En Vers une architecture (1923), Le Corbusier acuñó la famosa frase: “Una casa es una máquina para habitar”. Aunque en aquella época sus palabras destilaban una voluntad expresa de provocación, parece ser que, un siglo después, el mercado inmobiliario se las ha tomado al pie de la letra y en nuestras ciudades no cesa la proliferación de los bloques cebra: edificios funcionales, pero sin alma, sin colores, sin atributos, sin materiales reconocibles, sin calidez, sin ideas, sin espíritu, sin arquitectura.
La Machine à habiter que reivindicaba el arquitecto, pintor y teórico francosuizo Le Corbusier, en aras de desarrollar una nueva arquitectura moderna que respondiera a las necesidades cotidianas de la era del coche y la industrialización, con la casa como instrumento utilitario, racional y eficiente, ha llegado a su máxima expresión con estos edificios con rayas blancas y negras que no son otra cosa que grandes electrodomésticos habitables.