El pasado viernes, Daniel Guzmán, director de cine y actor a quien muchos recordarán por su papel de Roberto en Aquí no hay quien viva, recibió una ovación de varios minutos de aplausos en el cine Rívoli de Palma por La deuda, su tercer largometraje tras A cambio de nada y Canallas. «Fue algo muy especial, emocionante y gratificante. No me esperaba esta acogida», confesaba ayer quien también declara que esta será su «última película». ¿El motivo? Lo difícil que es sacar un filme adelante y el poco retorno que genera. Por lo que quien quiera ver en pantalla grande la cinta, que se anote la fecha: el 17 de octubre llega a las salas.

Estos días, en cambio, la ha presentado en Palma con motivo del Atlàntida Mallorca Film Fest, que acoge el filme como ya lo hiciera en su momento el Festival de Málaga, donde ejerció de película inaugural. La deuda narra la historia de Lucas y Antonia, un hombre y una anciana que conviven en un piso hasta que el inmueble es adquirido por un fondo de inversión para hacer de él pisos turísticos. Esto fuerza a Lucas, interpretado por el propio Guzmán, a conseguir dinero a toda costa y tomar decisiones que luego lamentará.

Problema de la vivienda

El tema de la vivienda, pues, aparece en la cinta, pero como telón de fondo, «como excusa» para contar la historia y moverla, pero no oculta el director que «es un problema de hoy mismo, ni siquiera de mañana», agravado por la «gentrificación y por cómo echamos a la gente más precaria de los barrios para explotarlos con una rentabilidad especulativa». No obstante, en La deuda es «un motor para contar otras cosas, para hablar del amor entre dos personas que se necesitan y también para hablar sobre cómo gestionamos nuestra culpabilidad ante decisiones erróneas».

Como en sus otras cintas, todas ellas centradas en personajes de barrios humildes que hacen lo que pueden con lo que tienen, muy condicionados por el contexto social, en La deuda Guzmán se basa en «lo que he vivido y con lo que convivo», la gente que le rodea a él mismo, para poder «cuestionar un modelo a todos los niveles, ya sea político, educativo o jurídico, la manera en la que tipificamos los delitos y cómo juzgamos a las personas que toman ciertas decisiones sin entender de dónde vienen esas decisiones», indica el también intérprete que realiza el siguiente matiz: «No digo justificarlas, sino entenderlas, porque lo que nos hace juzgar es no entender y si lo hacemos veríamos que no hay buenos o malos, sino que hay circunstancias que condicionan la forma de vida y la toma de decisiones», razona.

Para lograr esta empatía, o para al menos intentar generarla en algunas personas, piensa Guzmán que el cine es «la mejor herramienta» por el «poder transformador, educacional y cultural que tiene», el cual cataloga de «maravilloso». Para el realizador, el cine tiene «algo de psicoanalítico, sociológico, psicológico que te permite ver diferentes puntos de vista, te permite ponerte en el lugar del otro, y por lo tanto entenderlo. Eso es conectar y con eso va empatizar con vidas totalmente diferentes a las tuyas».

Esta capacidad del cine de hacer llegar a gente totalmente ajena las historias de personas que existen, que lo pasan mal y a los que podemos no entender de primeras, pero a los que podemos comprender si les escuchamos, es uno de los motivos por los cuales Guzmán se metió en este jardín que es hacer películas. Sin embargo, asegura que hasta aquí ha llegado: «Estoy desgastado y cansado y si me recupero no sé si volveré a contar otra historia», lamenta.

«Hacer una peli es una aventura imposible. Se presentan unas 300 al año y solo consiguen levantar financiación unas 100 de las que solo 4 o 5 funcionan en taquilla, y dedicar a un proyecto muchos años de tu vida para intentar que se vea en pantalla grande, pero sin ninguna garantía…». «En resumen, es mucho lo que le das a una película y muy poco lo que te da porque no hay capacidad de compartirla», explica Guzmán.

Es por ello que al cineasta le pareció tan especial el momento en Palma al presentar el filme, porque «me veía allí, en el escenario, sabiendo todo lo que he luchado por llegar ahí, los problemas que he esquivado, pero en una hora y cuarenta y nueve minutos ves las reacciones, cómo la gente llora, cómo están metidos en la peli, y por un momento se te olvida y te dices: ¡Qué bonito el elemento transformador que tiene una película y contar tus historias!».