A finales de los noventa, Spice Girls eran mucho más que un grupo de pop: eran un fenómeno cultural de escala planetaria. Cinco chicas británicas que habían tomado por asalto el panorama musical con un mensaje tan simple como poderoso —el Girl Power— y que redefinieron el papel de la mujer en la música popular. Desde su debut en 1996 con “Wannabe”, su éxito fue inmediato y abrumador: discos que se vendían por millones, giras multitudinarias, campañas publicitarias, una película (Spice World, 1997) y una presencia mediática omnipresente. Las Spice eran el sonido y la imagen de una década que creía en el optimismo pop.
Sin embargo, hacia el cambio de milenio, aquel sueño comenzaba a resquebrajarse. Geri Halliwell, “Ginger Spice”, había abandonado el grupo en mayo de 1998 en pleno apogeo, alegando diferencias personales y agotamiento. La salida de una de sus voces más carismáticas y su principal portavoz mediática dejó una herida profunda. Aun así, las cuatro restantes —Melanie Brown (Scary), Melanie Chisholm (Sporty), Emma Bunton (Baby) y Victoria Adams (Posh)— decidieron seguir adelante. Lo que vendría después sería su intento más ambicioso y también su despedida: Forever.
El álbum, publicado el 1 de noviembre del año 2000, llegaba tras dos años de silencio y cambios en la industria. El pop adolescente se había transformado: el reinado británico de las Spice Girls había dado paso al dominio estadounidense de Britney Spears, Backstreet Boys o NSYNC. En ese contexto, el grupo quiso reinventarse. Dejaron atrás la estética colorista y el sonido bubblegum de Spice (1996) y Spiceworld (1997) para abrazar una producción más madura y contemporánea, de la mano de los productores estadounidenses Jimmy Jam y Terry Lewis, responsables de clásicos del R&B junto a Janet Jackson.
El resultado fue un disco sorprendentemente elegante, pero también desconcertante para parte de su público. Forever apostaba por un sonido R&B sofisticado, con arreglos electrónicos, bajos profundos y armonías vocales más trabajadas. Canciones como “Holler” o “Let love lead the way” —lanzadas juntas como doble sencillo— mostraban esa nueva dirección: ritmos más oscuros, sensualidad contenida y un mensaje menos adolescente. También destacaban “Tell me why”, “If you wanna have some fun” o la balada “Goodbye”, esta última grabada un año antes y convertida en un emotivo adiós a Geri y a una era.
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Comercialmente, el disco funcionó bien, pero lejos del fenómeno global que habían protagonizado en los años anteriores. Alcanzó el número 2 en las listas británicas, fue disco de platino en Reino Unido y oro en varios países europeos, pero en Estados Unidos no logró repetir los éxitos previos. El cambio de sonido y la falta de promoción sostenida —en parte por las agendas personales de sus integrantes— pesaron en su recorrido. Además, la atención mediática se centraba ya más en sus vidas privadas que en su música: Melanie B se lanzaba en solitario, Victoria Beckham se convertía en icono de la moda junto a David Beckham, y Melanie C iniciaba una carrera sólida como solista.
Forever acabó siendo, sin proponérselo, el cierre simbólico de una etapa irrepetible. Aunque el grupo nunca anunció formalmente su disolución, tras la promoción del disco sus integrantes tomaron caminos separados. La última actuación con aquella formación se celebró en diciembre de 2000 en el Earl’s Court Arena de Londres, ante un público que intuía el final. Era el adiós a la era dorada del pop británico de los noventa.
El tiempo, sin embargo, ha tratado bien a Forever. Hoy se escucha como un álbum de transición, un intento honesto de evolucionar sin renunciar a la esencia de grupo. Su producción, que en su día sonó arriesgada, ha envejecido con dignidad; su mensaje, centrado en la independencia y el amor propio, mantiene la vigencia del Girl Power. Las Spice Girls no solo fueron un éxito comercial: fueron un espejo en el que se miraron millones de jóvenes, un símbolo de energía femenina en la cultura pop.
Forever permanece como su último acto de unión, la despedida de un grupo que cambió para siempre la manera de entender el pop. Fue su punto final, pero también su recordatorio de que el fenómeno Spice nunca fue una moda: fue una declaración de identidad, un grito de libertad con ritmo de hit.