El santanderino Román San Emeterio Pedraja (1970) lleva apenas año y medio al frente del Colegio Oficial de Arquitectos de Cantabria (COACan). Tras una trayectoria … de más de 25 años de experiencia profesional, el decano valora el tiempo de su gestión por ser de «escucha y de apertura, desarrollado por un equipo humano del que puedo sentirme orgulloso». Y subraya el haber perseverado en «consolidar y ampliar nuestra red relacional con la cooperación y la responsabilidad social como objetivo». Tomando como termómetro la repercusión de sus actividades, la VI Semana de la Arquitectura y el IV Festival Arquicines «nos dejan un muy buen sabor de boca». Y una primicia: el Laboratorio de Pensamiento Arquitectónico del COACan es una realidad que arrancará los días 20 y 21 de este mes en el Centro Ricardo Lorenzo con unas jornadas destinadas a la reflexión territorial y cívica centradas en los efectos del turismo masivo. «Es necesario un espacio propicio y desprejuiciado para pensar la ciudad y el territorio sin la presión de lo inmediato», defiende.
–Más allá de obviedades y generalizaciones, ¿qué necesidades más urgentes cree que revela la ciudad en el presente?
–En referencia a una idea global de ciudad con sus instrumentos al día –Varadero, el frente marítimo, el Cabildo, la conservación de la ciudad o la movilidad, por citar algunos– diría que hay que poner más energía en abordar la decadencia de importantes zonas que incluyen su centro. Sería muy deseable lograr que más personas vivan, vuelvan a habitar, en él. La empresa pública municipal tiene un amplio campo de acción sobre el que podría desarrollar a medio plazo acciones tanto públicas como público-privadas colaborativas en las que la rentabilidad económica no encuentra interés, pero la social y urbana es de dos enteros. Si pensamos la ciudad para sus habitantes estoy seguro que quienes nos visiten se encontrarán bien. Al revés, no lo tengo tan claro…
–¿Y de qué urgencias hablamos?
–Repensar proyectos sobre los que no existe más argumento favorable que el contar con financiación para llevarlos a cabo; asuntos de enorme trascendencia y envergadura para la ciudad que nadie defiende con pasión, porque nadie la siente, como es el caso de la integración ferroviaria, ese proyecto macerado en resignación, o unos espigones alejados de todo civismo. El impacto del turismo y las estructuras que lo sostienen, tanto en lo que a incidencia en los precios se refiere como en la salud de las personas. En este sentido, el ruido ambiente será uno de los grandes asuntos del futuro y eso afectará al cruce de intereses entre el bienestar residencial y el ocio en las calles. También es urgente la renaturalización de espacios, que deberá abordar retos más ambiciosos. Una tarea urgente es la finalización de la obra en la Biblioteca de Menéndez Pelayo y otra pendiente es la implantación de una política activa de protección del patrimonio cultural de la ciudad y de su contexto, algo que tiene que pasar por una actualización del catálogo de edificios de interés sin esperar al próximo PGOU y por emprender una labor conservadora inteligente que eduque, preserve y permita la evolución de los edificios hacia nuevos usos sin tener que sacrificar sus valores. Eso podría empezar por un plan de reforma de edificios municipales con valor cultural, desde la propia Casa Consistorial al edificio de bomberos de Numancia. También repensaría la demolición de la Residencia Cantabria, que se me antoja indeseable desde varios puntos de vista.
–Siempre ha sido partidario de fomentar el debate. Sin embargo, ¿cada vez la situación parece más alejada de la realidad?
–No voy a decir que sea algo fácil, porque no lo es. Pero mientras la convicción no flaquee seguiremos intentándolo. La realidad política de las instituciones tiene unos rituales y plazos que no siempre convergen con dinámicas transversales de reflexión o debate. Esa es la realidad que hay que vencer, encontrando los espacios de intersección y aprovechándolos.
–En una sociedad digitalizada, ¿echa de menos una apuesta por proyectos que potencien espacios de convivencia?
–Lo digital no puede sustituir el encuentro físico. Necesitamos plazas, parques, bancos en ellos, equipamientos, renaturalización, pequeñas, medianas y grandes intervenciones que activen y mejoren la vida cotidiana a lo largo y ancho de Santander y de otras localidades de Cantabria. La convivencia no surge por decreto: se diseña, se realiza, se mantiene y mejora en el tiempo. Por lo que he visto en los presupuestos de Santander, creo que recuperaremos los concursos municipales sobre microespacios en los que colabora el COACan, aunque, como siempre le digo al concejal, y también a la alcaldesa, los arquitectos y arquitectas sabemos hacer microespacios, pero también medios y macroespacios.
–El último caso de ciudad es la ampliación del estadio del Racing, el ‘Nuevo Sardinero’. ¿Qué le sugiere la operación?
–Como decano me ha disgustado que el Racing haya desaprovechado la oportunidad de implicar a toda la ciudadanía de Cantabria, así como al talento creativo local y foráneo, al encargar un proyecto a una, sin duda, solvente firma para definir la transformación de un edificio público de titularidad municipal y de un entorno también público, en lugar de haber convocado un concurso que podría haber aportado, además de un caudal de ideas potencialmente valiosas, una enriquecedora implicación social. Por ello, me sugiere desapego una operación que, marcada por un legítimo interés lucrativo particular, habría requerido de otra aproximación, implicando también al ayuntamiento propietario. De todos modos, en caso de producirse una transformación de tal envergadura en los Campos de Sport la convocatoria de un concurso será precisa, y ofrezco desde ya la colaboración del COACan.
–¿Se subraya mucho lo de los faros arquitectónicos en detrimento de la gestión de lo cercano?
–No creo que sean asuntos incompatibles. Las ciudades en su devenir van creando nuevos hitos y mitos o regenerando los existentes. Los grandes proyectos tienen su papel. Lo más efectivo para mejorar la vida es abordar lo cotidiano.
–La conveniencia de organizar concursos públicos de arquitectura, ¿es otro de esos ideales que la mala gestión pone en su sitio?
–Son una herramienta magnífica para elevar la calidad arquitectónica y dar oportunidades al talento. Y son un recurso obligado en muchos casos que a veces las administraciones evitan recurriendo a medios propios semipúblicos que luego contratan a terceros. Hace falta voluntad política y una gestión transparente.
–¿La ecuación derribo-conservación se ha convertido en un bucle ensimismado?
–Sí, y en buena parte porque seguimos viendo el patrimonio como un obstáculo, no como un valor. Conservar no significa congelar, sino reinterpretar preservando los valores de un lugar, entre los que la vetustez destaca. Y el bucle en realidad no existe, la demolición siempre es una excepción, lo mismo que la reconstrucción. La ciudad ha sido muy laxa con los precedentes y a algunos les parece lícito demoler, derribar y recrear una ficción de lo que fue.
–Y, por ende, cuando hablamos específicamente de la vivienda, ¿debe primar la rehabilitación sobre la construcción nueva?
–Ante la necesidad de vivienda la rehabilitación y, en sentido más amplio, la intervención audaz sobre los edificios existentes sin descartar reconversiones de uso ni ampliaciones, es una herramienta esencial. Rehabilitar es más sostenible, más coherente con el contexto y más humano. Tenemos un parque edificado ingente que necesita ponerse al día. No se trata solo de eficiencia energética o accesibilidad, que también, sino de regenerar comunidades y barrios.
–En Cantabria, ¿la estabilidad normativa en la ordenación del territorio está en suspenso?
–Permítame la ironía, tenemos una pertinaz estabilidad normativa con decenas de municipios que no han hecho evolucionar unos planeamientos urbanísticos ya obsoletos. También están siendo muy ‘estables’ el incumplimiento durante más de dos décadas de la obligación de elaborar y aplicar un Plan Regional, así como la carencia de muchos municipios de mecanismos de protección del patrimonio cultural en general y edificado en particular. Creo que hay que darle a todo esto un bien pensado meneo que nos permita alcanzar una visión territorial compartida y duradera.
–¿Diría que la del siglo XXI es una arquitectura burocratizada?
–Sí. El proceso es mucho más complejo, las exigencias prestacionales y documentales se han multiplicado y la carga administrativa no cede salvo para sobrecargar a los arquitectos con una responsabilidad rara vez compensada.
«El Sardinero necesita una reflexión global y una ampliación del Conjunto Histórico»
–¿Lo que demostraron actuaciones como la de la Plaza de Italia, es que El Sardinero está falto de una planificación integral?
–Para resolver el futuro de El Sardinero hay que conocer bien y respetar su pasado. De ese modo se podrá tanto innovar como conservar con coherencia e incluso comprender innovaciones incomprendidas. El Sardinero necesita una reflexión global e incluso una ampliación del Conjunto Histórico. Se trata de conocerlo, comprenderlo y abordarlo como un todo integrador, lejos de soluciones fragmentadas que debilitan un relato que fue, y puede volver a ser, muy potente. Y, por supuesto, lejos de demoliciones del patrimonio difíciles de encajar.
–¿Cómo valora esa ciudad-mirador, de Faro Santander al Palacio de Festivales?
–Me parece algo natural que en una ciudad que ya es mirador en su paisaje se tienda a llevar ese concepto a sus edificios. El mirar y admirar nuestro entorno me parece que forma parte de nuestra identidad, unas veces bajo la fórmula del hechizo que embelesa, y otras con las altas miras que ven en el paisaje una dinámica puerta de entrada y salida al mundo.
–¿Santander es una ciudad deslavazada, donde unas zonas parecen ignorar a las otras?
–Santander es una realidad urbana compleja y fascinante. Su propia configuración física y confines, una historia rica en auges, decadencias, destrucciones y reconstrucciones y la convivencia de administraciones soberanas, con objetivos a priori divergentes como el Ayuntamiento, el Puerto o Costas, la han cincelado a lo largo del tiempo de tal modo que sí, existen varios ‘Santanderes’ en uno que apenas se miran. Ese es nuestro hábitat .
–¿Qué opina de la subida de precios de la vivienda pública para hacer atractiva la construcción de VPO a la iniciativa privada?
–El coste ha subido considerablemente en los últimos años, como consecuencia, entre otros, tanto de la sofisticación creciente exigida a los edificios como del aumento de precio de los materiales. Y este aumento afecta a todas las viviendas, a las públicas y a las privadas. Si se quiere contar con el sector privado hay que hacer que su implicación sea rentable y para eso se ha optado por aumentar el precio máximo de venta de las viviendas protegidas. Otra opción habría sido hacerlo vía presupuestos. Si bien esta medida paliará la oferta para el sector de población que pueda asumir la subida, dificultará a la vez el mismo a una porción creciente de la población para la que será preciso abordar soluciones directamente desde lo público. La Administración tiene que ser parte activa, no solo árbitro.