Puppy ya no está solo en el Guggenheim. Un simpático bobtail de madera policromada, obra asimismo de Jeff Koons, le acompaña en el interior. Pertenece … a la colección de Inge Rodenstock, que ha prestado 53 de sus obras en un depósito a largo plazo. Algunas de esas piezas junto a las adquisiciones recientes del museo y las donaciones recibidas de la colección de Dimitris Daskalopoulos y la Fundación Al Held se muestran desde hoy al público en una nueva disposición de la colección permanente.
Varias sorpresas aguardan al visitante, entre ellas un retrete marca Prada hecho con cartones pegados por Tom Sachs o una valla como las de los campos de fútbol tapizada de pancartas con lemas como «olvida a tus padres» o «rechaza el trabajo», con la que Juan Pérez Agirregoikoa llama a la revolución desde la ironía. En total, 55 obras de 39 artistas diferentes, 24 de ellas nuevas, agrupadas temáticamente en cinco salas. La visita a la tercera planta del Guggenheim se ha convertido en una nueva experiencia.
«Nuestra principal intención ha sido reencontrarnos con nuestra colección, que está viva y en constante expansión», expresa la curator Marta Blàvia. Algunas de las piezas sonarán, pero al enfrentarlas a otros artistas se enriquece su significado. Cada una de las galerías funciona como «un microcosmos independiente, que lleva a una reflexión y experiencia conceptual y estética diferente», apunta la comisaria. Un hilo temático agrupa a artistas de épocas y movimientos distintos, que conviven en armonía 28 años después de que el Guggenheim se inaugurara, precisamente, con la colección permanente.

Las 500 banderolas de Ibon Aranberri en la sala dedicada a la palabra y el signo como medio de expresión plástica.
Mireya López

Frank Gehry diseñó el edificio más trascendental del siglo XX, pero no tuvo en cuenta el impacto de la luz en las obras expuestas. Con el fin de respetar la arquitectura original y disfrutar de su contenido en las mejores condiciones, el museo ha desarrollado una nueva «iluminación dinámica» con un sistema de visillos de distintos grosores en los lucernarios, que se abren y cierran coordinados con la luz del interior gracias a un «cerebro artificial».
Es algo que se aprecia ya en la primera sala del recorrido, bautizada ‘Arte y conflicto’, que indaga en la experiencia de la violencia y sus huellas. Una imponente valla de concertina, como la que cierra las fronteras, rompe las paredes curvas de Gehry e interrumpe la circulación del visitante. ‘Acrópolis Now’ es de Kendell Geers y procede de la colección Dascalopoulos. Los conflictos del mundo nos rodean. El led vertical de Jenny Holzer desgrana testimonios de civiles torturados o desplazados en Siria, mientras Georg Baselitz pinta del revés a Lenin y Stalin; si nos fijamos bien, tienen los genitales al aire.

El ‘Hombre-caja’ de Erwin Wurm y una pintura de puntos de Damien Hirst.
Mireya López

La sala ‘Ecos del Pop Art’ funciona como la caseta del perrillo de Koons, que será sin duda fotografiado hasta la extenuación. Lo escoltan dos monumentales cuadros de Andy Warhol y James Rosenquist, además de trabajos de artistas que cuestionan la seriedad y sofisticación del arte contemporáneo a través del humor y la ironía. De Damien Hirst encontramos una de sus pinturas de puntos. Existen 1.365 cuadros de la serie, pero él solo realizó una docena de ellos, dejando el resto a colaboradores y ayudantes. Si el ‘Hombre caja’ de Erwin Wurm no necesita explicación en su sátira, sí que es necesario saber que Martin Kippenberger se inspira en la película de Sam Peckinpah ‘Quiero la cabeza de Alfredo García’ para su lienzo de la serie ‘La invención de un chiste’.
El inodoro de Prada, la guillotina de Chanel y la hamburguesa con patatas fritas de Tiffany’s con los que Tom Sachs critica el consumismo y la industria del lujo anteceden a los nombres agrupados bajo el paraguas de la ‘Abstracción y espacio’ en la sala 305. De un monumental Rothko a la pintura minimalista de Robert Ryman, que encontró en el blanco el color para bucear en la luz, la superficie y el espacio. De las formas geométricas del estadounidense Al Held, que invitan a detenerse para descubrir su orden y movimiento, al alabastro perforado de Chillida, ‘Lo profundo es el aire’, donde el vacío adquiere presencia y significado.

El inodoro de Prada hecho con cartón de Tom Sachs.
Mireya López

La performatividad en la pintura se entiende muy bien en una vitrina que recoge fotografías de los ‘happenings’ que Yves Klein organizaba a comienzos de los 60, con modelos desnudas bañadas en pintura que se restregaban después contra el lienzo a manera de pinceles. El francés inventó un color, el azul Klein, que puede admirarse en ‘La gran Antropometría azul’. El existencialismo de Sartre y aquello de que «el ser humano se define por sus actos» se puede intuir en las acciones y gestos de pintores como Lucio Fontana, que agujerea el lienzo para lograr la tridimensionalidad, o en Antoni Tàpies, que mezcla su pintura con polvo de mármol y tierra, al tiempo que raya el lienzo.

‘Akropolis Now’, una imponente valla de concertina como las de las fronteras, obra de Kendell Geers.
Mireya López

Finalmente, la colección permanente apela al lenguaje, a la palabra y el signo como medio de expresión plástica en una sala de aire festivo y reivindicativo, que nos recibe con 500 banderolas de Ibon Aranberri que trepan hasta el lucernario con los anagramas y logotipos que Chillida diseñó para las Gestoras Proamnistía, la UPV y la lucha antinuclear, entre otras, y que ya forman parte del imaginario vasco. De Jean-Michel Basquiat se expone ‘El hombre de Nápoles’, con una cabeza de cerdo entre grafitis urgentes: es su galerista italiano, que le explotaba animándole a producir sin descanso y pagándole una miseria.