Dicen que la música es solo arte, sin embargo, ciertos políticos al otro lado del Atlántico no lo tienen tan claro.

México vive un clima espeso con su enquistada y sempiterna lucha contra el narcotráfico, pues las cosas no terminan de ir bien; son decenas los titulares que cada mes, como si un cronista amarillento estuviera al mando, protagonizan los tiroteos, secuestros, cacerías y operaciones policiales que se saldan con números de víctimas de dos – o tres – dígitos.

Hace no mucho, por ejemplo, la historia del rancho Izaguirre, aquella finca en el estado de Jalisco que transformó en un campo de exterminio el homónimo cártel, copó las portadas y telediarios españoles con las imágenes de pilas con centenares de restos óseos humanos, como si se tratara de un Auschwitchz 2.0.; sin embargo, noticias terribles que apenas llegan a España conmocionan a diario a la opinión pública del país desde que hace un año estallara un fortísimo conflicto por el control de la región de Sinaloa, una de las más ácidas del país, entre Los Chapitos y Los Mayos: en el estado, cuya capital es Culiacán, han muerto a manos del cartel 2000 personas y han desaparecido otras 2000 más.

Los cárteles se han convertido en parte del día a día de los mexicanos; los muertos han salido de tumbas y tabloides para mimetizarse con la cultura diaria, la literatura y también la música. De hecho, uno de los estilos que abanderan la música mexicana, los corridos tumbados, está en el punto de mira del mismísimo Gobierno Federal por diversas acusaciones de incitación al crimen organizado.

Los corridos tumbados son un género juvenil, potente y muy exitoso que inventó Natanael Cano, un chavalito orihundo de Hermosillo, al fusionar la música regional mexicana, con sus trompetas y guitarras y cantos, con el trap y el reguetón. El resultado que la fórmula dio fue puro éxito y no tardaron en subirse al carro artistas como Peso Pluma o Junior H, que pusieron México en el mapamundi con un género que podían reivindicar como propio, al igual que Puerto Rico con el reguetón.

La fórmula, sin embargo, comenzó a generar dudas entre las autoridades mexicanas por uno de los subgéneros que en ella se dan: el narcocorrido. Este género no es nuevo, ya lo practicaron cantantes de rancheras como Chalino Sánchez en el siglo XX, sin embargo, que se comenzara a hacer también desde el corrido tumbado le volvía a insuflar un aire de juvenil actualidad.

El narcocorrido es una canción que narra una historia relacionada con el narco, los cárteles y el crimen organizado, y, pese a no ser directamente una apología, sí suele tejerse desde una narrativa similar a la epopeya, con su viaje del héroe y su objetivo mesiánico, que acaba convirtiendo al individuo o grupo criminal al que se canta en una suerte de ídolo narrativo. Tamaulipas, donde Peso Pluma habla del cártel del Golfo, sería un buen ejemplo.

Estas canciones han despertado preocupaciones en las autoridades de un país que tiene las heridas de la guerra en carne viva y no quiere más violencia; de hecho, el mismo Peso Pluma sufrió un incidente terrible: el cartel de Jalisco Nueva Generación lo amenazó con matarlo si actuaba en Tijuana; el cantante tuvo que ceder a las presiones y canceló el show. 

Pese a que no se estén tomando medidas federales homogéneas para todo el país, muchos estados están empezando a legislar por su cuenta. Por ejemplo, en Baja California, Jalisco o Guanajuato ya está prohibido reproducir narcocorridos en público; de hecho, en municipios como Texcoco o Tejupilco, hacerlo implica directamente penas de prisión de hasta seis meses: en el contexto del conflicto contra el cártel, la guerra cultural es importantísima.  

En el ámbito federal, la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha mostrado en público su rechazo a este tipo de canciones, sin embargo, siempre se ha manifestado con prudencia; sabe que los corridos tumbados son un género que mueve millones de jóvenes – también, millones de dólares – y no quiere un enfrentamiento directo con auténticos ídolos generacionales. Por eso, ha apostado por entrar con mano izquierda y promover festivales y espectáculos con otras temáticas. México se está llenando de concursos, como el mismísmo México Canta, retransmitido por la televisión pública y apadrinado por la presidenta, donde se buscan cantantes que exploren nuevas temáticas para la música regional mexicana. Anticorridos, se llaman.

Estas canciones, pese a la popularidad creciente de artistas como Vivir Quintana, no tienen ni remotamente el alcance de los corridos tumbados; además, en parte del público juvenil, principal consumidor de estos géneros, son percibidos como productos sintéticos inflados con dinero del gobierno, que entiende que la música no es la raíz del problema, aunque sí refuerce las narrativas del crimen.

La clave para cambiar el paradigma del género reside entonces en los artistas ya consolidados, en que ellos, motu proprio o por la presión política, decidan posicionarse de una forma u otra respecto a una guerra que, según las últimas cifras, ha dejado más de doscientos mil muertos en el país. Y ya empieza a haber reacciones.

Artistas como Peso Pluma han declarado que consideran el género como una simple expresión popular, nada más que arte, y han achacado gran parte de las críticas a cierta envidia hacia las espectaculares cifras que muchas de sus canciones alcanzan; sin embargo, otros artistas como Natanael Cano sí que han reconocido que el estilo que él mismo inventó debe ir virando hacia un sonido “más maduro, igual que pasó con el reguetón o el trap”. Aun así, también ha criticado a los políticos que pretenden tapar el sol con el dedo e intervenir directamente sobre el arte.  

Por su parte, el más desafiante hasta el momento es Junior H. Pese a que en una entrevista aseguró que había decidido quitar El Azul, un narcocorrido polemiquísimo que referencia el fentanilo y al Chapo Guzman, de su setlist en el festival Coachella, en la última semana de octubre se incendiaron las redes después de que en un festival en Jalisco, uno de los estados donde más se persiguen los narcocorridos, la cantara.

 De momento, los artistas del género no consideran sus canciones parte de la problemática de México, sin embargo, cantantes como Natanael Cano empiezan a admitir la necesidad de progreso en el estilo rey de un país en un avanzado estado de metástasis por culpa del crimen organizado.