En una era en la que el diseño parece debatirse entre la ostentación y la copia, Covadonga Hernández ha construido una voz propia basada en la calma. No le interesa la novedad por la novedad, sino el equilibrio entre materiales, luz y proporción. Su trabajo se reconoce de inmediato por una serenidad visual que invita a quedarse, a habitar, a mirar con atención.

Su carrera comenzó en los noventa, cuando fundó su estudio MarqCó en Ciudad de México. Desde entonces ha desarrollado proyectos residenciales y corporativos tanto en su país como en España e Italia. No hay un sello definitivo que los una, pero sí un lenguaje común: el diálogo constante entre lo artesanal y lo contemporáneo. Hernández prefiere los tonos neutros, las texturas naturales y el arte que forma parte del espacio, y no precisamente como un adorno.

Covadonga Hernández es una de las interioristas mexicanas más influyentes de su generación. (Jaime Navarro)

En sus obras, la naturaleza no se observa, se integra. Casa Vertientes, en Ciudad de México, es un ejemplo claro: grandes ventanales y jardines interiores que borran el límite entre dentro y fuera.

Casa Vertientes, firmada por Covadonga Hernández. (Jaime Navarro)

En Monte Alto, una casa de descanso en el Valle de Bravo, la madera y la piedra sirven de hilo conductor, y una pequeña capilla refleja sobre el agua una imagen que parece suspendida en el tiempo. En Cantera, también en la capital mexicana, la madera tallada adquiere textura y movimiento, mientras el mármol travertino otorga solidez.

“No se trata de impresionar, sino de hacer que los espacios respiren”, Covadonga Hernández

Casa Monte alto, firmada por Covadonga Hernández. (Jaime Navarro)

Su aproximación no responde a modas, sino a una idea de continuidad. Hernández trabaja con equipos de arquitectos y diseñadores que desarrollan piezas específicas para cada proyecto, combinando su propio mobiliario con diseños de otras firmas. En Casa Orfila, un apartamento madrileño destinado a vacaciones, recurrió a una paleta de grises y beiges que amplía visualmente el espacio y convierte cada estancia en una pausa.

Casa Cantera, firmada por Covadonga Hernández. (Jaime Navarro)

El éxito, sin embargo, no ha cambiado su manera de entender el oficio. Habla del diseño como de una extensión natural de la vida cotidiana: “No se trata de impresionar, sino de hacer que los espacios respiren”. Esa filosofía le ha valido reconocimientos como el premio RINO, que se concede en el encuentro nacional de Arquitectura, Diseño de Interiores e Industrial de México, o el Noldi Schreck, que otorga la publicación Glocal Design Magazine, lo que la ha convertido en una de las interioristas mexicanas más influyentes de su generación.

Casa Orfila, firmada por Covadonga Hernández. (Jaime Navarro)

Recientemente, Hernández reunió parte de su trayectoria en un libro editado en Madrid por Ediciones El Viso. Más que una retrospectiva, es una forma de poner orden a casi treinta años de trabajo y compartir un proceso que ha sido tan meticuloso como emocional. Entre las más de 280 imágenes se adivina su constante búsqueda del equilibrio: belleza y función, materia y emoción, silencio y presencia. En tiempos de tan ruido visual, Covadonga nos recuerda que la verdaderamente vanguardista es saber detenerse, porque no hay mayor lujo que el tiempo.

En una era en la que el diseño parece debatirse entre la ostentación y la copia, Covadonga Hernández ha construido una voz propia basada en la calma. No le interesa la novedad por la novedad, sino el equilibrio entre materiales, luz y proporción. Su trabajo se reconoce de inmediato por una serenidad visual que invita a quedarse, a habitar, a mirar con atención.