«Dijeron que no llegaría aquí, pero aquí estoy. ¡Lo he conseguido!». Katy Perry finalizó anoche su gira europea en el Movistar Arena de Madrid, visiblemente eufórica. Allí presumió varias veces de estar celebrando el 83º concierto del ‘Lifetimes Tour’. Ya sólo le quedan 8 conciertos en Asia, aparte del segundo «round» del año que viene, que incluye un par de festivales en España.

Parece mentira que ‘143‘, el álbum peor acogido de toda su carrera, esté dando lugar a una de sus mejores y más exitosas giras. Tal es la locura por los conciertos de este impredecible mundo post-pandemia. Toda la negatividad en las redes en torno a la artista se transforma en amor y buen rollo sobre las tablas. Es la magia de la música, y más concretamente de la música en vivo.

El gran «backslash» de Katy Perry en estos últimos tiempos ha sido por volar al espacio durante 11 minutos, en lo que creyó una maniobra feminista -otra más que le sale mal- y en verdad lució como la promo de un oligarca del tamaño de Jeff Bezos. Aunque solo por la respuesta de Mariah Carey («yo ya he hecho bastante») mereció la pena que esto sucediera, lo cierto es que Katy se quedó con más ganas de desafiar la gravedad. Solo así podemos explicar que la artista pase tal cantidad de tiempo por los aires durante este tour. Ella, que ya voló en su icónica Super Bowl, a todas luces una de las mejores de la historia, nos da más y más.

La preocupación por el futuro que le hemos visto en otras ocasiones es el concepto principal del show, una especie de videojuego en el que una Katy Perry mitad humana mitad robot lucha contra una IA llamada Mainframe. A través de diferentes secciones -«niveles»- pelea, mientras se proyectan imágenes disruptivas en 31 superficies desiguales. Solo las gradas laterales disponen de una imagen limpia de distorsiones de Katy Perry. Los demás contemplamos su imagen troceada sobre vídeos tipo telediario y mensajes de «tormenta» vs «siente la luz», de «fuerza» vs «debilidad». Indudablemente, la artista nos está hablando de su propio periplo.
Ainhoa Laucirica

Katy Perry aparece volando ya en la primera canción, ‘Artificial’, que es sucedida por su gran composición distópica, ‘Chained to the Rhythm‘. El segundo «nivel» está conformado por un popurrí acelerado de sus hits. Si el primero termina con ‘Dark Horse’, en el segundo escuchamos nada menos que ‘California Gurls’, ‘Teenage Dream’, ‘Hot N Cold’, ‘Last Friday Night’ y ‘I Kissed a Girl’, esta última dedicada a los clubs gays de la ciudad. En esa parte, los pluriempleados bailarines -también cámaras y un poco albañiles- montan por sí mismos una espectacular estructura de la que se colgarán y sobre la que harán múltiples acrobacias. La referencia parece Madonna en algún punto entre ‘Drowned World Tour’ y ‘Confessions Tour’.

Pero nada como lo que nos trae el tercer nivel. Durante ‘Nirvana’ Katy Perry se engancha a un arnés y llega volando hasta el graderío posterior del pabellón. El show es espectacular hasta el punto de que temes por su seguridad. Mientras tú criticabas la deriva de Katy Perry, Katy Perry estaba arriesgando su vida ensayando para este show, en una nave perdida de algún lugar de América. En el último y 5º nivel y tras una interpretación austera de su nuevo single ‘Bandaids’, la artista vuelve a volar sobre una suerte de mariposa/insecto gigante mientras canta ‘Roar’.

Si el 4º nivel se había dedicado a más luchas contra el mal sobre canciones como ‘ET’, hay que parar un momento para hablar de lo que se conoce como «el nivel 3.5». Katy Perry ha presentado en versión reducida muchos de sus hits porque necesita pasar un cuarto de hora interactuando con sus fans en ese tramo, en el que improvisa 2 canciones a petición popular.

Este set que incorpora a su audiencia, y que tan soporífero ha sido en otros conciertos de otras giras, en Madrid al menos salió muy bien. Perry empieza a seleccionar fans del público por su vestimenta, por lejos del escenario que estén, y mientras estos consiguen subir, pide a las barras una pizza. De pepperoni, para más señas. Conocemos a un fan travesti sin nombre drag, Ricky. No solo Katy imita con dudoso gusto su voz masculina, sino que la pobre invitada es abucheada al decir que viene de Inglaterra. El asunto se reconduce con Katy diciéndole que va monísima, y la travesti diciendo que «vive en Madrid» y que «viva España». Un fan que logra llegar al escenario desde el graderío aparece diciendo: «por favor no me abucheéis, que soy de París». Su abuelo se acaba de morir el día anterior. Habla una niña de casi 12 años. Otro decide llamar a su madre y Katy Perry está muy divertida haciendo muecas cuando resulta que la madre no coge, en principio, el teléfono. Podía haber sido un rollo, pero fue tronchante. La artista está en su salsa por completo y los chavales se llevan un montón de selfies para toda la vida.

La interacción de los fans funciona definitivamente cuando la artista da a escoger canciones y la gente abuchea o vitorea, según su gusto. Nadie quería oír ‘By the Grace of God’ pero a ella se le puso agradecer a Dios su suerte. ‘Unconditionally’ se quedó sin sonar a pesar de ser claramente de las favoritas del respetable. Dio igual: el simple planteamiento es muy divertido. También funciona ese momento en que durante ‘Last Friday Night’ Katy roba el móvil de un fan, graba su paseíllo, primer plano de su entrepierna incluido, y solo a los 5 minutos se acuerda de devolver el teléfono a su dueño.

No sé si quedará mucho rastro de ‘143’ en la retina popular. El concierto sigue cerrándose con ‘Firework’, como siempre. ‘Woman’s World’ queda totalmente diluida en el popurrí de hits del «nivel 2» por mucho que lo abra. ‘I’m His, He’s Mine’ es tan bien recibida como olvidada. Y ‘Lifetimes‘, claramente la mejor canción de la era, la que mejor encaja en el entorno festivo que es un concierto de Katy Perry y la que queremos seguir escuchando en el futuro, es de las pocas lastradas por un playback. Pero Katy Perry lo sigue teniendo. Dudo mucho que quien haya visto este tour no quiera repetir. Su show en el próximo Río Babel promete ser tremenda fiesta. Además, en pleno Orgullo. 8.