J. García-Prieto / Ical

Palencia

Domingo, 2 de noviembre 2025, 16:23

En un mundo donde las imágenes digitales se consumen a velocidad vertiginosa, Claudio de la Cal (Benavente, Zamora, 1968) representa una ‘rara avis’. Un fotógrafo que defiende el proceso analógico con la misma pasión con la que recorre los caminos polvorientos de la España interior. El pasado lunes 27 de octubre, su teléfono sonó con una noticia que le dejó sin palabras. Al otro lado de la línea estaba la presidenta de la Diputación de Palencia, Ángeles Armisén, para comunicarle que había sido distinguido con el XVI Premio Nacional de Fotografía Piedad Isla.

Dotado con 6.000 euros, este galardón no solo reconoce una trayectoria de más de tres décadas, sino que homenajea a un creador profundamente arraigado en la cultura rural, en un año en que se cumplen 16 años del fallecimiento de la propia Piedad Isla (Cervera de Pisuerga, 1926-2009), pionera de la etnografía fotográfica en España.

El jurado, reunido en la sede de la Fundación Piedad Isla en la Casa de los Leones de Cervera de Pisuerga y presidido por el vicepresidente segundo de la Diputación, Urbano Alonso, valoró por unanimidad la excelencia de De la Cal. Un lazo simbólico con Piedad Isla, nacida en la Montaña Palentina, que cierra un círculo de memoria compartida.

De la Cal apenas podía creerse ser protagonista de un hecho de estas características. Su voz, aún teñida de incredulidad, transmitía una mezcla de vértigo y gratitud. «Al principio no me lo creía. No me lo podía creer porque no me lo esperaba para nada», confiesa. «Es un orgullo y un honor. Un premio muy importante dentro del ámbito de la fotografía, que conozco desde hace muchos años. Llevo más de 30 en el oficio, desde 1991, y que te llame la presidenta de la Diputación para darte un galardón que han recibido grandísimos fotógrafos… Da mucho vértigo porque es mucha responsabilidad. Pero del otro lado, una gran satisfacción por el reconocimiento al trabajo diario».

Claudio de la Cal no es un fotógrafo de estudio ni de grandes urbes. Afincado en Salamanca tras una vida nómada por los pueblos de Zamora y León, su biografía es un reflejo de su obra: humilde, persistente y profundamente conectada con el territorio. Nacido en Benavente en 1968, inició su andadura profesional en 1993 en el diario La Opinión-El Correo de Zamora, donde alternó el fotoperiodismo gráfico con reportajes sociales. Pronto, su pasión le llevó a proyectos documentales de largo aliento. Poseedor de un Máster PhotoEspaña, ha expuesto en Nueva York y Hamburgo, y ha participado en numerosos festivales.

Pero su esencia está en lo rural. «Me siento rural, literalmente», afirma. Su vehículo no es una moto como la de Piedad Isla, que recorría la Montaña Palentina en los años 50 y 60 capturando la vida cotidiana con una cámara de placas, sino un «Corsa gris», con el que surca comarcas como la de Benavente o los valles leoneses. Colabora con el Centro de Arte y Gestión (CAG) y su trabajo etnográfico sobre mascaradas invernales entre Tras-os-Montes (Portugal) y las provincias de Zamora y León le ha valido reconocimiento internacional.

El jurado del Piedad Isla ha enfatizado esta conexión: «su trabajo sobre las mascaradas y tradiciones ibéricas, junto a su documentación de la despoblación, consolida un prestigio nacional reforzado por colaboraciones con el Ministerio de Cultura en proyectos de paisaje cultural».

Transmitir emociones

De la Cal no solo fotografía; investiga, convive y reflexiona. «Yo no cogía una moto, pero recorría los pueblos para transmitir emociones, sensaciones y plantear preguntas al espectador», explica, dibujando paralelismos con Isla. «Ella lo hacía en una época difícil, con técnicas rudimentarias y carreteras precarias. Yo busco ese mundo rural a punto de desaparecer, para que las imágenes hablen por sí solas», señala.

Entre sus proyectos estrella destaca ‘Menos de treinta’, una etnografía fotográfica sobre pueblos con menos de 30 habitantes, becada por el Instituto de la Juventud. Surgió de una convocatoria del Instituto de Estudios Segovianos González Herrero, pero se ha convertido en un trabajo vivo, en constante evolución. «Preparé el proyecto, lo presenté y me lo concedieron. Empecé a trabajar y, a partir de ahí, enlazo temas. Este año he estado en Porto Santo, cerca de Madeira, haciendo fotos de la misma manera», relata.

Lo que distingue a De la Cal es su método inmersivo. «Lo primero que hago es irme a vivir allí. Me quedo con las personas, quiero ser un habitante más». Rechaza el «disparo dominguero» y para ello, llega, se integra, espera días antes de sacar la cámara. Trabaja con una Hasselblad 6×6 en formato medio y carretes, un ‘friki’ del analógico que edita en trípode. «En el bar del pueblo, con todo el aparataje, al principio miran raro, pero termino jugando la partida. Me conocen hasta la Guardia Civil». explica.

Esta proximidad genera anécdotas que humanizan su obra. En Navares de las Cuevas (Zamora), un invierno de 2018, contó en el bar: «Éramos siete personas a las nueve y media de la noche. Saturnino, Felipe –que ya cerró el bar–, Eugenio y yo. ‘¿Cuántos somos en el pueblo? Uno, dos, tres… ¿Y tú, Claudio? Siete’». Hoy, ese bar está cerrado. «El bar es el lugar social. Hay que documentarlo, hay que decirlo».

La resiliencia de estos «supervivientes» le marca. «Son orgullosos de su paisaje, mantienen un lugar duro. El tiempo se relaja, pides una mirada reflexiva». Pero De la Cal reivindica. «Cuando visites un pueblo, intégrate. No lleves comodidades urbanas. Si canta el gallo, canta».

El jurado resalta su documentación de la despoblación, un drama acuciante en Castilla y León. ¿Puede la fotografía frenarlo? «Lo primero que hago es visibilizarla. Mi intención es plantear preguntas: ¿Por qué pasa esto? Yo no soy sociólogo, pongo mi visión delante. Que el espectador actúe, ponga dinero si hace falta».

De la Cal no para. «Seguiré con el tema de la despoblación. En Porto Santo vi muchos lugares semiabandonados antes de la temida masificación». Pero si hay un consejo que de la Cal quisiera dar a aquellos jóvenes que tienen decidido seguir su camino, el fotógrafo es claro: «Paciencia, constancia, tesón. Esto es una carrera de fondo donde tienes que creer en ti, aunque desde el respeto. La fotografía invade; ve con educación», asegura.

Este premio, en su XVI edición, une el legado de Piedad Isla al de De la Cal: ambos castellanos y leoneses, guardianes de la memoria rural. Claudio, con vértigo y gratitud, asume la responsabilidad. «Se alinean los astros», concluye. Su obra no solo documenta; resiste el olvido, invita a reflexionar. En una España que se vacía, sus imágenes son señales de dignidad y esperanza.

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