La moda de las plantas abiertas ha sido en los últimos años uno de los dogmas más resistentes del interiorismo contemporáneo. Desde los años noventa, la idea de “abrirlo todo” se instaló como sinónimo de modernidad y libertad doméstica. Pero, como todas las tendencias llevadas al extremo, empieza a mostrar grietas. «Desde hace años, los espacios abiertos se asocian con algo más moderno y actual. El concepto de planta abierta se ha convertido casi en sinónimo de contemporaneidad, pero muchas veces se aplica sin analizar el entorno, la orientación o el uso real de la vivienda», advierte el arquitecto Ángel Martín.
Su estudio, con base en Palma de Mallorca y proyectos que van más allá de las islas, se caracteriza por un lenguaje contemporáneo que no necesita gritar para ser actual. “Diseñamos con un lenguaje contemporáneo pero sin perder la esencia de la sencillez y austeridad”, resume en la presentación de su firma. Esa mezcla de calma y precisión se traduce en espacios que parecen respirar a su propio ritmo, con luz medida, materiales honestos y una sensación de equilibrio que se percibe más que se ve.
Martín, que se formó en arquitectura en un momento en que el minimalismo dictaba las reglas, ha evolucionado hacia una idea más matizada de la luz y el espacio. «Es un recurso básico, casi un primer pensamiento: si abrimos, entra más luz. Y aunque es cierto, no es la única forma de conseguirlo. Abrir puede mejorar la iluminación, pero también diluir la atmósfera y restar carácter al espacio», explica.
La frase tiene algo de manifiesto. Porque detrás de esa crítica hay una defensa de la arquitectura que no se deja llevar por los algoritmos visuales. «No se trata de abrir por abrir, sino de entender cómo la luz penetra, qué luces y sombras genera y cómo recorre el interior. La clave está en potenciarla de forma coherente.» Esa coherencia, que en manos menos sensibles se pierde entre muros derribados, es lo que diferencia un hogar luminoso de uno simplemente expuesto.
Noticia relacionada
Más allá de las cortinas tradicionales: 5 alternativas para aprovechar la luz natural
La falsa libertad del espacio sin límites
El mito de la planta abierta se vendió como la receta universal del bienestar doméstico: más luz, más conexión, más modernidad. Pero la realidad —y el confort— funcionan con matices. «Cuando todo está abierto, el espacio puede perder matices. Se difuminan los límites entre lo público y lo íntimo, y eso afecta la forma en que se vive la casa», explica el arquitecto.
Hay algo casi psicológico en esa observación. En un tiempo donde todo se comparte y se muestra, el hogar necesita zonas de sombra, rincones donde el silencio o la temperatura cambian ligeramente. «Además, el sonido, los olores o la temperatura se propagan con facilidad, y se sacrifican esas sensaciones de refugio tan necesarias», añade.
Para Martín, un buen proyecto no se mide en metros cuadrados, sino en proporción y ritmo. «Un espacio bien diseñado no tiene por qué ser grande, sino estar bien medido: con zonas que se abren y otras que se protegen.» Esa noción de refugio atraviesa todos sus proyectos, desde viviendas mediterráneas hasta reformas urbanas.
La luz como materia
Si algo define la obra de Ángel Martín Studio es su manera de trabajar la luz. No la concibe como una variable técnica, sino como un material más. «Por supuesto que la luz es mucho más que un recurso meramente técnico. Es un elemento que da alma al espacio, que transmite sensaciones y acompaña la vida que sucede dentro. Define su ritmo, su temperatura y su carácter.»
No hay una sola “buena” iluminación posible, sino una que acompañe los distintos momentos del día. «Una casa bien iluminada no es necesariamente la más brillante, sino aquella en la que la luz acompaña los distintos momentos del día y se integra con la materia.»
En su estudio, la luz se convierte en lenguaje. «Con ella se pueden ordenar, calmar, dividir o cerrar los espacios. Nos gustan las luces indirectas; las directas las utilizamos muy poco, buscando siempre una iluminación más pensada, casi teatral, que aporte serenidad y recogimiento.» La comparación con el teatro no es casual: hay algo de puesta en escena en la manera en que Martín trabaja el vacío, el recorrido y la penumbra.
«Diseñar con luz, en el fondo, es diseñar con emociones», afirma. En esa frase se condensa una filosofía de trabajo que va más allá de lo estético: se trata de acompañar la vida cotidiana, no de imponerle un decorado.
Noticia relacionada
La luz y el silencio se convierten en elementos arquitectónicos en esta villa en La Moraleja
Las soluciones que no pasan por tirar tabiques
Frente a la obsesión por abrir, Martín propone matices: materiales, filtros, gestos mínimos que transforman la percepción del espacio sin dinamitar su estructura. «Podemos usar materiales que la filtren o conduzcan, como paneles de vidrio traslúcido o puertas correderas que permitan dejar pasar más o menos luz según el momento, conectando visualmente los espacios sin perder la posibilidad de cerrarlos.»
Esa flexibilidad —tan contemporánea y tan difícil de ejecutar bien— se complementa con recursos discretos: «También ayudan los suelos y acabados más reflectantes o ligeros, los colores claros, o incluso pequeños gestos: mover unos centímetros un tabique, abrir un hueco interior o crear una pequeña apertura entre estancias para que la luz circule.»
Cada decisión responde a un principio de equilibrio entre lo sensorial y lo funcional. «A veces optamos por abrir más cuando el espacio es reducido, y en otros casos preferimos mantener separaciones, por ejemplo, a través de un patio interior que divide la cocina del salón, pero mantiene la conexión visual.»
Y quizá esa sea la clave: que la buena arquitectura, como la buena luz, no deslumbra, sino que revela.