Francia no es lo que era. Demasiado ha dado de sí el invento de Charles de Gaulle. Aquello de la Grandeur. Octubre arrancó con todo un expresidente, Nicolas Sarkozy, entrando en la cárcel, y culminó con un bochornoso robo en el templo de la cultura nacional, el Louvre. Los primeros abrigos otoñales de noviembre, mes tan propicio a la estética parisina, parecen pedir a gritos un nuevo vistazo a la Midnight in Paris en la que Woody Allen alistaba a uno de sus neuróticos americanos en el ejército de los glamurosos parisienses (¡Oh, Marion Cotillard…!) que porfían por recuperar la «Edad Dorada», siempre más allá en el pasado.

Los protagonistas de la película se valían de un rincón mágico en el espacio (las escaleras de la Iglesia de Saint-Étienne-du-Mont) y el tiempo (las campanadas que marcan la medianoche). Madrid propone el singular edificio de CaixaForum en el Paseo del Prado. No es lo mismo, de acuerdo, pero su exposición Chez Matisse promete «una exploración de la trayectoria, evolución, alcance e influencia de Matisse para creadores y vanguardias internacionales». El genio francés (con singular cameo en la película de Woody Allen, por cierto) es uno de los mejores representantes de la verdadera Grandeur, cuando todo aspirante a decir algo en el mundo de la cultura tenía que pasar por París.  

Para mayor gloria del juego de las coincidencias (no nos pongamos estupendos con Jung o así), la muestra se nutre de una acumulación de obras maestras excepcionalmente accesibles por las obras del edificio del Centre Pompidou en París. La Fundación La Caixa, atenta al rebote, le ha pedido prestadas 46 obras de Matisse y 49 de otros artistas, en «un juego de referencias cruzadas que ilumina un siglo de creación y vanguardia». Habida cuenta de los bochornosos detalles del robo en el Louvre, los parisinos, no conocidos precisamente por su dadivosidad, estarán más bien aliviados de ver algunos de sus tesoros a buen recaudo fuera de sus fronteras. Y nosotros, encantados: en Madrid estarán hasta el 22 de febrero, y a partir del 26 de marzo y hasta el 16 de agosto, en el CaixaForum Barcelona.

El título completo de la exposición es Chez Matisse. El legado de una nueva pintura. Completo en todos los sentidos, con todo su contexto, clave para la historia del arte. Aparte de su indiscutible genialidad individual, la figura de Matisse va mucho más allá. Explican desde CaixaForum que «hacia 1900, su obra revolucionó la pintura europea con una idea explosiva del color. En los años 50, sus collages transformaron la idea del espacio pictórico». En el medio siglo entre esos dos momentos fundamentales se desarrollaron una serie de investigaciones plásticas que «convirtieron la obra de Matisse en la casa del arte moderno, frecuentada por artistas de distintas generaciones y tendencias». Por eso lo de Chez, casa en francés, que «pone el acento en la hospitalidad y la complicidad del maestro». El resultado es la «nueva pintura» que, para bien o para mal, ha terminado redefiniendo nuestra noción del arte.

‘Figura decorativa sobre fondo ornamental’, invierno de 1925-1926.

Aurélie Verdier ejerce de anfitriona en esta recepción en la casa de Matisse. En su calidad de conservadora jefa de las Colecciones Modernas del Centre Pompidou, señala que «los visitantes pueden encontrar muchos diálogos», y pone como ejemplo el del Matisse líder del fauvismo, ese fiero desenfreno del color, con Braque y Derain. Pero, advierte, la conversación abarca mucho más, desde «los grandes nombres en la pintura americana de posguerra, como Barnett Newman», a relaciones «menos esperadas, como la de Anna-Eva Bergman», llegando incluso «al pop de Alain Jaquet».

Artista total

La exposición se divide en ocho apartados ordenados cronológicamente. El primero, «Línea y color (1900-1906)», puede hacer explotar de nostalgia las entrañas de algún que otro francófilo.  «El arte moderno es un arrebato del corazón». La frase de un Matisse en sus últimos días abre la primera cartela, que explica cómo este «artista total y figura clave de la modernidad» tuvo unos comienzos «lentos y esmerados, lejos, por ejemplo, del precoz virtuosismo de Picasso». Continuando con la alineación de planetas, unos metros más allá del CaixaForum, en el Thyssen, se acaba de inaugurar la muy interesante exposición Picasso y Klee en la colección de Heinz Berggruen.

Frente a la explosiva personalidad del malagueño, el muy francés Henri Matisse (Le Cateau-Cambrésis, 1869-Niza, 1954), nacido en una familia de tejedores y comerciantes de pigmentos de Picardía, se curtió en «el infinito trabajo que exige el complejo dominio de la simplicidad», como acierta a expresar el catálogo de la muestra, que cita a Pierre Schneider: «Matisse sentía la necesidad de pisar tierra antes de lanzarse, de constatar el peso de las cosas antes de darles alas». Desde esa autenticidad enraizada brota la genialidad que hace avanzar la sensibilidad humana: «Esta exposición se propone mostrar la envergadura de su obra, de ese primer autorretrato de 1900 hasta sus últimas pinturas y gouache recortados realizados al final de su vida con la mayor de las libertades, la libertad que la total maestría permite alcanzar. ‘No pinto las cosas, pinto las relaciones entre las cosas’, decía Matisse».

Esta primera sección muestra también su consagración, que le llegó ya bien maduro, en el Salón de Otoño de París de 1905. Ya entonces lo rodea una ristra de genios de todo el mundo atraídos por el imán de la capital francesa, epicentro sin rival posible de la cultura. Y el siguiente apartado, «Primitivismos o la emoción (1907-1913)», la muestra como un laboratorio capaz de absorber la creatividad de cualquier rincón del planeta: «El descubrimiento de las artes no occidentales y el primitivismo permiten a Matisse enfrentarse al canon establecido». Sus esculturas de 1907-1930 se confrontan con El Rapto de Europa, una obra de Jacques Lipchitz de 1938, y la conexión con las vanguardias alemana y rusa quedan evidenciadas con obras de Kirchner y Nolde, Lariónov y Goncharova.

«Provocar apariciones (1914-1917)» se centra en una cierta vuelta a la oscuridad, que encuentra un eco en Kees Van Dongen y František Kupka, y «Abstraerse (1914-1917)» se explaya en la evolución desde el cubismo hacia abismos desconocidos… hasta que, en «Nuestro corazón mira hacia el sur (1917-1929)», la luz mediterránea aceleró la renovación de las soluciones plásticas, a las que se apunta gente como Albert Marquet y Kees van Dongen. Más adelante, «Modernidades clásicas»(1930-1938)  explora el diálogo de Matisse con Bonnard, Gilot y Picasso (fascinantes la confrontación de sus naturalezas muertas), los viajes a EE UU y Oceanía, la simplificación del dibujo y su despliegue en el espacio.

Nueva modernidad

«Días de color. Pintura y película a partir de 1939» se prolonga desde las exploraciones de nuevas técnicas hasta la colaboración en 1951 con Le Corbusier, y se consolidaba como «una referencia para pintores abstractos norteamericanos, como Barnett Newman», y en Francia Raymond Hains y Jacques Villeglé ponían su obra en movimiento en la película Pénélope. A continuación, «Horizontes múltiples (1961-1970)», con el maestro ya fallecido, recuerda la exposición Henri Matisse. Les grandes gouaches découpées, del Museo de Artes Decorativas de París, que conectó su obra con los jóvenes artistas Daniel Buren y Michel Parmentier. Más allá, la exposición culmina con una exploración del papel de la obra de Matisse como inspiración de la nueva modernidad, el arte pop y las formas poscoloniales en la pintura, el vídeo y el cine: la obra de la videoartista rusa de origen argelino Zoulikha Bouabdellah es la elegida para ilustrar este apartado.

¿Fue la de Matisse la verdadera «Época dorada» de la grandeza cultural francesa? ¿De qué metal es la actual? ¿Hasta qué punto es sana la nostalgia? Vuelvo a recordar la interesante, y divertida, reflexión al respecto de Woody Allen en Midnight in Paris justo cuando acaba de trascender que el genio de Manhattan (cumple unos redondos 90 años a finales de este mes) acaba de firmar un contrato con Madrid para rodar su próxima película en la capital e incluir su nombre en el título.

¿Para mayor gloria del juego de las coincidencias?

Francis Scott Fitzgerald es otro de los gloriosos personajes secundarios de Midnight in Paris. La frase final de El gran Gatsby es también el epitafio de su tumba en Rockville, Maryland: «Y así seguimos adelante, como barcos contra la corriente, arrastrados sin cesar hacia el pasado».