Maysun Abu-Khdeir Granados no comenzó su carrera como fotoperiodista con una decisión clara, sino más bien como consecuencia natural de una inquietud interior profunda. De hecho, su vocación inicial era ser egiptóloga; estudiaba Historia cuando la vida, casi sin darse cuenta, la redirigió hacia una cámara fotográfica. “No decidí ser fotoperiodista”, asegura, “pero siempre hubo una semilla, una necesidad profunda de entender el mundo, de aportar algo útil a la sociedad”. Esa semilla comenzó a germinar desde muy joven, cuando, con solo nueve años, presenció en televisión la caída del Muro de Berlín y sintió la necesidad de estar allí, de comprender en primera persona lo que ocurría y hacerlo comprensible para los demás.
Criada en España pero con una parte de su familia en Palestina, Maysun ha vivido desde niña con una dualidad identitaria que también marcó su forma de mirar y contar el mundo. El bullying que sufrió en la infancia, el fuerte sentido de la justicia heredado de su familia, y la necesidad de comprender sus propias raíces la empujaron hacia una búsqueda constante de verdad y justicia. La fotografía llegó como herramienta para conectar todas esas inquietudes. Comenzó a estudiarla como un complemento para la arqueología, pero con el tiempo fue descubriendo que su lugar estaba en documentar el presente, en poner la imagen al servicio de la conciencia.
Su forma de trabajar está lejos de la lógica de la inmediatez o de la captura masiva de imágenes. “No soy de disparar ráfagas, prefiero observar”, dice. “Fotografiar es como un baile, algo dentro de mí dice: ahora”. Su estilo parte de la espera, sus imágenes están cargadas de sensibilidad y respeto. “Tu foto no es más importante que la persona que retratas. Esa persona es lo importante”, destaca atribuyendo la importancia en la dignidad de las personas y en la capacidad de los buenos fotógrafos para evocar situaciones a partir de una instantánea, sabiendo leer y traducir la situación, sin necesidad de caer en la falta de respeto. Este principio ético guía todo su trabajo, especialmente en contextos de conflicto, donde el dolor humano no puede convertirse en espectáculo. A pesar de la fidelidad a la realidad que impera en el fotoperiodismo, para Abu-Khdeir existen herramientas que permiten describir los hechos a partir de reflejos o sombras, facilitando la narración respetando la integridad y las decisiones de las personas retratadas.
A lo largo de su trayectoria ha cubierto guerras, desplazamientos, crisis humanitarias y sociales. Siempre desde una mirada humana, comprometida con quien está al otro lado del objetivo. Aprendió, con el tiempo, que una buena imagen no es necesariamente la más impactante, sino aquella capaz de contar lo que se ve y lo que no se ve. “Aprendes a invitar al espectador a leer entre líneas y a entender una narrativa porque, al final, los reportajes no deberían ser planos, no deberían ser simplemente una secuencia de fotos y ya está; sino que pueden tener diferentes canales de historia y de entendimiento”, explica. Y eso exige no solo técnica, sino experiencia, sensibilidad y documentación. Para Maysun Abu-Khdeir, es imposible contar una historia si no se conoce el contexto, si no se ha hecho el trabajo previo de entender a las personas, los conflictos y los lugares.
Cubrir conflictos tiene un precio emocional, y ella lo reconoce sin tapujos. “Quien diga que no sufre estrés postraumático tras un conflicto, miente o se miente”, afirma. El regreso a casa, la culpa por poder marcharse, el contraste entre lo vivido y la normalidad de la vida cotidiana en un país en paz, todo ello deja huella y frustración. En su caso, ha aprendido a sanar a través del arte, la naturaleza, el deporte, la cerámica y la terapia, buscando belleza a su alrededor y tratando de gestionar su mochila de emociones. “Hay que aprender a escuchar al cuerpo, a no reventar. Si tú no paras, tu cuerpo te va a parar”. También destaca que el periodista no es el protagonista de las historias, enfrentando su labor con humildad. “Yo creo que hay que restarle ego a esta profesión. Yo no soy la salvadora del mundo. Yo amplifico la voz de los demás y pongo un granito de arena y luego, entre todos los granos de arena, ya haremos un desierto”. La fotógrafa comprende que su trabajo puede contribuir a llamar la atención sobre lo que sucede para que la sociedad presione y puedan cambiar las cosas, pero «nosotros no somos quienes podemos arreglar el mundo».
Más allá del fotoperiodismo puro, Abu-Khdeir ha explorado otras formas de narrar. Su entrada en el cine llegó por azar, cuando el director de cine Fran Arráez le pidió que hiciera en su película lo que hacía con la luz en sus fotografías durante un viaje en autobús en el que coincidieron. Aceptó. Sin experiencia previa se acercó a la dirección de fotografía, una profesión que respeta profundamente y la cual valora el enorme trabajo técnico que hay detrás, incluso llegó a estudiar. Aunque agradece esa etapa, ese aprendizaje, reconoce que no es su verdadera vocación. “Me gusta mucho ver ficción, pero no hacer ficción. Yo soy una persona a la que le gusta contar la realidad y hacer mis proyectos a mi modo, trabajando sola, como mucho con redactores y editores”, explica. Aun así, esa incursión le permitió conocer otras dinámicas, otras formas de relatar y abrirse al trabajo en equipo, algo que, reconoce, la profesión de fotoperiodista no le permite tanto.
En los últimos años ha comenzado a experimentar con nuevos lenguajes visuales. Pintura, vídeo, fotografía de archivo o incluso colaboraciones con artistas textiles forman parte de un proceso creativo más libre, más abierto. “Durante muchos años fui muy estricta conmigo misma. Ahora ya no. Ahora me permito mezclar, fluir, probar”. Para ella, cada lenguaje visual es como aprender un nuevo idioma para expresar necesidades internas distintas que marcan las herramientas que precisa en cada momento. «No eres la misma persona cuando tienes 15, que cuando tienes 30, que cuando tienes 40, vas cambiando. A lo mejor tienes otras necesidades vitales y con ellas vienen otras formas de expresión», destaca la fotógrafa.
El futuro de la fotógrafa pasa por seguir contando historias que le parezcan importantes. Historias reales. Entre sus proyectos está publicar su primer libro —algo que ha ido aplazando durante años a pesar de reconocer que siempre le han preguntado y animado a ello— y a seguir profundizando en dos grandes temas que la han acompañado siempre: la identidad y la crisis climática. Esta última le preocupa especialmente. “Casi todos los conflictos actuales tienen su raíz en la disputa por los recursos”, sostiene. Por eso considera urgente abordarla desde todos los ángulos posibles, también desde el fotoperiodismo, y todo lo que hay a su alrededor. «Es un tema del que hay que hablar y que no se está hablando lo suficiente y tiene muchísimas ramificaciones», explica. De la misma forma, la fotógrafa se mueve con las historias, con los relatos, con la necesidad de investigar, de acercarse a la realidad. Durante 20 años, ha existido un fuerte vínculo con la identidad como parte de su trabajo, y aún hoy, sigue teniendo la necesidad de hablar y profundizar en las identidades.
Aunque tenía previsto mudarse a Nueva York para desarrollar uno de sus proyectos, su nacionalidad palestina le genera inseguridad a la hora de intentar viajar a Estados Unidos, a Gaza o a Israel. A pesar de estas limitaciones, Maysun Abu-Khdeir sigue adelante, redirigiendo sus esfuerzos, dejándose atrapar por nuevas historias. “No sé dónde estaré dentro de unos años, pero seguiré contando las historias que me parecen importantes o las vaya sintiendo y con el lenguaje que tengo, que es la fotografía”, concluye.