Casos como el de Lazkano y Vinicius devuelven muchos fantasmas al ciclismo
Lo de Oier Lazkano no es una anécdota más, lo de Vinicius Rangel, tampoco, no para el ciclismo.
Es una sucesión que levanta demasiadas dudas, justo lo que menos necesita el ciclismo después de tantos años intentando escapar de su propia sombra.
El anuncio de su suspensión provisional de Oier Lazkano por parte de la UCI, referida al periodo 2022–2024 —cuando militaba en Movistar—, ha pasado casi de puntillas entre la opinión pública, pero encierra una grieta preocupante: los mecanismos que deberían detectar estas irregularidades no han funcionado.
El comunicado de Movistar, gestionado por Abarca Sports, es claro en la forma y frío en el fondo: todos los controles a los que fue sometido Lazkano, tanto internos como externos, dieron negativo.
Si todo fue negativo, ¿cómo se explica que ahora aparezca una investigación abierta por la UCI sobre ese mismo periodo?
Si el sistema no detectó nada, el sistema no ha funcionado.
Movistar se declara “sorprendido” y promete reforzar sus medidas, pero el ciclismo ya ha escuchado esas promesas otras veces.
Y lo más inquietante es la coincidencia: el caso de Vinicius Rangel, también ex Movistar, también bajo sospecha y del mismo periodo, estalla casi al mismo tiempo.
No es descabellado pensar que algo falló sumariamente durante esos años, por mucho que la UCI haya tardado en mover ficha.
Red Bull–BORA, actual equipo de Lazkano, se ha desmarcado rápido: confirma su salida y subraya que todo se refiere a su etapa anterior.
El mensaje es claro: “no es nuestro problema” pero lo es, les han colado un buen gol.
Sin embargo, la temporada gris del corredor en 2025 parece hoy más explicable: o bien le cortaron las prácticas o le pidieron pasar desapercibido.
En cualquier caso, algo olía raro, y ahora mal. desde hace meses.
El ciclismo vive en un equilibrio precario entre el deseo de limpiar su imagen y la sospecha permanente.
Casos como éste, aunque discretos en el ruido mediático, reabren heridas que nunca terminan de cicatrizar.
No se trata de volver al “todo vale” del pasado, sino de aceptar que el modelo actual sigue teniendo grietas.
Porque lo peor no es que aparezca un positivo: lo peor es que el sistema, con todos sus recursos, no lo vea venir.
Y cuando eso ocurre, el daño no lo sufre solo un corredor o un equipo.
Lo sufre todo un deporte que lleva años intentando convencernos —y convencerse— de que ha cambiado, que esta vez no haya trascendido mucho -a pesar de salir en boletines y telediarios- no significa que no suceda más adelante.
Imagen: Unipublic/Cxcling/Naike Ereñozaga



