El coleccionista británico, Douglas Latchford, saqueó, durante la guerra de Camboya y las décadas siguientes, cientos de obras de arte jemer de incalculable valor. Para sustraerlas de los templos sagrados milenarios, se sirvió de la mano de obra de campesinos pobres y niños soldado que se jugaron la vida sorteando las minas terrestres sembradas durante la guerra. Documentos TV presenta, en “Saqueo, crimen y redención”, la figura de Latchford y revela las entrañas del multimillonario mercado del arte y la perversa realidad que se esconde tras las “antigüedades manchadas de sangre” que llenan hoy los museos occidentales.
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El saqueo
Douglas Latchford nació en la India británica. A los veinte años, se mudó a Bangkok y, según sus conocidos, se enamoró del arte jemer al mismo tiempo que empezó a coleccionar estas antigüedades a un ritmo voraz. “En público, intentaba presentarse como un aventurero-erudito que se adentraba en la selva y descubría ciudades perdidas”, relata la experta en arte, Angela Chiu. El periodista Alan Parkhouse escribió un artículo en Bangkok sobre Latchford y recuerda la sensación que tuvo cuando entró en su casa y la vio llena de obras de arte jemer: “Era como estar en un museo, solo que todos aquellos objetos estaban en la repisa de la chimenea y en estanterías”.
Imagen de Douglas Latchford cuando dirigía la red de tráfico y venta ilícita de obras de arte en Camboya © LOOT Films / New Theory Pictures
La carrera por la tenencia y venta de estas cotizadas obras de arte había comenzado en los años 70. El conflicto armado de Camboya, de 1975 a 1979, fue un terrible período que Latchford supo aprovechar. El genocidio que llevaron a cabo los jemeres rojos y que terminó con la vida de entre uno y tres millones de personas, sembró la pobreza y la miseria entre la población. Las minas terrestres segaban a diario la vida de decenas de camboyanos y el hambre aumentaba las cifras.
“Les pagaba menos de 100 dólares por una semana de trabajo para 15 personas“
Ante tal situación, Latchford reclutó a aldeanos que habían sido niños soldado para el jemer rojo y a campesinos desesperados por llevar algo de comer a sus familias. “Les pagaba menos de 100 dólares por una semana de trabajo para 15 personas”, explica la exagente de Patrimonio Cultural camboyana, Thanaren Than, que investigó la trama del traficante de arte. “El pavo real lo encontramos aquí, éramos 20 o 30 personas en el grupo”, confiesa uno de los saqueadores, que fue niño soldado, refiriéndose a la escultura jemer que se vendió años después por un millón y medio de dólares en los mercados occidentales de arte.
Saqueadores como este hombre trabajaron por necesidad para Latchford sabiendo que estaban vendiendo su alma a los extranjeros © LOOT Films / New Theory Pictures
Los saqueadores sorteaban cada día las minas sembradas en las selvas donde se encontraban los templos jemeres milenarios. “Hubo gente que perdió la vida o partes de su cuerpo intentando sacar esas esculturas”, afirma Than.
“Hubo gente que perdió la vida o partes de su cuerpo intentando sacar esas esculturas“
Estos hombres cumplieron las órdenes de desmembrar y cortar las estatuas para transportarlas con más facilidad. Cuando el trabajo precarizado y sucio había concluido, el negocio de Latchford comenzaba con las piezas de arte jemer fuera de las fronteras de Camboya.
El crimen
Durante décadas, cientos de relevantes obras de arte jemer de los siglos IX al XV, fueron expoliadas y salieron desde Camboya hacia las salas y vitrinas de los museos más prestigiosos de Estados Unidos, Europa y Australia.
La escultura expoliada del dios camboyano Skanda montado en un pavo real, vendida en Occidente por 1,5 millones de dólares, regresó a Camboya © LOOT Films / New Theory Pictures
Latchford poseía una red de cómplices millonarios y de marchantes de arte que conseguían colocarlas en las colecciones de multimillonarios y en los mejores museos. En 2016, el ex agente especial de Seguridad Nacional de Estados Unidos, JP. Labbat, dirigió la Operación Saqueo de la Península de Indochina. “Sabía que Latchford era culpable”, subraya el detective encargado de desentrañar una red criminal que se extendía desde las selvas del sudeste asiático hasta el multimillonario mercado de arte occidental. Para conseguirlo, Labbat trabajó junto a otros investigadores, expertos de arte, abogados y algunos de los saqueadores que le contaron cómo conocieron a Latchford. También “pudieron identificar algunas piezas de cuya salida del país habían sido directamente responsables”, revela el detective.
“Se han presentado pruebas al MET de que varias de las piezas que tienen proceden de saqueos; hay testimonios presenciales de algunos de los participantes en ellos“
Tirando del hilo de documentos que incriminaban a Latchford y a su entorno, encontró otras pruebas concluyentes que le llevaron a museos tan relevantes como el Museo de Arte de Denver o el Metropolitan de Nueva York. “Se han presentado pruebas al MET de que varias de las piezas que tienen, proceden de saqueos; hay testimonios presenciales de algunos de los participantes en ellos”, revela Labbat. En 2019, la investigación en Estados Unidos concluyó con la acusación de Latchford por contrabando ilícito e introducción de mercancías mediante falsificación de documentos. Nunca se enfrentó al juicio porque, poco después de la acusación, falleció. “Si hubiera sabido que compraba las estatuas y las vendía a otros, no le habría llevado al templo”, repite, hoy arrepentido, uno de los saqueadores que trabajó para él.
El Museo Metropolitan de Nueva York, aún tiene algunos tesoros más de Camboya © LOOT Films / New Theory Pictures
La redención
En julio de 2024, más de una docena de esculturas y otras obras de arte jemer expoliadas y relacionadas con Douglas Latchford, salieron del Metropolitan en dirección a Camboya. “Saben que es arte manchado de sangre”, sostiene Brad Gordon, otro de los especialistas en Patrimonio Cultural que formó parte de la investigación que acusó al desacreditado coleccionista de arte. “Han hecho algo sin precedentes, devolver muchas piezas, pero no hay ninguna admisión de culpa y eso no está bien”.
“Saben que es arte manchado de sangre“
Los saqueadores que extrajeron y vendieron su patrimonio cultural han colaborado en la investigación. “Cuando lo hicieron, se encontraban en una situación muy difícil. Creo que es una hermosa historia de redención”, subraya Gordon.
Para los camboyanos, cada una de las figuras tienen un significado especial: de protección, de unidad, las consideran sus almas © LOOT Films / New Theory Pictures
Para los camboyanos, descendientes de la civilización jemer, cada una de estas esculturas milenarias es mucho más que pura belleza. “Las consideran sus dioses, sus reyes, sus antepasados”, explica la secretaria de Estado, Pen Moni Makara.
“Es muy importante para todo el pueblo camboyano que nuestros antepasados regresen a casa“
Por eso, «es muy importante para todo el pueblo camboyano que nuestros antepasados regresen a casa”, concluye su ministra de Cultura y Bellas Artes. Camboya sigue trabajando para recuperar cientos de antigüedades en todo el mundo.