Sir Bradley Wiggins vuelve a ponerse a punto. Pero esta vez no se trata de vatios, puertos ni cronos. El campeón olímpico británico, icono de una época y primer ganador del Tour de Francia para Reino Unido (2012), ha iniciado un proceso de rehabilitación y terapia por traumas en una clínica especializada de Utah (Estados Unidos). Y lo hace con un apoyo tan inesperado como simbólico: el de Lance Armstrong.

El estadounidense, despojado de sus siete Tours y convertido en figura controvertida desde su confesión de dopaje en 2013, es quien está sufragando los costes del tratamiento. Así lo confirmó el propio Wiggins, de 45 años, durante una charla en el Barbican de York. “Sigo hablando con él y viéndole. Me voy a América el viernes. Él ha pagado para que pueda acudir a una clínica de primer nivel en Utah. Estoy deseando empezar”, confesó.

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La escena resume un vínculo complejo y lleno de capas. Wiggins y Armstrong compartieron carretera en el Tour 2009, aquel en el que el texano regresó de su primera retirada y el británico explotó en montaña para acabar cuarto. No eran aliados, ni mucho menos. Sus carreras avanzaron en paralelo y a veces en conflicto. Pero el tiempo, los golpes personales y la caída pública de ambos han terminado trazando una línea común: la de la reconstrucción.

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“Un rol que no implique subirme a la bici”

Wiggins explicó además que Armstrong le ha ofrecido un papel en el entorno del ciclismo que no pasa por volver a competir. “Me ha dado una plataforma. Algo que no implica que yo tenga que subirme a la bicicleta”, señaló. La colaboración entre ambos no es nueva: el británico ya formó parte del The Move, el pódcast con el que Armstrong analiza el Tour y el ciclismo internacional.

Me ha dado una plataforma. Algo que no implica que yo tenga que subirme a la bicicleta

Wiggins

La conversación se desarrolló en un tono íntimo, casi confesional. Wiggins no esquivó los momentos más oscuros de su vida reciente. Tras colgar la bici en 2016, la transición al “después” fue dura. Llegaron problemas económicos, adicciones, una bancarrota declarada el año pasado y episodios de autodestrucción. “Rompí mi trofeo de Sports Personality of the Year 2012 y mi propia condecoración de caballero. Lo hice delante de mis hijos”, reconoció en su momento. “No es extraño que hablasen de intentar llevarme a rehabilitación”.

Ese gesto, simbólico y desgarrador, retrataba un hundimiento emocional profundo. No era solo un campeón en decadencia deportiva. Era una persona que había perdido el equilibrio cuando la bici dejó de ordenar sus días.

Del podio al vacío

La historia de Wiggins es también la de un sistema que exige y consume. El niño que admiraba a Induráin, el pistard prodigioso que ganó la persecución en Atenas 2004, el hombre que llevó al Team Sky a la cima del Tour construyó su identidad alrededor del éxito, la disciplina y la exposición mediática. Cuando todo eso desapareció, quedó una persona intentando entender quién era sin un dorsal en la espalda.

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Armstrong conoce ese trayecto. Lo experimentó de otra forma, con otras consecuencias, pero también desde la caída pública. Ambos se han encontrado ahora en ese territorio donde la épica ya no sirve y lo que se busca es sostén, estructura, calma.

“Lance ha sido una inspiración y una ayuda constante. Es uno de los factores por los que estoy en la situación mental y física en la que me encuentro hoy. Le estoy en deuda”, afirmó Wiggins este verano.

La frase puede incomodar a parte del ciclismo que todavía no ha digerido del todo los episodios más turbios de la época Armstrong. Pero la vida, a veces, se mueve lejos de la pureza deportiva y más cerca de la fragilidad.

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La relación entre ambos no es una apología de nada. Es, sobre todo, una historia de supervivencia. La de dos hombres que fueron héroes, villanos, mitos y ciclistas antes de aprender a ser algo más básico: seres humanos que necesitan ayuda.

Wiggins afronta ahora un proceso largo. Rehabilitación, terapia, reconstrucción de vínculos y de identidad. El ciclismo esta vez no es una meta sino una herramienta, una posibilidad para rehacer el camino.