‘Los camineros de Sobrón’ (1954), de Gerardo Armesto, se aprecia el contorno de los figuras. La influencia fauvista se manifiesta en la obra de Menchu Gal, una de las pocas artistas presentes en la colección del museo. En ‘Jardín de Oiartzu’ (1960), la pincelada se vuelve enérgica. Entre esta colección de piezas que reflejan el impulso industrial figura ‘La fábrica’ (entre 1960 y 1969), de Suárez Alba, miembro del grupo Pajarita, en el que una chimenea humeante domina una composición en la que parece que dejamos atrás el mundo rural.
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