En cierto sentido el EP “run over”, publicado a principios de 2024, más o menos a la vez que “Shrine”, apuntaba ya hacia una cierta disolución de la británica Theodora Louise Ina Laird, feeo, hacia brumas más minimalistas y electrónicas. La presencia nuclear de su voz, principal fuerza gravitatoria de lo que era un R&B contemporáneo con trazas de experimentación björkiana y tonos arty, empezaba a replegarse en favor de la textura y de un enfoque mucho más áspero y desnudo que, ahora sí, conectaba más con el ambient pop. Cuando su voz aparece por primera vez en “Goodness”, en “The Mountain”, lo hace retenida siempre por la gravedad monótona de un modular en loop, y en lugar de ir imponiéndose va quedando más y más sepultada por una amenaza noise que no deja de intensificarse hasta convertirse solo en un ruido blanco.

Esta es en general la tónica del –sorprendente, impactante, espeluznante, emocionante– primer trabajo largo de la artista británica: dejar de buscar la belleza y que esta se revele sola entre un mar de ruido, desesperación y oscuridad; abrazar aún más el minimalismo, casi un vapor descompositivo, y rendir su voz a la posición de habitante, de elemento. La bruma, sin embargo, engaña: aunque en muchos sentidos “Goodness” pueda leerse como un disco noise, que se preocupa por el impacto de las texturas y por expresar a través de ruidos e incomodidades sonoras, y aunque emplee los recursos del dark ambient para mantener cierto oscurantismo y solemnidad y para evocar lugares y espacios mentales, realmente este es un trabajo casi de cantautora, con simulacros folk y un peso central de la voz en la sugestión de emociones a través de sutiles melodías que habitan, a su modo, los ambientes construidos.

En este sentido resulta reveladora una pieza de ambient entre lo urbano y lo cotidiano –entre Burial y claire rousay– como “The Last Great Storm”, pero más aún las dos piezas que sirven como pilares del álbum, “Win!” y “Here”: la primera es una abstracción de trip hop tenebroso que infusiona a Grouper en el mercurio sólido de los Portishead de “Third” (2008), y tanto Beth Gibbons como Liz Harris se encuentran con Björk en la segunda entre atmósferas doom folk, mientras la voz de Theodora se quiebra en las notas más altas, como si pesara y tendiera siempre a precipitarse contra el suelo, contra la cruda realidad de un Londres cada vez más inhabitable. Lo oscuro, lo ominoso y lo angustioso son un evidente hilo conductor, y así lo expresan “Days pt. 1” y “Days pt. 2” a lo largo del disco, dos temas de corte recitativo en los que el actor Trevor Laird –padre de Theodora– contrasta los extremos de la injusticia social, en una reflexión existencialista sobre la “meritocracia” que permite lecturas diversas viniendo de una artista con los nombres de sus padres pintados de azul en la Wikipedia: en el primero, que abre además el disco, la voz profunda de Trevor habla de aquellos que sufren sin merecerlo sobre drones asfixiantes –“Awful things happen everyday to people who don’t deserve it”–, y en el segundo transpone el mensaje para referirse a las cosas buenas que le suceden a los que no lo merecen en un océano de bombos techno ahogados.