Si la iconografía ayuda a entender una sociedad y su cultura, hay que acudir a los cuadros de Gustave Caillebotte para entender cómo en el siglo XIX se forjó el arquetipo de la masculinidad moderna, burguesa y urbana, esa que tantos problemas aún nos da y que tras la revolución industrial levantó el mundo como lo conocemos ahora, con sus luces y sus sombras. Una exposición pequeña en tamaño, pero muy importante en su planteamiento, lo demuestra, hasta el día 16, en el espacio Louis Vuitton de Nueva York (calle 57 este, 6).

Aspecto de la sala de exposición del Espacio Louis Vuitton de Nueva York

Aspecto de la muestra que se podrá ver hasta el 16 de noviembre en el espacio Louis Vuitton

Paul Rho

Son dos cuadros encarados en una sala, dos obras maestras del pintor francés (1848, París-1894, Gennevilliers) que confrontan dos aspectos del perfil de hombre que se estaba definiendo. En Hombre joven en la ventana (1875) el modelo es René, el hermano del artista: aparece de espaldas, de pie, mirando el paisaje urbano a través de una ventana abierta del salón de la casa familiar del bulevar Haussmann. El otro, Fiesta de navegación (1877-1878), es una escena de exterior: un hombre vestido elegantemente rema con actitud calmada en un bote, sobre un agua calma, rodeado de una naturaleza domesticada. En ambos se muestran características de Caillebotte: osadía para escoger el encuadre, temas cotidianos, preferencia por los personajes masculinos retratados con los atributos burgueses modernos, reflejados en su psicología.

La distinción en el vestir va por delante y se aprecia en ambas obras. No es solo ni necesariamente un símbolo de estatus, sobre todo es una muestra de respetabilidad y discreción, de racionalidad contrapuesta a lo que se entendía como amaneramiento innecesario de épocas anteriores. Comienza a imponerse una uniformidad en el atuendo que acompaña a la expresión del autocontrol, uno de los valores principales de ese hombre nuevo.

Es el hombre racional, ordenado, amo de su entorno, quien lo protagoniza todo con su personalidad aplastante

Porque, efectivamente, la contención en todo, incluida la expresión de las emociones, hasta llegar a la introspección, se considera ahora una virtud, en oposición al arrebato romántico que le antecedió. Incluso el esfuerzo del remero es contenido: nada en su actitud se ve forzado, no hay una musculatura marcada ni un rictus de sacrificio, practica un deporte sano con una actitud sobria.

La soledad voluntaria de esos hombres, el silencio buscado, es visible en sus imágenes: el joven en la ventana observa el mundo urbano, la ventana está abierta, pero la baranda de piedra le separa del espacio que, al mismo tiempo, domina desde la altura con actitud sosegada. La ciudad es suya, pero la perspectiva les aleja. El juego de líneas –la verticalidad de la figura, paralela a la arquitectura en la que se enmarca, en contraste con la horizontalidad del paisaje urbano diseñado por Haussmann– y de luces –la atmósfera tenue del salón, con los trabajados detalles de la moqueta y la pared, frente al resplandor vibrante de la calle que desdibuja el paisaje– destacan la centralidad del sujeto. Es el hombre racional, ordenado, amo de su entorno, quien lo protagoniza todo con su personalidad aplastante.

‘Fiesta de navegación’ (1877-1878),

‘Fiesta de navegación’ (1877-1878)

RMN-Grand Palais (Musée d’Orsay)

El anonimato del personaje y el hecho de que no esté posando ni actuando de ninguna manera remarcan su importancia simbólica: posee el espacio sin que tenga que hacer nada para ello; en esa frontera simbólica que es la ventana, entre lo privado y lo mundano, su sola presencia y actitud, su naturaleza masculina y su dignidad le hacen amo de los dos ámbitos, sin necesidad de integrarse totalmente en ninguno.

El otro cuadro muestra otro aspecto de las conquistas burguesas de la época: el ocio ordenado, en oposición a la bohemia caótica. Las actividades deportivas regladas, técnicas, unidas a la sociabilidad y a los nuevos hábitos higienistas del XIX, habían introducido espacios de automejora alejados de costumbres castrenses y aristocráticas como la caza y más acordes con los valores burgueses de racionalidad, asepsia, autocontrol, esfuerzo sin dramatismo y funcionalidad en todo. Las luces y las líneas eluden aquí cualquier dramatismo: no hay aventura sino disciplina, la técnica sustituye a la fuerza bruta, incluso la naturaleza evoca un orden relajado y refinado. Y en la escena no hay ni mujeres ni niños: es un mundo de hombres elegante y contenido.

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Rafael Lozano

Pierre Soulages en su taller, en el 11 bis de la Rue Schoelcher. Paris, 1953

Son solo dos de las alrededor de quinientas obras que produjo Caillebotte en vida, en un esfuerzo por ofrecer su visión personal, aconvencional, de su sociedad. Rechazado por el canon artístico de su tiempo, se alineó con los impresionistas, entre ellos Claude Monet, Edgar Degas, Alfred Sisley y Auguste Renoir. Su fortuna le permitió ejercer no solo como artista, sino también como mecenas y organizador de exposiciones, y su afición por la náutica centró buena parte de su actividad y su obra. Su agudo sentido estético le ayudó a reunir una magnífica colección que a su muerte legó al Estado francés, con la condición de que, sabiendo que aún sería considerada excesivamente audaz, quedara a cargo de su hermano “hasta que el público pudiera aceptar (si no entender) esa forma de pintar”.

Fue un visionario, en el arte y en la percepción de la sociedad. La breve exposición de Nueva York permite acercarse a él en tiempo récord.