Pintar lo que no se puede fotografiar para ofrecer una imagen del mundo. Capturar la realidad que escapa al objetivo de una cámara, como la emoción, la memoria y cómo el paso del tiempo la deforma. Y hacerlo, paradójicamente, trabajando siempre en su estudio y a partir de fotos. Esa es la esencia de la enorme obra de Gerhard Richter que se muestra en la Fundación Louis Vuitton de París hasta el próximo 2 de marzo, en la mayor exposición antológica que ha disfrutado el artista de Dresde en sus seis décadas largas de carrera.

'Mesa' (1962) es la pintura que Richter reconoció como su obra número uno, desechando toda su creación anterior

‘Mesa’ (1962) es la pintura que Richter reconoció como su obra número uno, desechando toda su creación anterior

Jennifer Bornstein / Gerhard Richter 2025

Es una muestra ordenada cronológicamente que, si se recorre sin guía y sin leer las cartelas, da la impresión de ser una colectiva por la variedad de teclas que ha tocado el maestro. Y es que su empeño, entre artístico y filosófico, le ha conducido a desarrollar una obra tan rica como variada, que transita de la figuración a la abstracción en viajes de ida y vuelta en busca de una síntesis.

Las 270 obras que han reunido los comisarios Dieter Schwarz y Nicholas Serota dan fe de la variedad de técnicas empleadas por el artista, pero también de que esta amplitud, lejos de enmascarar su alma, ha amplificado su expresión –ellos dicen que se reconoce un Richter, pero no su mano–. También han contado con la ventaja de que Richter declaró un cuadro como su pintura “número uno”, desechando todo su trabajo anterior, y dio por completada su obra pictórica en el 2017, desde cuando solo se ha dedicado al dibujo. Así, los curadores han podido tener la perspectiva de una carrera completa y consultar sus impresiones con el creador, un privilegio inusitado.

Los comisarios han podido tener la perspectiva de una carrera completa y consultar sus impresiones con el autor

Richter (Dresde, 1932) se formó en la antigua Alemania del Este como pintor muralista clásico, en una escuela tradicional donde conoció a su primera mujer, Marianne Eufinger (Ema). Juntos decidieron pasarse a Berlín Occidental en 1961, al poco de la construcción del Muro. Poco después, en 1962, pintó su obra “número uno”: Mesa, la reproducción de un mueble tomada de una revista y deformada después con sucesivas pasadas del pincel húmedo. Con ella da el primer paso en su principio de creación y destrucción, de reflexión y azar, que fusiona abstracción y figurativismo y evoca el efecto del tiempo en el recuerdo.

Richter siempre se ha considerado un pintor clásico, un artesano “hacedor de imágenes” con una aproximación racional y deliberada. Por ello ha cultivado continuamente todos los géneros del repertorio. Pero siempre coloca una lente entre la realidad y su obra que le permite observar una mirada crítica y alejarse así, por ejemplo, del retrato clásico, el tan alemán paisaje romántico o la representación ramplona de hechos pasados.

'Manzano' (1987), una muestra de los paisajes aparentemente anodinos de Richter en los que pone en cuestión la tradición romántica alemana

‘Manzano’ (1987), una muestra de los paisajes aparentemente anodinos de Richter en los que pone en cuestión la tradición romántica alemana

Gerhard Richter 2025

Su trabajo comienza con una imagen preexistente, a menudo una fotografía tomada por él mismo, cogida del álbum familiar o robada de alguna publicación, o un dibujo previo, que reproduce fielmente en el lienzo, con técnica fotorrealista, para luego intervenirla –más adelante, cambiaría del pincel mojado a técnicas que acrecentaron el elemento del azar-. Ese enfoque lo coloca en una constante ambigüedad que en el fondo es pura coherencia, ya que queriendo ser neutral, captura la emoción del sujeto.

Entre las primeras creaciones de este estilo, junto a Mesa, se encuentran Tío Rudi, Tía Marianne, Emma (Desnudo en una escalera) o las imágenes del bombardeo aliado sobre Dresde. La historia de las dos primeras es un ejemplo de la crítica sobre la memoria que ejerce Richter. Rudolf Schönfelder fue el tío materno del artista. Durante la Segunda Guerra Mundial alcanzó el grado de subteniente de la Wehrmacht y murió en combate en 1994. Para su familia, fue un héroe, pero cuando Richter pinta el cuadro, en 1965, esa versión ideal ya no se soporta. El emborronamiento que Richter superpone a la reproducción fiel de la foto, tomada poco antes de la muerte de Rudi, expresa esa duda, ese cuestionamiento del recuerdo.

Mucho más trágica fue la vida de la tía Marianne, hermana de Rudi y de la madre del pintor, que aparece en el cuadro como una adolescente con el propio Richter, entonces un bebé, en el regazo. Padecía esquizofrenia, y por ese motivo fue esterilizada forzadamente como parte de los programas de eugenesia del régimen nazi y posteriormente la dejaron morir de hambre en un centro de exterminio –una práctica común– poco antes del fin de la guerra. Un giro en la historia, que Richter no conocía al pintar el cuadro en 1965, añade un escalofrío al contemplar esta bucólica escena cuestionada por el pintor: el primer suegro de Richter, Heinrich Eufinger, fue ginecólogo, oficial de las SS y director del centro donde fue esterilizada y asesinada. Este dato, que reveló en el 2004 el periodista de investigación Jürgen Schreiber, implica directamente a Eufinger en la tortura y el asesinato de Marianne.

Su interpreta el paso del tiempo y Pero en los primeros años setenta, con su serie inspirada en una Anunciación de Tiziano en la que la imagen se diluye ensayo tras ensayo y con sus pinturas grises, en las que experimenta con las texturas y la luz, la confluencia de su evolución técnica y el desarrollo de sus ideas sobre la pintura alcanza una cumbre.

Richter intenta representar el mundo tal como lo ve, investigar qué es la materia que lo compone, el lado más abstracto, más oculto de lo visible”

Nicholas SerotaComisario de la exposición

El comisario Nicholas Serota explica así la visión y la técnica de Richter: “Hay una continuidad en toda la exposición, su dedicación a trabajar a partir de la fotografía, de la cámara. Creo que es inusual en un artista. Richter intenta representar el mundo tal como lo ve. Intenta investigar qué es la materia que compone el mundo. En cierto modo, dice que hay una parte que es el mundo visual que percibimos —las pinturas que muestran la realidad visible—, pero también hay un lado más abstracto, más difícil de percibir, más oculto, como el otro lado de la moneda. Es la sustancia, la sensación y la emoción que sentimos cuando estamos en ciertos lugares. No se trata tanto de lo que vemos, sino de lo que sentimos. Ese contenido emocional es una parte importante de su obra: su comunicación con el paisaje, con las figuras, con la emoción”.

La presencia en su obra del paso del tiempo y su efecto en la memoria se observa de forma magistral en el ciclo 18 de octubre de 1977, pintado a finales de los ochenta, tras un largo periodo de reflexión y asimilación de los hechos que lo inspiraron: las muertes en prisión de cuatro terroristas de la Fracción del Ejército Rojo (RAF), también conocida como la banda Baader-Meinhof, que se atribuyeron a un suicidio múltiple, aunque los hechos hicieron sospechar de la intervención de elementos del Estado.

'Zanahoria' (1984), la versión abstracta de Richter de una naturaleza muerta

‘Zanahoria’ (1984), la versión abstracta de Richter de una naturaleza muerta; en todo momento y en cualquier estilo, siempre se ha considerado un pintor clásico, por sus temáticas

Gerhard Richter 2025

Algo similar hizo en el 2005 con el cuadro Septiembre, una representación de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York en el 2001. Serota lo explica así: “En una época en que muchos dicen que la pintura está acabada, que ya no es el medio del siglo XXI, que deberíamos usar cine o vídeo, él cree profundamente en la vigencia de la pintura. Piensa que capturar un tema con pintura sobre lienzo, presentado de manera tradicional en una pared, ofrece una visión duradera. Por ejemplo, en Septiembre. Todos hemos visto miles de fotografías de ese momento, cuando los aviones impactaron en las Torres Gemelas. Pero la imagen que nos da Richter no muestra las torres ardiendo, sino la explosión, una imagen con una cualidad perdurable. Tiene una fuerza que muchas fotografías no alcanzan. Es como una síntesis de todas esas imágenes”. En efecto, el lienzo captura toda la intensidad que respiramos quienes vivimos ese día colgados de las pantallas de televisión, a las que esta tela se asemeja por tamaño: 52 por 72 centímetros.

Pero quizás la mejor muestra de la obsesión de Richter por la historia sea el impresionante mosaico Birkenau (2014): cuatro enormes lienzos elaborados a partir de las únicas fotos clandestinas que unos supervivientes del campo de exterminio Auschwitz-Birkenau lograron sacar de allí. Aquí Richter se centra en expresar la emoción del sujeto y meter al observador en la escena: lo consigue confrontando las pinturas –de nuevo, repintadas por encima, para aludir a la imposibilidad de representar el horror que encierran y a la vez expresarlo en un lenguaje abstracto- con cuatro espejos grises, de manera que en su reflejo el visitante se ve envuelto por una tragedia de la que no puede escapar.

La sala dedicada a ‘Birkenau’ sitúa la densidad emocional en un máximo que llega a provocar el llanto en el observador

La sala dedicada a Birkenau es un alarde al alcance solo de espacios como los que ofrecen instituciones como la fundación Louis Vuitton y sitúa la densidad emocional en un máximo: pocas veces este cronista ha visto llorar a alguien en un museo ante una obra, y nunca a un guía profesional en medio de su explicación, como presenció en este caso.

Volviendo a Richter, otra constante en su obra es el dibujo, que cuenta con una representación importante en la antológica parisina y que es la única expresión de su práctica desde que en el 2017 dio por completa su obra pictórica: hasta tres salas acogen creaciones de este tipo, en las que se aprecia un afán por dejar actuar al azar: frottage, rayas, movimientos libres de la mano, incluso goteo de tintas de colores lanzadas aleatoriamente entran en estas obras de escritorio.

Parte de 'Birkenau' (2014) reflejado en uno de los espejos grises con los que se confronta esta obra en la Fundacion Louis Vuitton

Parte de ‘Birkenau’ (2014) reflejado en uno de los espejos grises con los que se confronta esta obra en la Fundacion Louis Vuitton

Marc Domage / Fondation Louis Vuitton

El mismo azar participa en la serie 4.900 colores, donde Richter desarrolla un sistema aleatorio de reparto de colores planos sobre una superficie y que en el 2007 fue la base para su creación del vitral de la catedral de Colonia, su ciudad de residencia entonces. La serie que desarrolló inspirada por el músico John Cage y la titulada Franjas, esta desarrollada con medios digitales, se mueven por idéntico espíritu creativo.

Lee también

Rafael Lozano

Pierre Soulages en su taller, en el 11 bis de la Rue Schoelcher. Paris, 1953

Entre las cualidades del maestro, Serota resalta “su curiosidad implacable. Siempre busca nuevas formas de representar el mundo. Eso es lo extraordinario de la exposición: hay conexiones entre el principio y el final, pero en cada sala parece que se encuentra con un nuevo pintor, con un nuevo tema. No es un artista que repita fórmulas. Siempre se arriesga y avanza con ambición y valentía, en lugar de limitarse a seguir haciendo los cuadros que el mercado espera de él”, con unos resultados que lo sitúan como “uno de los pintores más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. En la primera mitad tenemos a Picasso, a Matisse; en la segunda, artistas como Jasper Johns, y en Europa, definitivamente Richter”.