«¿Quién podría comprar o subastar obras catalogadas y bien conocidas en todo el mundo, como lo son éstas?», se preguntaba el subdirector general de Bienes Muebles del Patrimonio, Román Ledesma. La noticia la había publicado ABC el 19 de agosto de 1989 y, … 35 años después, el misterio sigue sin resolverse. Se refería a los dos cuadros de Diego de Velázquez, más un tercero atribuido a Juan Carreño de Miranda, un pintor del siglo XVII, que desaparecieron del Palacio Real como por arte de magia y que jamás han sido devueltos desde entonces.
Los responsables no dejaron una sola pista, ni se supo entonces si todo había formado parte de un plan maestro organizado durante meses para llevarse dos obras de valor incalculable, realizadas por uno de los pintores más famosos de la historia.
Se encontraban en la sala principal del Palacio Real, situada en el ala noroeste del monumento. «Detectamos la desaparición el lunes, a las 13.00 horas, tras la habitual visita de control que efectúan, cada dos días, los conservadores del Palacio», informaba Ledesma.
Todo eran sombras con respecto a las circunstancias del caso. «Suponemos que la sustracción pudo ocurrir el viernes, tras la última visita, pero desconocemos absolutamente cómo y quiénes lo pudieron hacer. Verá: el sistema de detección de intrusión, conectado al sistema informático del Palacio, no ha registrado ninguna incidencia, tampoco se dispararon las alarmas y en la sala robada no se aprecian señales de violencia», añadía el responsable de Patrimonio «visiblemente preocupado, por no decir nervioso», apuntaba el redactor de ABC.
Cien millones
Los lienzos de Velázquez estaban valorados en unos cien millones de pesetas, aunque se trataba de un precio orientativo que en subasta «podría multiplicarse por diez o doce». El primero era ‘Dama desconocida’ y el segundo, ‘Mano de hombre’, que representaba esa extremidad del arzobispo Fernando Valdés. El tercer cuadro, de mayores dimensiones, era un busto de una dama de la época de Carlos II, atribuido a Carreño de Miranda y valorado en 75 millones. «Quizá no hayan salido de Palacio y, como ya ocurriera en el Museo del Prado, los ladrones los hayan escondido en algún lugar para luego pedir un rescate o quién sabe con qué fines. Esta hipótesis se refuerza al considerar que fueron sustraídos con los marcos, lo que dificulta enormemente su salida del edificio», señalaba Ledesma. Y advertía: «Hoy, en Palacio, todos somos sospechosos».
Una de las primeras pistas que se siguieron tenía que ver con una noticia aparecida meses antes en la prensa, que recogía las andanzas de un grupo de jóvenes que habían convertido el Palacio Real en su salón de juegos. «Los chicos jugaban por pasillos y dependencias en las que no se albergaban obras de arte, donde las medidas de seguridad eran mucho menores. Aquí solo tiene acceso personal autorizado: los conservadores, las empleadas de la limpieza y los vigilantes. Por supuesto, los controles de seguridad son muy estrictos».
El subdirector de Bienes Muebles Históricos creía poco «probable» que el sistema de seguridad hubiera fallado o que alguien hubiera podido «violarlo», pero aquello no redujo los palos de ciego que dieron las autoridades. Un mes después, ABC informaba de que los autores del robo podían ser varios obreros que habían estado realizando tareas de restauración en el Palacio y que tenían libertad de movimiento, pero no solo no aparecieron, sino que a finales de octubre Patrimonio Nacional anunció la desaparición de una cuarta obra: el cuadro ‘San Carlos Borromeo’ de Francisco Bayeu.
Los responsables también aseguraron después, por activa y por pasiva, que no se trataba de un robo, sino de un «extravío intencionado» o una «broma de mal gusto», por lo que las piezas no tardarían en aparecer. Treinta años después, sin embargo, los cuadros aún permanecen en paradero desconocido y, por lo tanto, catalogados en la base de datos ‘Dulcinea’ de la Policía Nacional, en el que se almacenan más de 8.000 obras de arte sustraídas durante las últimas décadas.