The Line, la megaciudad futurista que planea Arabia Saudí, lleva tiempo en crisis. El proyecto ha demostrado una vez más que los renders por sí solos ni atraen billones en financiación ni sirven como guía para construir un edificio en la vida real, y menos un rascacielos horizontal de 170 kilómetros de largo con fachada de espejo. Nuevos testimonios de antiguos responsables del proyecto aseguran que The Line, tal cual estaba concebida, nunca se hará.
La culpa, dicen, es de los constantes cambios de opinión del ideólogo del proyecto, el príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohammed bin Salmán, y de que su cohorte de asesores no se atreve a decirle que sus planes son un delirio. Como si se tratara de una versión moderna de El traje nuevo del emperador que se podría llamar El Traje nuevo del príncipe.
The Line estaba pensada para ser la columna vertebral de Neom, el desarrollo urbanístico de 500.000 millones de dólares en un desierto del noroeste de Arabia Saudí. Concebida como una ciudad sin coches y con cero emisiones, la megápolis estaría encerrada entre dos muros paralelos de 170 kilómetros de largo, 500 metros de altura y 200 metros de ancho. Esta estructura, que se vería desde el espacio, sería el hogar de nueve millones de personas y un ejemplo para el mundo del giro tecnológico de los reyes del petróleo.
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Sin embargo, las recientes caídas del precio del crudo y el aumento del déficit presupuestario han forzado al gobierno saudí a repensar todas sus inversiones en esta y otras utopías futuristas que componen Neom y que están valoradas en más de 1 billón de dólares.
El Financial Times ha hablado con más de 20 antiguos empleados de The Line, entre ellos hay arquitectos, ingenieros y ejecutivos que no han querido revelar su identidad por miedo a las posibles represalias. Según su testimonio, la velocidad y el coste de la construcción “han dejado de ser sostenibles”. The Line también es la punta de lanza de la mengua que está sufriendo el proyecto. En menos de cinco años se ha reducido de los 170 kilómetros originales a unos pocos kilómetros en su fase inicial.
El delirio futurista del Príncipe
The Line surge de la cabeza de Mohammed bin Salmán (MBS). El concepto inicial, desarrollado por el estudio de arquitectura californiano Morphosis, planteaba una franja urbana de dos kilómetros de ancho conectada por un tren, pero el príncipe decidió darle un giro radical: “Le dije al equipo, ‘¿y si giramos esos dos kilómetros y los convertimos en dos torres?’”, explicaba él mismo en un documental de Discovery Channel.
La idea de crear una estructura de 500 metros de alto y 200 metros de ancho también fue del príncipe y no admitía debate. “Eso fue decisión suya”, admitía uno de los planificadores. Bin Salmán también exigió que fuera una muralla de vidrio y acero con apartamentos, estadios y hasta un puerto oculto capaz de albergar a los cruceros más grandes del mundo. La puerta de ese puerto iría coronada por el Chandelier, un edificio de oficinas de 30 pisos construido boca abajo que fue diseñado por un director de arte de Hollywood. Incluso sus propios arquitectos advertían que “la física quizá no coopere”.
Según los testimonios recabados por el Financial Times, el entorno del príncipe no había voces disonantes. Las dudas técnicas rara vez llegaban a la dirección y cualquier objeción se ignoraba o castigaba. Los responsables confesaban que “se veían en la situación de tener que mentir sobre los plazos y costes” porque a MBS no se le podía llevar la contraria: “El mensaje parecía ser: ahora tienes que hacer que esto funcione”.
Un monstruo de cemento y acero imposible de alimentar
Las imágenes por ordenador que se han usado para vender el proyecto, y contentar al príncipe, muestran edificios futuristas con una arquitectura imposible que desafía la lógica de la física. Y bajar esas ideas a tierra plantea unos retos técnicos y logísticos descomunales que muchos de los arquitectos e ingenieros que han participado en el proyecto han intentado hacer realidad.
El estado de las obras de The Line. (Neom)
Para construir los primeros 20 módulos de The Line, los contratistas calculaban necesitar cada año más cemento del que produce Francia en doce meses. Cada módulo de 800 metros requería unos 3,5 millones de toneladas de acero estructural y más de 5 millones de metros cúbicos de hormigón. Se estimaba que emplearía hasta el 60% de la producción global anual de acero verde para su revestimiento, provocando una subida inmediata de precios: “Si quieres comprar todo el revestimiento del mundo, el precio sube”, señalaba un arquitecto del proyecto.
El ritmo de trabajo que se exigía para hacer realidad The Line desde la junta de Neom, controlada por el príncipe heredero, era igualmente demencial. Para edificar solo 12 módulos antes de 2030, como estaba planeado, haría falta que llegara un contenedor de materiales cada ocho segundos, las 24 horas del día. “Es como la construcción naval de antaño”, explicaba un gerente del diseño.
Así se ha desinflado el proyecto
Hoy, tras 50.000 millones de dólares gastados y un desierto marcado por miles de pilotes y zanjas que se pueden ver desde el espacio. El núcleo del proyecto ha ido reduciéndose dramáticamente. De los 20 módulos iniciales se pasó a 12, luego a 7, después a 4, y desde finales de 2023, solo 3 sobreviven en los planes. “Cuando bajó a tres, esos 6.000 pilotes que habíamos construido no servían de nada. Es el clásico resultado de correr antes de saber andar”, resumía uno de los encargados.
La viabilidad financiera del proyecto quedó sentenciada de muerte cuando no se logró seducir a inversores extranjeros. “A medida que bajaba de siete módulos se volvía imposible venderlo como inversión. Por eso creo que ha muerto… simplemente no es invertible”, explicaba otro responsable de la construcción.
Lo que queda actualmente de The Line son las zanjas para la obra del tren ligero y unos cimientos gigantescos abandonados. El puerto, tras excavar el equivalente a cuarenta pirámides de Giza, sigue en pie solo sobre el papel. El plan ahora es centrarse en esos tres módulos residuales y en algunos edificios alrededor del puerto, mientras se intenta “dejar caer el proyecto con suavidad” y que el príncipe asimile la realidad. “Como experimento mental, genial. Pero no construyas experimentos mentales”, sentencia un urbanista saudí.
The Line, la megaciudad futurista que planea Arabia Saudí, lleva tiempo en crisis. El proyecto ha demostrado una vez más que los renders por sí solos ni atraen billones en financiación ni sirven como guía para construir un edificio en la vida real, y menos un rascacielos horizontal de 170 kilómetros de largo con fachada de espejo. Nuevos testimonios de antiguos responsables del proyecto aseguran que The Line, tal cual estaba concebida, nunca se hará.