Esta investigación aporta pruebas sólidas de que los niveles moderados de actividad física se asocian a una progresión más lenta de las primeras fases de la enfermedad de Alzheimer, y que esto está vinculado a una menor acumulación de la proteína tau, una causa importante de la pérdida de células cerebrales.  

Con este tipo de estudios observacionales siempre es difícil asegurar que la actividad física sea realmente la causa de la diferencia observada. Los autores hacen un buen trabajo al intentar desentrañar este tema, pero no podemos saber si las personas que realizan más ejercicio físico son más saludables en otros aspectos, ni si los cambios en el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer influyen en los niveles de actividad (causalidad inversa). Tampoco podemos asegurar que sea la actividad física durante esta etapa de la vida adulta la que marca la diferencia, o si quienes son más activos ahora lo han sido durante décadas y que los beneficios se acumulan a largo plazo.  

Sin embargo, este estudio se suma a la abundante evidencia que sugiere que la actividad física regular es buena para el cerebro, además de todos los demás beneficios físicos que conlleva, y no dudaría en animar a la gente a fijarse una meta diaria de pasos.