El solomillo de ternera es un corte de carne que se extrae de la parte anterior del lomo. Junto a las albóndigas en salsa de tomate o el marisco, era uno de los platos favoritos de Pasolini. De hecho, el chuletón fue lo último … que cenó –junto a una ensalada simple– antes de morir. Fue en la trattoria Pommidoro del barrio San Lorenzo, donde acudió junto a Ninetto Davoli, uno de sus actores fetiches y –quizás– el gran amor de su vida junto a la madre. Era el 1 de noviembre de 1975, y esa Roma sepulcral, amoral, salvaje e inocente recordaba mucho a la de Caravaggio. Era sensual y putrefacta. Una mentira bella. Un paraíso interrumpido constantemente. Sacro y tenue. Hedía a pis, pero era mágica.

A continuación, Pasolini se marchó a Termini para recoger a Pino Pelosi, un chapero de 17 años, un criminal de poca monta usado por el sistema como anzuelo para liquidar al poeta italiano más incómodo, revolucionario y controvertido del siglo XX. Se detuvieron en Al Biondo Tevere, un sugestivo lugar en la Via Ostiense, muy próximo a la Basílica San Pablo Extramuros. Un restaurante camino al mar de Ostia, donde precisamente sucedió la tragedia. Allí, el intelectual tomó una cerveza helada y un plátano, mientras que su acompañante degustó una pasta simple con aceite, guindilla y ajo. Enfrente, asomaba el río Tíber a la altura de Ponte Marconi, con caballos, campamentos gitanos clandestinos y advenedizas anguilas. Una Roma carnal, rústica y arcaica –poco industrializada– que terminó por devorarle.

«Sí, tuve que ir a identificar su cadáver, pero no quiero hablar de eso ahora», relata Ninetto a ABC, a quien cita en un bar próximo a los estudios de Cinecittà: Meo Pinelli. Toma solo un café. «Prefiero hablar de vida, de recuerdos y nostalgia. Mi infancia en el Borghetto Prenestino, donde conocí a Pasolini cuando tenía 16 años. Venía a recogerme con el coche. Era un mundo salvaje, primitivo y humano. Éramos pobres, y a menudo iba descalzo para no desgastar demasiado mis únicas zapatillas, compradas en el mercado Porta Portese», relata. «Ese tiempo no volverá. Jugábamos en la calle al escondite, a las canicas. Luego, ya de adolescente, comenzamos con el fútbol en campos improvisados de la periferia romana. Venían también Sergio y Franco Citti (Decamerón, Accattone…)», describe con pasión. De hecho, terminarían fundando –junto a Pasolini– la Selección de actores. El fútbol como rito y última representación sacra de la vida, por delante de la misa, del teatro.

Fotograma de 'La Ricotta', con Orson Welles de protagonista

Fotograma de ‘La Ricotta’, con Orson Welles de protagonista

«La Marranella, el Trullo… Los partidos eran allí, a veces en las proximidades del río Aniene», subraya Ninetto Davoli, quien recuerda el partido más memorable de todos. El disputado entre las troupe de dos películas inmortales que se estaban rodando contemporáneamente en la región Emilia-Romaña: Novecento (Bernardo Bertolucci a la cabeza) vs. 120, por lo de Salò y las jornadas de Sodoma. «Ellos ganaron porque pusieron a jugar a un joven Carlo Ancelotti, quien estaba en la cantera del Parma». El resto es historia. Mancillada con sangre, arena y barro. Una herida –ya cicatriz– que sigue mal zurcida.

El final

Pese a que Pier Paolo Pasolini quedó consternado cuando Ninetto le dejó para estar con Patrizia (hoy su mujer), lo cierto es que no quería morir. Como dijo en una ocasión la escritora y amiga –Dacia Maraini– «Yo diría que retaba la muerte porque amaba la vida». No le faltaba razón.

Y es que, tras invitar a comer a quien a la postre sería su asesino, el cuerpo de Cristo fue hallado sin vida la mañana del 2 de noviembre. El propio Pelosi reconoció haberlo atropellado con su propio coche como defensa ante un hipotético acoso sexual por parte del director, quien al parecer le habría prometido 20.000 liras por mantener relaciones. La verdad era otra, aunque compleja y llena de asteriscos. El marco era que Pasolini acababa de rodar la película Saló (inspirada en una obra del Marqués de Sade) y estaba escribiendo un libro-denuncia sobre la estrategia de la tensión en los años setenta, con plomo y escándalos en algunas compañías petrolíferas. El libro -‘Petrolio’- se publicaría junto a la cinta a título póstumo. El país, gobernado por la Democracia Cristiana de Moro y Andreotti, perdió su virginidad, y el precio a pagar fue demasiado alto.

Así pues, Al Biondo Tevere, donde llegó conduciendo sin carnet su el famoso Alfa Romeo GT 2000, queda como la penúltima parada de su vida. La previa de un epitafio consumado en el furor del mar. Concretamente en el Idroscalo, un antiguo puerto de hidroaviones convertido hoy en una maravillosa poesía llena de contradicciones. Con chabolas y pescadores; con iglesia, pobreza y mística. Con cafés y anís en su único bar. Un crisol de existencia que sirvió como fuente de inspiración al tema ‘Una storia sbagliata’, ideada por el cantautor genovés Fabrizio De André. «Una historia equivocada que comenzó con una noche equivocada. Una noche diferente para gente especial…». Así recita la misa pagana, apócrifa, que dedicó a su amigo, asesinado el día de los muertos delante de un país en ebullición, cínico y sin verdad. Un espectro incapaz de sostener y aguantar un dulce provocador como era Pier Paolo, la voz crítica de esa Italia de la posguerra, un comunista herético, un director sublime y humillado. Un hombre que usaba el erotismo con adolescentes para recrear y perseguir su infancia, su niño interior. Un homosexual (en aquella época la rígida moral marxista lo llamaba «vicio burgués») elevado, sin tabúes ni límites. En nada. Ahí se anidaba su cuna.

Fotograma de 'Saló, o los 120 días de Sodoma'

Fotograma de ‘Saló, o los 120 días de Sodoma’

«Le daba miedo la evolución sin progreso. Abrir la ventana, y que ya no hubiera distinción de clases. Solo números que caminan. Fue profético porque adelantó entonces la destrucción del ser humano con la globalización. Él era un burgués apasionado de nuestro mundo en blanco y negro, con los dialectos. Un hombre con un apego visceral hacia su madre, para él frágil como una mariposa. Eso lo desarrolló, quizás, a raíz de la rigidez de su padre, otrora un coronel. Se dedicó toda su vida a buscar la pureza, por eso cuando no la encontraba en Europa se marchaba a África, La India… Yemen, Marruecos, Túnez, el Sahara… Buscaba la verdad, el candor de las personas, la inocencia. Quería contar las fábulas de Boccaccio», evoca Ninetto, precisamente uno de esos pecadores inocentes tan recurrentes en sus libros (‘Ragazzi di Vita’, ‘Una vita violenta’, ‘Le ceneri di Gramsci’…) y películas, como ‘Mamma Roma’ o ‘Accattone’, con Ana Magnani y Franco Citti, respectivamente. «Le conocí en 1963. Estaba rodando ‘La Ricotta’, con Orson Welles. Fui figurante en ‘El Evangelio según San Mateo’. Después, ‘Pajaritos y Pajarracos’, con Totó ¡Y me pagaban! No me lo podía creer. Precisamente con el genio napolitano teníamos preparada otra cinta (‘Porno Teo Kolossal’) sobre el cosmos, el universo contado a través de lugares variopintos. Nunca vio la luz», comenta taciturno con ese aura de niño grande que le caracteriza.

Un halo de luz inmerso en una ingenuidad impune que rehúye pactar con la vida para sobrevivir. Ninetto, efectivamente, representaba lo que Pasolini amaba, pero no podía poseer. Niños iracundos capaces de pegar a prostitutas, y sin embargo dispuestos a morir por salvar a una golondrina que se ahogaba. Era su musa. «Alguna vez te contaré cómo fue con Maria Callas, a quien conocimos en París. Fuimos para convencerla que aceptara el papel de Medea. Se enamoró fervientemente de Pier Paolo».

Roma inacabada y virgen

El final es el inicio. Pino Pelosi cumplió siete años de prisión, y en 2005 cambió su versión mientras asistía a un plató de televisión. Dijo que tres hombres con acento del sur se acercaron a él cuando salió del habitáculo para orinar –tras mantener sexo oral con PPP– y le asesinaron. Quizás fueron ellos los presuntos chantajistas que le habían robado las cintas de su último trabajo cinematográfico: ‘Saló o los 120 días de Sodoma’. Una película condimentada con excrementos, con gente comiendo heces fecales, metáfora y crítica feroz no sólo al fascismo sino a la nueva dictadura: el consumismo exacerbado y sin escrúpulos. Un mundo estridente donde el sexo no es placer sino un instrumento de violencia, humillación y dominio. Donde ya no es amor pulcro como en la Trilogía de la vida, sino ensañamiento y crueldad. Pura y mera pornografía. El fascismo de los antifascistas camuflado en el último bastión de Mussolini y su República Social. Ese era el marco. Las armas eran la publicidad y la imposición de estándares monstruosos.

Han pasado cincuenta años del homicidio. Quedan aún muchas sombras, las mismas que este arqueólogo del alma destapó cuando el tejido antropológico del país estaba mutando, huyendo hacia adelante revestido de un falso boom económico que inundó Italia de máscaras, la atomizó, la alienó convirtiendo a las personas en arquetipos proyectados hacia la superficialidad que imponía la televisión. Lejos quedaba ese mundo campesino de su tierra natal (Friuli). También el sub proletariado romano que encontró en los suburbios, con casas adosadas a los acueductos… La religiosidad sacra que se había llevado por delante la modernidad. Sí, se marchó para siempre un conservador revolucionario, el emblema de todas las contradicciones: un comunista más sacro que marxista, un anti fascista radical y fanático, amante del fútbol y contrario al aborto. Defensor, sí, de los «pobres» policías en la revuelta estudiantil (les llamó hijos de papá) del 68. Un transgresor que blasfemaba en verso.

«¿Has visto el cortometraje ‘La sequenza del fiore di carta’? Bien, aparezco yo que no me entero de los males que asolan el mundo. Al final muero. Así lo quería Pasolini», inquiere Ninetto antes de concluir la entrevista.

—¿Por qué muere?

—Porque la única solución en estos casos es morir. Es una redención. Algo que salvífica y tutela la integridad del individuo.

Sí, es como un drama bello y sanador, como la música de Gustav Mahler. El nirvana necesario para salvaguardar la inocencia, la integridad, el alma pulcra que no acepta pactos morales o éticos.