Lo más cercano a una utopía mediterránea, con paleta de Sorolla, nos puede evocar este titular. No todos los veranos son para desconectar. Algunos son para reconectar con aquello que realmente importa, la capacidad de asombro y las ganas de entender el mundo más allá del titular.

Este artículo promete ser una rebelión contra el pensamiento perezoso, no importa si nos vemos proyectados en una granja o en el espacio. Algunas lecturas tienen esa capacidad de parecer sencillas, casi fábulas, pero esconden esa esencia inusual que nos deleitan y nos descubren nuevos horizontes.

No hay nada como los pensamientos que se subrayan, se doblan, se leen en silencio y que también huelen a recuerdos, sin perder el presente de vista. Entre la razón cartesiana y la quimera platónica, se cuela algo más interesante como lo es la necesidad de entender este mundo que cambia a la velocidad de la luz (no, la IA aún no ha aprendido a leer con pasión, ni a quedarse pensando en una frase subrayada).

Así que, si este verano no quieres leer para evadirte, sino para implicarte con libros que dan vértigo mental, este es tu artículo. No busco novelas pasajeras ni veranos para quedarme indiferente. Me gusta descubrir y conectar ideas, no sé si lo hago por puro pasatiempo o por necesidad.

Aunque reconozco que “La montaña mágica” de Thomas Mann me ha dejado tan atrapada como a su protagonista en el balneario, diría que el único. Por necesidad y orgullo debo de acabarlo este verano.

Quizá por eso me atrajo Las rosas de Orwell- Rebecca Solnit. Aparentemente una novela, pero cargada de detalles y dinamismo, un libro que se resiste a ser terminado. No es mero papel con escritos sobre jardinería, porque entre rosas y limones se pasan las hojas rápidamente.

Tampoco es una biografía clásica de Orwell. Parte de un detalle casi anecdótico, un jardín lleno de flores, rosas incluidas, era plantado en una cabaña al norte de Londres. El arte, la literatura y la naturaleza son formas de crecimiento lento pero vital. Estamos rodeados de discursos sobre productividad, eficiencia, y apocalipsis. Y este libro recuerda que parar, plantar algo bello, o leer algo fugaz o efímero, puede ser más útil que cualquier curso.

Otra lectura, ya que hablamos de utopía mediterránea, es Historia de las utopías- Lewis Mumford. Aquí podemos recordar las utopías más conocidas, pero para nada es una guía de mundos ideales, más bien diría que es un estudio de la evolución, función y límites del nuestro.

Y claro, hay dos grandes ideas que me recuerdan al mundo de hoy, las utopías de escape como mundos ideales imaginados para huir de la realidad, más Platón y Moro. Y las utopías de reconstrucción que no pretenden escapar, quieren transformar la realidad. Están conectadas a la ciencia, la tecnología y el cambio social, orientadas al futuro. Mumford advierte del peligro de las utopías demasiado tecnológicas o racionalistas, porque suprimen la diversidad, la emoción o la espontaneidad. En resumen, que acaban siendo distopías.

Esto me lleva a recordar Momentos estelares de la humanidad- Stefan Zweig, donde encontramos episodios de la historia universal donde una decisión o instante cambió el curso del mundo. Pero si pensamos en el hoy, donde las decisiones se toman en milisegundos y a veces por algoritmos asíncronos de la realidad, esa idea cobra una fuerza un tanto inquietante.

¿Quién define ahora nuestros momentos estelares? ¿Un clic, una predicción estadística, una línea de código? Y es que a veces pienso que el ” ya” ha sustituido a la espera y el heroísmo efímero del instante convive con la banalidad de la notificación.

Hoy no necesitamos profetas. Nos bastaría con lectores atentos. Personas capaces de leer entre líneas, de detenerse ante una idea incómoda, de cuestionar lo que otros asumen. Y para eso, antes que una bola de cristal, hace falta un buen libro y algo de tiempo sin notificaciones.

“También nosotros quemamos libros. Los leemos y los quemamos, por miedo a que los encuentren”. Fahrenheit 451 – Ray Bradbury