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El paso del tiempo afecta a todo el cuerpo. Ahora bien, únicamente solemos percatarnos de las zonas más visibles, como las arrugas de la cara, las canas, las manchas de la piel, o algunos dolores que pueden aparecer en las articulaciones. Pero estos cambios sólo son un pequeño reflejo de una realidad inmutable: que el tiempo pasa, y pasa para todos los órganos. Por ejemplo, el cerebro de las personas va disminuyendo en tamaño con la edad. También la microbiota va perdiendo diversidad, y la función del estómago, el hígado e incluso del sistema inmunitario se ve seriamente afectada.

Imagen estilizada del cometa 12P/Pons-Brooks

Estos últimos cambios, los del sistema inmunitario, están en la actualidad siendo el foco de algunos de los laboratorios más punteros del mundo, ya que de ellos depende nuestra resistencia a las distintas enfermedades provocadas por patógenos o la probabilidad de desarrollar cáncer. Como indican las observaciones en modelo animal ratón o en el propio sistema inmunitario humano, con la edad se crean menos células defensivas, se producen menos anticuerpos, y los que se crean, pueden detectar un menor número de antígenos. Es decir, que si se comparase con el funcionamiento de una biblioteca, el sistema inmunitario más envejecido tendría menos personal de asistencia, menos libros, y menos temáticas en sus estanterías.

Al tener una capacidad defensiva menor, cuando un patógeno entra en el interior del cuerpo humano le cuesta más tiempo reaccionar. Además, la respuesta de contraataque será menos efectiva y, por ello, es más probable que resulte en complicaciones más severas. En el caso del cáncer, las células malignas pueden escapar la inmunovigilancia y comenzar a dividirse sin control, lo que puede derivar en un tumor que necesite intervención. Por ello, comprender cómo evitar el envejecimiento del sistema inmunológico es una de las claves para vivir más y con una mayor calidad.

Estudiando nuestras propias defensas

Con este objetivo en mente, un equipo multidisciplinar de inmunólogos, genetistas y personal sanitario ha dedicado los últimos años a extraer el perfil y realizar un seguimiento del estado de inmunidad de más de 300 adultos sanos entre 25 y 90 años. En total, han podido mirar más de 16 millones de células de la sangre que pertenecen a un total de 71 subconjuntos de células inmunitarias recogidas en el Atlas de Salud Inmunitaria humana. De este modo, pudieron detectar los cambios en la composición de las células inmunitarias que se iban dando con la edad, las infecciones virales crónicas y la vacunación.

Claire Gustafson Allen Institute

Una de las autoras principales del estudio, Claire Gustafson, en el laboratorio.

Los resultados han permitido detectar algunos cambios inesperados, como explica Claire Gustafson, doctora en Medicina y coautora del estudio. «Nos sorprendió que la inflamación no sea un factor determinante para un envejecimiento saludable. Creemos que la inflamación está provocada por algo independiente de la edad de la persona», afirmó.

Esto podría aportar luz a la forma actual de ver el envejecimiento y la inflamación crónica asociada a la edad, ya que siempre se ha considerado un factor inevitable y que tiene un gran peso a la hora de envejecer. Según indica la doctora: «Esto es importante porque hay estudios que muestran resultados similares, según los cuales la inflamación y el envejecimiento no van de la mano, y el sistema inmunitario simplemente cambia con la edad».

células cancerosasMejore vacunas para los adultos

Concretamente, los cambios que han observado tienen que ver con el desarrollo de células denominadas linfocitos T. Estas células se encargan de identificar a los patógenos y toxinas que entran en el cuerpo y, una vez detectados, los presentan a otras células denominadas células B, que producirán anticuerpos específicos para bloquear y destruir al patógeno o la toxina. Estos linfocitos, una vez pasa la amenaza, se quedarán en el organismo esperando y, si volviese a aparecer, ya tendrán en su memoria las características de la amenaza y la segunda vez podrán actuar más rápido. Precisamente, las vacunas tratan de aprovecharse de este mecanismo para protegernos.

Al inyectar una forma inocua y debilitada del patógeno, las células T pueden detectarla y, cuando ocurra la infección de verdad, tener ya toda la información para acabar con ella. Pero el problema es que con el tiempo, las células T pueden perder su memoria y, por tanto, dejar al cuerpo más expuestos ante las amenazas. Además, según ha revelado el estudio, las células T también pierden parte de su capacidad de activar células B y, por tanto, lo pueden combatir de forma tan eficaz la infección.

Los investigadores esperan utilizar los datos de este trabajo para desarrollar vacunas que sean más eficaces en adultos y para encontrar las teclas que permitan mantener poblaciones sanas de células T. De este modo, esperan poder averiguar cómo desarrollar terapias que permitan protegernos ante virus, bacterias e incluso el cáncer tengamos 20, 40, o 90 años. Sin duda, se trata de un camino clave a la hora de personalizar las intervenciones en torno a un factor que muchas veces no se tiene en cuenta: La edad.