Los nuevos extractos de Reconciliación, las memorias del rey Juan Carlos, antes de su publicación en Francia este 5 de noviembre, inciden en la relación con su hijo Felipe, desde su nacimiento y bautizo hasta la decisión de abdicar tras “presumir durante mucho tiempo de tener el príncipe heredero mejor preparado de Europa”, pero también señalan que esa abdicación y la marcha de España fueron decisiones muy influidas por el efecto que tuvo en su reinado y su persona la revelación de la relación que mantenía con Corinna Larsen:
Las revelaciones sobre su vida privada y su decisión de dejar España
“Esa relación [con Corinna] fue un error que lamento amargamente. Puede parecer banal: muchos hombres y mujeres han estado tan cegados que no han visto lo evidente. Para mí tuvo un efecto devastador sobre mi reinado y mi vida familiar. Erosionó la armonía y la estabilidad de esos dos aspectos esenciales de mi existencia, conduciéndome finalmente a tomar la difícil decisión de dejar España. Manchó mi reputación ante los españoles. En esa caza al hombre, me convertí en una presa fácil. Pero esa debilidad es la de un hombre. Nunca interfirió con mis preocupaciones de rey por su país”.
El rey confiesa cómo le impactó toda la secuencia de hechos desde el accidente de Botswana en 2012 hasta su abdicación dos años después y finalmente su marcha de España, comunicada a su hijo Felipe en agosto de 2020. Decisiones en las que también influyeron la preparación de Felipe como heredero, que cuenta pocas páginas más adelante, al tratar su abdicación.
Su abdicación
“Mi hijo estaba más que preparado para tomar el relevo. Durante mucho tiempo presumí de tener al príncipe heredero mejor preparado de Europa. Era hora de que Felipe tomara el timón». Juan Carlos señala también que “ya no tenía la fuerza física para asumir esa carga tan exigente” y que no quería que Felipe “se marchitara” esperando. También cuenta que, aunque reflexionó “mucho tiempo sobre esta decisión, sin confiarme a nadie”, una vez que decidió la abdicación “fue irrevocable. Estoy acostumbrado a no vacilar”. Dice que hubo quien intentó disuadirle, sin señalar nombres, pero que “estaba íntimamente convencido de actuar en el mejor interés del país, con la conciencia tranquila del deber cumplido”: la España que dejaba, “no tenía nada que ver con la España que heredé en 1975. No tenía por qué avergonzarme de ese balance. Podía empezar una nueva etapa de mi vida con el espíritu en paz”.
La de Felipe es una presencia constante en el libro: sus apariciones coinciden con algunos de los momentos de mayor alegría de la vida de Juan Carlos. Como en los Juegos Olímpicos de 1992, “un tiempo bendecido” para Juan Carlos, recuerda que, “cuando mi hijo apareció en el desfile, como abanderado de España (…) mi hija mayor, Elena, rompió a llorar de emoción. Esas imágenes quedaron grabadas. Cuando lo recuerdo, aún me conmuevo. Estaba tan orgulloso de él y de España”.
O desde su mismo nacimiento y bautizo: Juan Carlos cuenta la alegría cuando “mi abuela, la reina Victoria Eugenia, me pidió ser su madrina” y que la elección de su padre, don Juan de Borbón, como padrino, “trataba de intentar reforzar la continuidad monárquica. Ese bautizo en 1968 ”reunió de manera excepcional a tres generaciones de Borbones en suelo español. No sucedía desde la proclamación de la República. Me emocionó profundamente».
Sin embargo, Juan Carlos señala como esencial un día para que Felipe, príncipe de Asturias, tuviera su primera lección real como heredero:
La noche del 23F
“El jefe de la Casa [Real], Nicolás Cotoner y Cotoner, marqués de Mondéjar, se nos unió rápidamente, junto a la reina —tranquila y reconfortante incluso en plena tormenta—, a quien pedí que trajera a mi hijo Felipe. Su formación como futuro rey empezó ese día.