Isabel II y la BBC. Siempre fueron considerados los dos pilares con los que Reino Unido cimentó su influencia global en el último siglo. Pero la era isabelina llegó a su fin y la British Broadcasting Corporation lucha ahora por su supervivencia. La amenaza de Donald Trump con una demanda «por no menos» de 1.000 millones de dólares por supuesta difamación es solo la punta del iceberg de la crisis existencial que desde hace tiempo viene ahogando a la que en su día fue la voz de un imperio.

En menos de 24 horas, dos de sus máximos responsables han dimitido y los viejos fantasmas que siempre la han perseguido —acusaciones de sesgo y una financiación en la cuerda floja— han estallado como nunca. Tener al inquilino de la Casa Blanca de su lado es la mejor plataforma para la derecha radical que siempre vio a la BBC como «un nido de comunistas«.

«Esto no se trata de Trump. Trump es simplemente la gota que colma el vaso de lo que hemos visto a lo largo de las últimas semanas, meses e incluso décadas», asegura el populista Nigel Farage, aliado del político norteamericano y líder de Reform UK, cuyo auge en las encuestas le convierte en un serio candidato para ser el próximo primer ministro.

La ofensiva llega en el peor momento, justo cuando la cadena se prepara para negociar con el Gobierno su nuevo modelo de financiación y las reglas que regirán su futuro a partir de 2027.

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Agencias

El origen de la polémica está en un reportaje del programa Panorama sobre el asalto al Capitolio. Según reveló The Telegraph, la BBC habría editado de forma engañosa un discurso de Trump, empalmando frases separadas por casi una hora de distancia para sugerir que había instigado directamente la violencia. El fragmento omitido incluía su llamamiento a manifestarse «de forma pacífica y patriótica».

El caso fue denunciado en un extenso memorando interno de Michael Prescott, exasesor de estándares editoriales de la corporación, que además criticaba la cobertura «ideológicamente sesgada» de la BBC sobre cuestiones como la identidad de género o la guerra de Gaza. El documento, filtrado a la prensa conservadora, provocó un efecto dominó, forzando el domingo por la noche la dimisión del director general de la BBC, Tim Davie, y de la jefa de la división de Noticias, Deborah Turness.

El presidente de la BBC, Samir Shah, se vio obligado a ofrecer disculpas públicas por el «error de juicio» y prometió reforzar los controles internos. Pero el daño ya estaba hecho. El episodio fue aprovechado por Trump, Farage y el ala más dura del Partido Conservador como la prueba definitiva de que la cadena pública «hace campaña para la izquierda«.

Nacida como emisora de radio en 1922, poco después de la partición de la isla de Irlanda, la BBC contribuyó a promover una identidad común entre las cuatro naciones de Reino Unido (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte). Su servicio mundial —emite en más de 40 idiomas con una audiencia global de 492 millones de personas— ayudó además a consolidar el prestigio británico a ambos lados del Atlántico.

Pero a lo largo de su dilatada historia, la corporación pública ha lidiado con diferentes disputas con los Gobiernos de todo signo político. Los laboristas consideran que no hace balance ante la prensa escrita —de mayoría conservadora—; criticaron la cobertura con la guerra de Irak y se quejaron también del trato que recibía el que fue líder Jeremy Corbyn, considerado el Pablo Iglesias británico. Por su parte, los ‘tories‘ la consideran una institución «metropolitana, elitista y liberal», incapaz de entender el sentir de las provincias que votaron el Brexit.

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Con todo, la profundidad y el alcance de las tensiones mantenidas con el Gobierno del excéntrico Boris Johnson —que antes de político fue periodista— no tuvieron precedentes. Es más, el 31 de enero de 2020, cuando se ejecutó oficialmente el Brexit, el episodio más importante de la historia británica reciente, el discurso del entonces primer ministro no fue emitido por la BBC, sino por sus redes sociales.

Johnson llegó a amenazar con abolir el canon televisivo, que financia la cadena, y encargó al exjefe de comunicación de Theresa May, Robbie Gibb —actual consejero de la BBC— supervisar una revisión de sus «valores editoriales«. Gibb, cofundador de GB News (considerada la Fox británica), ha sido acusado por varios exdirectivos de promover desde dentro una «purga ideológica» contra los perfiles considerados progresistas.

«Lo que está ocurriendo ahora no es casualidad», comenta un veterano periodista de la BBC a The Guardian. «Se ha ido preparando el terreno durante años: primero con Johnson, después con el auge de GB News y ahora con Trump», matiza.

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La tormenta llega cuando la corporación se enfrenta a su examen más decisivo: la renovación de la Royal Charter, el contrato que garantiza su independencia y define cómo se financia. El modelo actual, vigente hasta diciembre de 2027, obliga a cada hogar británico con televisión a pagar una tasa anual de 174,50 libras.

El Gobierno laborista de Keir Starmer no ha aclarado todavía si mantendrá este sistema o explorará alternativas. De momento, la ministra de Cultura, Lisa Nandy, ha admitido que está «pensando en alternativas radicales» y no descarta una transición hacia un modelo de suscripción.

«Millones de británicos ya se niegan a pagar por una cadena que no les representa», argumenta Farage, que además de ser político es presentador estrella de GB News, por lo que tiene intereses directos, tanto ideológicos como comerciales, en la erosión de su rival público. Trump, por su parte, no perdió la ocasión de amplificar el mensaje: su portavoz, Karoline Leavitt, publicó en X que «@BBCNews está muriendo porque son fake news anti-Trump. Todo el mundo debería ver @GBNews«.

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El Partido Conservador ha optado por un discurso más calculado. Su portavoz de Cultura, Nigel Huddleston, advirtió que «la BBC debe atender por qué cada vez más ciudadanos no quieren pagar el canon: algunos no lo consideran buena inversión; otros, directamente, discrepan con su contenido».

Pero hay voces dentro del propio establishment tory que piden prudencia. El exministro John Whittingdale, responsable de la última negociación del Charter, insistió en que «la cuestión de cómo se paga por la BBC debe mantenerse completamente separada de los debates editoriales». La independencia, recordó, «sigue siendo un principio esencial«.

El futuro de la BBC no solo preocupa por razones domésticas. En el plano internacional, la corporación sigue siendo el rostro más visible de Reino Unido en el extranjero. Su servicio mundial, la BBC World Service, emite en más de cuarenta idiomas y ha sido durante décadas una herramienta crucial del llamado poder blando británico.

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El fondo del problema es estructural. La BBC fue concebida en 1922 como un servicio universal, al margen del mercado, cuya misión era informar, educar y entretener. Un siglo después, compite en un ecosistema dominado por plataformas globales de streaming, jóvenes que consumen noticias en TikTok y una audiencia cada vez más polarizada.

Antes de su dimisión el domingo como director general, Tim Davie había impulsado una profunda transformación digital, reforzando BBC iPlayer, BBC Sounds y la producción comercial de BBC Studios. Pero la corporación sigue limitada por una legislación que le impide emitir publicidad en Reino Unido y con un presupuesto congelado desde hace años.

Mientras tanto, GB News y TalkTV —canales privados con financiación política— han ocupado el espacio que antes monopolizaba la BBC como voz nacional. En un país dividido y marcado por el auge del populismo, el consenso público que sustentaba al viejo gigante se ha resquebrajado.

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Desde Downing Street, el Gobierno de Starmer intenta rebajar la tensión. «No creemos que la BBC sea institucionalmente parcial», afirmó un portavoz, recordando su papel «vital en una era de desinformación«. Pero ni siquiera ese respaldo garantiza estabilidad. Con dos directivos fuera y un Consejo dividido, la corporación afronta un proceso de transición lleno de incertidumbre.

Para los defensores del servicio público, la batalla no es solo por la financiación, sino por el modelo de verdad compartido que representó durante un siglo. «La BBC ha sido la brújula moral y factual de este país. Si cae, caerá algo mucho más grande que una cadena», advierte un exproductor del World Service.

A un siglo de su fundación, la emisora que John Reith definió como «la voz de todos y de nadie» se enfrenta a su reto más existencial. Entre la presión de Trump, la ofensiva populista y las dudas de sus propios defensores, la BBC encarna hoy el dilema de Reino Unido posimperial: cómo seguir siendo un referente global cuando ya ni siquiera sabe quién quiere ser.