Un simple viaje turístico ha terminado reescribiendo un capítulo del arte barroco español. El Museo Villa Gyllenberg de Helsinki confirmó el hallazgo de San Pedro Mártir, una obra desaparecida del pintor cordobés Antonio del Castillo y Saavedra, maestro del Siglo de Oro, cuya pista se había perdido desde 1835, tras la desamortización de Mendizábal. La pintura, atribuida durante décadas a un autor desconocido, ha permanecido colgada en Finlandia sin que nadie sospechara su verdadera procedencia.

La pieza, un óleo sobre lienzo de 173 por 80 centímetros, fue creada entre 1650 y 1655 como parte de una serie de diez retratos de santos encargada por el convento dominico de San Pablo, en Córdoba. De aquel conjunto solo se conservaban seis cuadros en el Museo de Bellas Artes cordobés, mientras que cuatro permanecían desaparecidos. San Pedro Mártir era el primero de ellos, hasta que una casualidad museística lo trajo de vuelta.

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La responsable del descubrimiento fue Lotta Nylund, conservadora jefe del museo finlandés, quien durante unas vacaciones por Andalucía en 2024 visitó el Museo de Bellas Artes de Córdoba. Allí observó una placa con los diez santos pintados por Del Castillo y varios huecos vacíos que indicaban las piezas perdidas. El primero de ellos llevaba un nombre que le resultó extrañamente familiar: San Pedro Mártir (paradero desconocido).

Un hallazgo casual que cambió la historia del museo

Al regresar a Helsinki, Nylund comparó medidas, revisó catálogos y leyó todo lo que pudo sobre la serie. Cuanto más indagaba, más evidente le resultaba la conexión entre la obra anónima que custodiaba su institución y la pintura cordobesa desaparecida. Decidió entonces contactar con el museo cordobés, que reaccionó con entusiasmo. El especialista José María Palencia Cerezo, experto en Antonio del Castillo, viajó a Finlandia para examinar la obra y confirmó lo que ya era un secreto a voces: se trataba del San Pedro Mártir perdido desde el siglo XIX.

El hallazgo no solo recupera una joya artística, sino también parte de la memoria visual del barroco cordobés. La pintura había sido adquirida en 1935 por la coleccionista finlandesa Ane Gyllenberg, gran amante del arte religioso, quien la compró en Londres sin conocer su origen español. Desde entonces, el cuadro había ocupado un lugar central en la casa de los Gyllenberg, pasando después a formar parte de la colección permanente de su museo.

El óleo, recién restaurado, se exhibe desde el 12 de junio dentro de la exposición Espíritu de los tiempos: Colección Ane Gyllenberg, donde comparte sala con obras de artistas finlandeses contemporáneos. La confirmación de su autoría ha generado gran expectación entre los expertos que planean ya colaborar para estudiar en detalle el lienzo y preparar futuras investigaciones que permitan localizar los tres lienzos de la serie que aún siguen desaparecidos.

La desamortización y la pérdida del patrimonio español

La historia del San Pedro Mártir está estrechamente ligada a la desamortización de 1835, cuando los bienes eclesiásticos del convento cordobés de San Pablo fueron confiscados y subastados por el Estado. Aquella medida, impulsada por Juan Álvarez Mendizábal, dispersó miles de obras de arte que hoy se encuentran repartidas por el mundo. La reaparición de este lienzo en Finlandia ilustra la magnitud de esa pérdida y el largo viaje de muchas piezas del patrimonio español.

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A. N.

Antonio del Castillo, nacido en Córdoba en 1616, fue uno de los grandes nombres del barroco andaluz. Formado junto a su padre y discípulo de José de Sarabia, desarrolló un estilo naturalista de tonos sobrios y gran precisión en el dibujo. Su obra religiosa fue muy apreciada en su tiempo, y sus encargos para conventos y parroquias de la ciudad lo consolidaron como el principal referente de la escuela cordobesa del siglo XVII.

En San Pedro Mártir, el pintor representa al dominico italiano Pedro de Verona, asesinado en 1252 por herejes. La figura aparece, según la descripción de los expertos, con el hábito blanco y negro de su orden y los atributos de su martirio: la palma y el hacha clavada en la cabeza, símbolos de fe y sacrificio. La iconografía subraya la defensa de la ortodoxia católica durante la Contrarreforma, tema central en la espiritualidad del siglo XVII.