Quizás para el transeúnte despistado, la calle Silos, en Tarifa, no le diga nada. Sin embargo, a aquel con un mínimo de curiosidad le llamará la atención el enrejado de uno de sus números impares, intervenido pictóricamente de forma que los barrotes se trasforman … en el rostro de un duendecillo burlón que nos observa desde el otro lado…

—El otro día se me olvidó esa palabra que se usa para definir la capacidad de ver caras en las manchas…

—Pareidolia. Esa me la sé yo—Le indico a mi interlocutor.

—¿Ves? Una de las cosas que echo en falta de vivir tan lejos es tener a alguien con quien conversar sobre arte. Tengo un amigo, pero vive en Galicia…

Óscar Alonso Molina.

—Sí. Si lo tuviera más cerca podría preguntarle si lo que estoy pintando ahora es una chorrada o merece la pena…

Con quien hablo es Guillermo Pérez Villalta (1948), el pintor de Tarifa. El propietario de la casa cuya ventana nos desafía con sus colores y sus formas antropomorfas. Atravesada la puerta de ese inmueble, se penetra en uno de los espacios creativos más singulares de una ciudad que desde la orilla del mar desafía a África y que inspira una y mil historias, antes protagonizadas por pescadores, por militares, por conserveros, ahora por turistas con posibles y surferos que buscan las mejores olas. Pronto se entiende, por lo que se percibe del exterior y lo que nos rodea y sale al paso (si no lo dificulta) en el interior, de dónde viene todo el imaginario de nuestro protagonista.

Guillermo nos abre la puerta desde el interfono y nos hace pasar dentro. Tardará en bajar. Son en total cuatro plantas en torno a un patio que al pintor le cuestan descender. La edad no pasa en balde. En lo que tarda, nos da tiempo a reparar en su decoración, en sus formas, en cómo una copia en yeso del ‘Espinario’ de los Museos Capitalinos convive con arcos de medio punto policromados por el artista, plantas de todo tipo, azulejería y una copia de uno de los batracios que da nombre a la cercana Plaza de las Ranas tarifeña. También muebles psicodélicos y marcas en el suelo.

Imagen principal - De arriba abajo, el pintor en el patio de la vivienda; detalle de las puertas de la vivienda, decoradas como los azulejos del suelo; y el artista en su biblioteca, presidida por una réplica de una escultura de Atenea

Imagen secundaria 1 - De arriba abajo, el pintor en el patio de la vivienda; detalle de las puertas de la vivienda, decoradas como los azulejos del suelo; y el artista en su biblioteca, presidida por una réplica de una escultura de Atenea

Imagen secundaria 2 - De arriba abajo, el pintor en el patio de la vivienda; detalle de las puertas de la vivienda, decoradas como los azulejos del suelo; y el artista en su biblioteca, presidida por una réplica de una escultura de Atenea

Como en casa.
De arriba abajo, el pintor en el patio de la vivienda; detalle de las puertas de la vivienda, decoradas como los azulejos del suelo; y el artista en su biblioteca, presidida por una réplica de una escultura de Atenea
M. Nieto

«Esta era la casa de mis abuelos –cuenta Pérez Villalta–. Yo no nací aquí, sino un poco más abajo, en la calle Colón. Aquí residían también dos tíos. Pero es la casa en la que he vivido siempre. Venía muchísimo de niño. Siempre me ha gustado comer y hasta aquí llegaba para ver qué había preparado mi abuela o mi tía. Es una casa que adoro, la amo profundamente. Sobre todo por la azotea…».

Nos estamos adelantando, pero es que ¡no se imaginan ustedes cómo es esa azotea! Rematada con algunas esfinges realizadas por su propietario, abraza a Ceuta de un lado, a Tánger del otro («y por la noche es un espectáculo de lucecitas que me encanta contemplar»). Este era el sitio en el que se escabullía Guillermo niño, primero porque era en el que le dejaban tranquilo, pues nadie subía si no era para tender. Luego por las vistas. «Llevo viéndolas 77 años y todavía me parecen bonitas. Antes de que esto fuera de mi propiedad, aquí en la azotea se construyeron dos viviendas y en una se instalaron mis padres, con otra más chiquitita para mi hermano y para mí. Ese fue mi primer estudio. Luego se arregló para integrarla en la vivienda porque las vistas son acojonantes. Eso de desayunar viendo pasar los barcos me sigue pareciendo como un milagro».

Hercúleos y barbados

Bajemos de nuevo las escaleras. Y, mientras lo hacen, reparen en los trampantojos de las puertas pintadas imitando los azulejos del suelo, o en esos altares paganos de dioses hercúleos y barbados pintados por Pérez Villalta que descansan en sus huecos. El andaluz nos muestra primero la planta baja, que también tiene su miga: «Esto fue un bar en los noventa que abrí con mi anterior pareja y que se llamó Las Dos Columnas, por las columnas de Hércules y las de la propia casa».

Ahora empezamos a entender muchas cosas: las sillas o butacas que por ahí se dispersan y que son las de ese antiguo local («que no era de ambiente, pero donde acababan todas ‘las modernas’ de los alrededores»). O las marcas tan raras del suelo y que son un testigo de donde se situó la antigua barra.

En torno al patio, distintas estancias en las que cuelgan de las paredes de manera desordenada obras del artista de distintas épocas. «Son las que se salvaron de la quema del CAAC». Así se refiere Guillermo a la donación de obra que hizo a esta institución en 2013. Allí quedan aún piezas que no se fueron porque él las tenía especial cariño o porque son posteriores a la transacción. Como su autorretrato con el brazo en cabestrillo de 1966. O el conjunto ‘Grandes momentos de la música moderna’, dibujos dedicados a una de las grandes pasiones del artista, la música («¡Pizzicato Five, Elvis Costelo o Burt Bacharach me flipan!»), protagonizados por Lou Reed, Michael Jackson o Lennon.

Imagen - «Dejé de creer sin dramas, con 15 o 16. Pero agradezco haber sido formado dentro del Catolicismo, cuya tradición se asienta sobre la imagen. Si a la religión le quitas la creencia te queda el arte»

«Dejé de creer sin dramas, con 15 o 16. Pero agradezco haber sido formado dentro del Catolicismo, cuya tradición se asienta sobre la imagen. Si a la religión le quitas la creencia te queda el arte»

También podemos ver en primicia los lienzos que formarán parte, desde el 13 de noviembre, de su próxima exposición en la galería Fernández-Braso, obras de 2023 hasta los últimos meses: «La galería Braso es grandota, pero yo la lleno. Tengo incontinencia pictórica. Y como voy cambiando constantemente, si no expongo, lo que hago se me queda antiguo. Por eso siempre busco una obra que haga de cierre. De lo que se muestra en Madrid, el último cuadro lo pinté en Semana Santa. Dije ‘Se acabó’ y se acabó. Y se ha acabado más de lo que pienso, porque me doy cuenta de que he empezado a hacer otras cosas…».

La gran mentira

Guillermo menciona en estos trabajos una tendencia a ‘la esencialidad’, a cierta ‘espiritualidad’: «¿Qué pasaría si Cezanne pintara como Mondrian y viceversa?». Aquí despliega lo que llama ‘Frisos’, y obras que son como emblemas en torno a la empatía, a la belleza. Siempre la belleza: «La vida la vivimos para tener conciencia de la belleza». Mucha geometría, la que le definió en sus inicios. También sus ‘Primitivos modernos’ (él adora la pintura del siglo XV), que apoyan su idea de que «la Historia del arte es una mentira», en la que hay «flujos y burbujas estéticas» que se relacionan y que hacen que todo vaya hacia delante y hacia atrás. Como en esa casa.

Justo en la estancia en la que se concentran más estímulos por centímetro cuadrado, con la colección particular de objetos de alguien que siempre admiró el kitsch y lo popular, se ha caído el techo de la habitación y el fluorescente lo ilumina todo como si de una instalación de Thomas Hirschhorn se tratara: «¡Me han llegado a llamar hortera!», dice mientras ríe como un niño chico. «Hortera, sí, ¡pero bien que se llevó el CAAC los mejores ejemplares de mi colección de jarrones de los 50! Yo los compraba a 40 o 50 pesetas».

El acondicionamiento de la casa a sus gustos a comienzo de los 90 puede considerarse uno de los pocos proyectos arquitectónicos de Pérez Villalta, del que, recordamos, es tudio Arquitectura: «He hecho más cosas. En Algeciras, por ejemplo, hay un edificio que sin pudor ahora llaman Edificio Pérez Villalta. Se concibió como Cámara de Comercio del Campo de Gibraltar, y aunque es un poco pobretón, estoy orgulloso de él. Además, a la gente le encanta, posiblemente porque no tiene nada que ver con la arquitectura moderna». Para Guillermo, años perdidos los de estudiante, en los que si bien él amaba la disciplina aborrecía a partes iguales la construcción. «Pero fue un tiempo bueno en el sentido de que en la Escuela conocí a algunos amigos ‘interesantes’». Son a los que luego se llamó los integrantes de la Nueva Figuración en la que se le emparentó.

Imagen principal - En las imágenes, de arriba abajo, el pintor en su estudio; detalle de las traseras de sus cuadros, en los que Villalta escribe el título y la fecha de inicio; y hueco de la escalera

Imagen secundaria 1 - En las imágenes, de arriba abajo, el pintor en su estudio; detalle de las traseras de sus cuadros, en los que Villalta escribe el título y la fecha de inicio; y hueco de la escalera

Imagen secundaria 2 - En las imágenes, de arriba abajo, el pintor en su estudio; detalle de las traseras de sus cuadros, en los que Villalta escribe el título y la fecha de inicio; y hueco de la escalera

Un refugio pictórico.
En las imágenes, de arriba abajo, el pintor en su estudio; detalle de las traseras de sus cuadros, en los que Villalta escribe el título y la fecha de inicio; y hueco de la escalera
M. Nieto

Una planta más arriba, una de las habitaciones sagradas, la biblioteca, con sus libros de arte y un pequeño altarcito dedicado al Giotto («La capilla Scrovegni es de las cosas más bellas que conozco», sentencia). Otra acumula sus propios libros y catálogos. Una específica sirve para preparar los lienzos, un trabajo que ha hecho personalmente desde siempre, y otra como almacén: «Es tal la acumulación, que no sé lo que tengo. Hay una chica que trabaja desde hace cuatro años en su tesis sobre mí que sí que sabe lo que hay ahí. Es la única». Y una de las joyas de la casa: Guillermo la llama ‘la cámara para el placer’, con sus futones y su decoración entre pompeyana y oriental, con una pequeña sauna al final. Para nada fuera de lugar en el contexto de un amante del hedonismo como es él.

En la amplia sala con grandes ventanales que hoy es su taller, Pérez Villalta nos habla de otros sincretismos: de su extraña relación con la religión, por ejemplo. «Dejé de creer sin dramas, con 15 o 16. Pero agradezco haber sido formado dentro del Catolicismo, cuya tradición se asienta sobre la imagen. Siempre digo que empecé a amar el arte porque me llevaban a sitios muy bonitos, las iglesias. Y conocer la Catedral de Málaga cuando nos mudamos allí fue una revelación. Mis padres siempre resaltaban de mí lo ‘buenecito’ que era el niño en misa, y lo que estaba el niño era extasiado mirando el arte. Si a la religión le quitas la creencia, te queda el arte».

Allí repasamos su relación actual con Tarifa. Una ciudad en la que pintó uno de esos primeros cuadros reveladores, de los que le abrieron los ojos sobre lo que estaba llamado a ser («se titulaba ‘Meditaciones metafísicas’ y cuánto lamento que hoy esté en la Cartuja», se apena) y que hoy se puede recorrer siguiendo su huella: De hecho, en su misma calle, un poquito más arriba, en La Puerta de Jerez, descansa en una pequeña capilla pagana su ‘Cristo de los Vientos’, dedicado al de Levante y al de Poniente, y anexo al mercado en lo que fuera su casa natal, en un soportal, su ‘Lámpara’, también de los vientos, como elemento protector. Un templete proyectado para la plaza homónima acabó llevándose a La Línea.

Imagen - «La consecución de la belleza me sigue movieno. Y la capacidad del ser humano de encontrarla en los escenarios más extraños»

«La consecución de la belleza me sigue movieno. Y la capacidad del ser humano de encontrarla en los escenarios más extraños»

Si se le da a elegir, Guillermo se queda con la playa («vivo en Tarifa porque necesito el mar, el sur, el Mediterráneo. La verdad es que nunca me gustó vivir en Madrid», donde su casa en Arturo Soria se la tiene cedida a Pablo Sycet, otro pintor «al que solo le pido que me la cuide»). También con el Retiro, pero el de aquí, un pequeño bosque a pocos minutos de su morada; o con la ermita de la Virgen de la Luz, donde realiza ‘religiosamente’, cuando corresponde, un ritual de velas con su actual ‘compañero’ (no le gusta el término ‘pareja’ o ‘marido’) con el que vive; y con la Caleta, un recodo mirando hacia Marruecos al que iba de excursión de niño con su padre…

Con Guillermo se puede estar hablando horas: de su rutina de trabajo, diaria, sin festivos. Sin saltarse la siesta y que se acaba cuando el cuerpo dice ‘para’. De su incomprensión por el Realismo pictórico para alguien que cree ciegamente en la imaginación y la paradoja de estar muy interesado por la realidad («no queda otra: es que nos toca vivirla»). De cómo afectan los contextos, la capital, la costa, o de cuestiones de actualidad como Gaza o las identidades de género. De la muestra de Alcalá 31 de hace unos años, comisariada precisamente por Óscar Alonso Molina, la mejor para él de toda su carrera con diferencia… Esa terraza, creánme, da para mucho.

Hacer memoria

—Me reconoció hace unos años que empezó a escribir sus memorias ( ‘Espejo de memoria’, 2020) porque tenía miedo a olvidarse de sus recuerdos. 

—Con mi memoria me llevo fatal. Tengo miedo. Mucho miedo. Voy perdiéndola. Y una cosa curiosa al respecto es que no recuerdo los nombres: de una persona, de un color, de una cosa… ¿por qué los nombres?

—La consecución de la belleza, ¿es lo que le sigue moviendo? 

—Sí. Y la capacidad del ser humano de encontrarla en los escenarios más extraños. Ese es el tema de uno de los cuadros que no se verá en Madrid, sino que viajan a otra expo en Barcelona, en la Sala Parés, dentro de un año.

El artista con las obras que presentará en la galería Fernández-Braso

El artista con las obras que presentará en la galería Fernández-Braso

M. Nieto

—Veo que sigue escribiendo.

—Estoy con un libro para Jacobo Siruela. Él me pidió algo nuevo sobre mi obra pero yo lo voy a titular ‘Una reflexión sobre la obra pictórica’. Ya escribí una biografía y esto no va de eso.

—¿Escribe a mano?

—A mano.

—¿Y a lápiz?

—A lápiz.

—¿Se sigue llevando bien con la vejez?

—Ya no tan bien. La vejez tiene una madurez cerebral muy interesante, pero cada vez la noto más físicamente. El cuerpo se deteriora, y esto ha sido muy rápido. Pero la cabeza, no. Yo creo incluso que se aclaran las cosas. Eliminas lo superfluo. Vas viendo sin problema lo que sobra… Ahora se habla de IA, pero lo que jamás tendrá la IA es imaginación. No puede crear sin referentes, algo que no exista. Ese don humano hay que aprovecharlo y hasta el final.

—Por eso sigue trabajando…

—Sobre todo porque si no me aburro. Así de claro. El ‘dolce far niente’ no sé lo que es. Reposar sí es importante, porque en el reposo pones en marcha la imaginación. Esa sensación sí que me es placentera, porque es como ir recogiendo y probando frutos que tú mismo creas.

—¿Le asusta la muerte?

—No, porque no creo en nada. No soy creyente, no creo en Dios. Te mueres y ya está. Deja de funcionar el cerebro y ya está.

—¿Y qué quiere hacer con todo esto?

—Tengo unos abogados que me cobran y que me van a ayudar con eso. Pero yo persigo algo muy sencillito. Nunca he sido súper rico. Me ha importado un bledo el dinero. Lo poco que he guardado me servirá para conformar algo, una fundación, a la que le podáis sacar partido los que quedéis. Se pueden hacer ediciones, postales, que a mí me encantan… Se me ocurren muchos negocios… Quiero que todo se conserve lo más parecido a como está aquí. Tampoco quiero masas viniendo… Tú no te puedes imaginar lo que hay ahí guardado. Esto será un deleite para el investigador.