Todo empezó como un juego filosófico. ¿Y si lo que creemos real fuera una simulación creada por una civilización avanzada? Desde que el filósofo Nick Bostrom formuló la hipótesis en 2003, la idea fue ganando terreno en la cultura popular y en la ciencia, hasta colarse en debates de astrofísica y computación cuántica.
El argumento parecía lógico: si es posible simular un universo, una civilización suficientemente desarrollada no tendría motivos para no hacerlo. Y si se crean millones de simulaciones, las probabilidades de que nosotros vivamos en la “realidad original” serían casi nulas. Pero las matemáticas acaban de poner límites a esa fantasía.
El muro lógico de Gödel
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En 1931, el matemático austriaco Kurt Gödel demostró que todo sistema formal lo bastante complejo como para incluir la aritmética básica será incompleto o inconsistente. En otras palabras: dentro de cualquier conjunto de reglas habrá afirmaciones verdaderas que no pueden demostrarse siguiendo esas mismas reglas.
Es un principio devastador. Significa que incluso si el universo fuera un código perfecto, habría verdades físicas imposibles de derivar a partir de sus algoritmos. Un software solo puede procesar lo que está dentro de su propio marco lógico. Pero el cosmos parece funcionar más allá de esa frontera.
El equipo de investigadores liderado por Mir Faizal y Georgina Miles ha retomado esta idea para aplicarla a la física fundamental. Si la realidad estuviera escrita como un programa —una Teoría del Todo puramente algorítmica—, estaría condenada a ser incompleta.
Un universo que no cabe en un ordenador
El estudio explica (al igual que Xataka) que las leyes del universo no pueden ser totalmente computables. Hay fenómenos, como los microestados de los agujeros negros o la singularidad del Big Bang, que escapan a cualquier descripción algorítmica cerrada. En una simulación, esos huecos provocarían un fallo: el programa no sabría cómo continuar.
Sin embargo, nuestro universo continúa. No se “cuelga”. Se comporta como si conociera sus propias verdades, incluso aquellas que ningún algoritmo podría demostrar. Esa aparente contradicción es, para los científicos, la prueba definitiva de que no estamos en una simulación, sino en una realidad que trasciende cualquier cálculo.
La paradoja que da sentido a la realidad
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El razonamiento es elegante: toda simulación debe seguir reglas fijas. Nuestro universo, en cambio, genera sus propias reglas y las modifica con el tiempo. La expansión cósmica, las fluctuaciones cuánticas o el entrelazamiento no se comportan como líneas de código predefinidas, sino como procesos creativos, emergentes.
Los teoremas de Gödel, en este contexto, se convierten en una defensa matemática de la existencia misma. Si el cosmos fuera una simulación, habría límites en lo que podríamos conocer. Pero la ciencia demuestra constantemente que esos límites se expanden. Descubrimos nuevas leyes, nuevas partículas, nuevas realidades. Eso, paradójicamente, es imposible dentro de un programa cerrado.
Más allá del algoritmo
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Los autores del estudio proponen una idea audaz: el universo podría tener una capa no algorítmica, una especie de fundamento de realidad que no depende de cálculos, sino de existencia pura. Esa capa permitiría que las “verdades incompletas” sigan siendo reales, aunque ningún sistema pueda expresarlas por completo.
En cierto modo, la física y la lógica se reconcilian aquí con la filosofía. Lo que vemos no es un engaño ni una recreación digital, sino un universo que se sabe a sí mismo imperfecto. Y esa imperfección, esa incapacidad para ser reducido a un código, es lo que lo hace real.
El error que revela la verdad
Quizá la simulación nunca existió fuera de nuestras metáforas. El mito del “universo digital” sirvió para explicar lo inabarcable con el lenguaje de la era moderna. Pero los números, finalmente, hablaron.
El cosmos no es un programa que alguien ejecuta en una computadora infinita. Es el único sistema donde los errores, las paradojas y las verdades imposibles no se eliminan: se convierten en parte del diseño.
Y tal vez esa sea la respuesta más humana y más real de todas. No vivimos en una simulación. Vivimos en la única realidad capaz de sostener la contradicción de existir.