El pasado jueves fallecía en el municipio francés de Felletin, donde había vivido durante los últimos 25 años, el magistral cineasta británico Peter Watkins. Tenía 90 años, y su familia ha declarado en un comunicado que “el mundo del cine ha perdido a una de sus más incisivas, inclasificables e inventivas voces”. “Nos gustaría darle gracias a todo aquel que le haya apoyado durante su larga y a veces solitaria lucha”.

La familia se refería a las grandes dificultades que Watkins tuvo durante el desarrollo de su carrera, siempre crítico con el poder y probando enfoques incómodos y tremendamente combativos. 

Lo hizo a través del documental y la ficción inspirada en hechos reales, pero sobre todo con una mezcla de ambas: el falso documental, del que Watkins ha sido uno de sus máximos y más prolíficos impulsores. Empleando ese formato Watkins pudo mantener su compromiso político y pulir un aparato cinematográfico (y teórico) propio, siempre alejado en todo lo posible de lo que él llamaba “monoforma”.

La monoforma, según Watkins, es ese tejido de convenciones sobre el audiovisual global en tanto a duración, montaje y narrativa que se han considerado como imprescindibles para llegar al gran público. 

Watkins se negó a emplearlas (por eso algunas de sus películas se extienden a las 14 horas de duración), y su mirada sobre la realidad política del momento le valió problemas desde muy pronto. Nacido en 1935 en Surrey, hacia la década de los años 50 ya era uno de los documentalistas más prestigiosos de la BBC, bregado en sensibilidades similares a las de sus compañeros del Free Cinema.

En 1964 dio mucho que hablar con Culloden, un falso documental que recreaba la batalla del mismo nombre de 1746. Dos años después BBC le produjo El juego de la guerra, centrado en especular cómo serían los efectos de un bombardeo atómico en Rochester en caso de evacuación obligatoria. Todo era ficticio, pero de una verosimilitud escalofriante con la que Watkins arremetía contra la proliferación de las armas nucleares en la Guerra Fría y las políticas de la destrucción mutua asegurada.

Por El juego de la guerra Watkins ganó el Oscar a Mejor documental, pero el material causó tanta incomodidad entre la BBC como para suspender la emisión. El juego de la guerra estuvo inédita en su país de origen durante 20 años y ocasionó la ruptura de Watkins con la BBC, teniendo a partir de entonces que viajar bastante para poder financiar sus proyectos. En 1967 dirigió una comedia de ciencia ficción con Paul Jones, Privilegio, que fue un fracaso de taquilla e intensificó las dificultades de Watkins.

Desplazado a EEUU, Watkins dirigió Punishment Park en 1971, una nueva ucronía en forma de falso documental que ahora tenía como foco la represión de los movimientos por los derechos civiles de la época, en tanto al pacifismo, el feminismo y el antirracismo. Es otra de sus obras más celebradas, sucedida en el 74 por un biopic sobre Edvard Munch y en 1977 por The Evening Land, otro mockumentary.

Diez años después el director afrontó su proyecto más ambicioso: The Journey, un documental de 870 minutos compuesto por reflexiones de varios activistas en tanto a la amenaza nuclear, que Watkins tuvo que producir en Suecia. Ya en los 90 Watkins produjo otro biopic, Fritankären, en tanto al escritor August Strindberg, y finalmente en el año 2000 desarrolló la que puede ser su película más popular (también la última).

Nos referimos a La Comuna (París, 1871), donde Watkins estudiaba durante seis horas la experiencia revolucionaria de la Comuna de París, empleando nuevamente el falso documental al imaginar cómo habría sido aquel proceso de haber existido entonces los medios de comunicación.